Javier Milei apenas pudo contenerse al saludar con un “¡Señor presidente!” a Donald Trump, cuando ambos se encontraron en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por su sigla en inglés) cerca de Washington en febrero. Ambos se abrazaron e intercambiaron consignas, Trump entonó varias veces: “Hagamos a Argentina grandiosa de nuevo” y el nuevo presidente de Argentina le respondió gritando: “Viva la libertad, carajo”.
Nayib Bukele, el popular autócrata que gobierna El Salvador, ya había hablado en la conferencia. “Dicen que el globalismo llega a la CPAC para morir. Estoy aquí para decirles que en El Salvador ya murió”, dijo a los republicanos embelesados. Jair Bolsonaro, el expresidente de extrema derecha de Brasil, fue un invitado estrella en 2023. Él, al igual que Trump, afirmó sin pruebas que su candidatura a un segundo mandato se vio frustrada por un fraude. Sus partidarios también intentaron una insurrección.
Estas escenas sugieren una alianza internacional perfecta entre Trump y los líderes de la extrema derecha latinoamericana. Entre sus miembros también se encuentra José Antonio Kast de Chile, quien también ha hablado en la CPAC en el pasado. Esta nueva derecha, que disfruta de la influencia de Trump, se ha alejado de un tipo más consensuado de política conservadora en favor de una búsqueda agresiva de la guerra cultural.
Su ascenso comenzó en 2018 con la sorpresiva victoria de Bolsonaro en Brasil, seguida de la de Bukele en 2019. Kast, fundador del Partido Republicano de Chile, un nuevo partido de extrema derecha, obtuvo el 44% de los votos en las elecciones presidenciales de 2021 y su partido consiguió la mayoría de votos en el referendo sobre la reforma constitucional en 2023. Milei obtuvo su propia victoria sorpresiva en noviembre. Los aspirantes a líderes de la derecha radical compiten en la política de Perú y Colombia.
A diferencia de sus antiguos equivalentes europeos y norteamericanos, la extrema derecha latinoamericana no tiene raíces en el fértil suelo alimentado por la ansiedad pública producto de la inmigración descontrolada (aunque esto se ha convertido en un problema reciente debido a la llegada de millones de venezolanos que huyen de la corrompida dictadura de su país).
El nuevo grupo comparte tres características. La primera es una feroz oposición al aborto y a los derechos de las mujeres y los homosexuales. “Lo que los emparenta es una afirmación de las jerarquías sociales tradicionales”, así lo explicaron Lindsay Mayka y Amy Erica Smith, dos académicas. La segunda característica es una línea dura contra el crimen y la seguridad de los ciudadanos. Y la tercera es la oposición intransigente a la socialdemocracia y sobre todo al comunismo, que lleva a algunos a querer un Estado más pequeño.
También hubo factores comunes en sus ascensos. Les ayudó una sensación de crisis: la corrupción y el estancamiento económico en Brasil y Argentina, la violencia de las pandillas en El Salvador y la “explosión social” en Chile, que en ocasiones se tornó violenta.
Primos de armas
Pero cada líder ha adoptado una combinación diferente de estos elementos ideológicos. Los miembros de la extrema derecha en América Latina son “primos, no hermanos”, dice Cristóbal Rovira de la Universidad Católica de Chile. “Son similares pero no idénticos”.
Los electores de Bolsonaro fueron los evangélicos, a quienes apeló con su defensa de la familia tradicional, y la derecha autoritaria, encarnada en las fuerzas militares, la policía y los agricultores preocupados por las invasiones de tierras y la delincuencia rural. Pero se mostró tibio respecto al libre mercado y el rigor fiscal. Bukele hizo de la seguridad la piedra angular de su primer mandato presidencial, triunfando sobre las bandas criminales al encerrar a más de 74,000 de los 6.4 millones de ciudadanos de El Salvador. Su política económica es menos clara y, a pesar de sus afirmaciones en la CPAC, no es evidentemente “antiglobalista”.
Elegido por su promesa de sacar a Argentina de una estanflación prolongada y reducir lo que él califica como una “casta” política corrupta, Milei se describe como “anarcocapitalista” y es partidario de la escuela austriaca de economía de libre mercado. A diferencia de Trump, no es ni un nacionalista económico ni un proteccionista en materia comercial. Solo hasta hace poco adoptó la postura de sus pares en temas morales. Su gobierno apoya un proyecto de ley para revocar la ley de aborto de Argentina y dice que eliminará el lenguaje inclusivo de la administración pública. Bukele hizo lo mismo.
Kast intentó incluir una moral conservadora en el proyecto constitucional que defendió su partido y fue una de las razones por las que fue rechazado en un plebiscito. Kast quiere políticas duras en materia de seguridad y contra la inmigración. “Deberíamos cerrar las fronteras y construir una trinchera”, afirmó. También quiere “reducir el Estado y reducir la carga fiscal”. Mientras que Bolsonaro es un escéptico del cambio climático y antivacunas, Kast no lo es.
Democracia para ti, no para mí
Los populistas de derecha también tienen puntos de vista diferentes respecto a la democracia. Bolsonaro demostró que no era un demócrata después de intentar subvertir el resultado electoral, hecho por el que está bajo investigación policial. Bukele desprecia los controles y contrapesos. Su éxito en reducir la tasa de homicidios lo hizo enormemente popular, lo que le permitió ignorar los límites constitucionales a la reelección y ganar un segundo mandato en febrero.
El “desdén de Milei por las instituciones democráticas es claro”, dijo Carlos Malamud, un historiador argentino, citando la ruptura del presidente argentino con las convenciones al pronunciar su discurso de toma de posesión ante una multitud de seguidores, en lugar de hacerlo en el Congreso. Pero Milei aún podría percatarse de que necesita incluir al Parlamento en el gobierno, añade Malamud.
“Soy un demócrata”, insistió Kast, y sus oponentes están de acuerdo. “Sobre la seguridad y la reducción del Estado, compartimos puntos de vista con Bolsonaro”, dijo. “Pero eso no significa que seamos iguales a Milei, Bolsonaro o Bukele”. Como señala Kast, las opciones políticas están determinadas en cada país por circunstancias muy diferentes..
De igual manera se determinan las perspectivas de los distintos líderes. Bukele es, por mucho, el más exitoso, con posibles imitadores en toda la región y sin obstáculos evidentes para que permanezca en el poder indefinidamente. En cambio, la activa carrera política de Bolsonaro bien podría haber terminado. El Tribunal Superior Electoral lo excluyó como candidato hasta 2030 (cuando tendrá 75 años) por menospreciar el sistema de votación en una reunión con embajadores extranjeros. Podría ser encarcelado por su presunto intento de organizar un golpe militar tras su derrota electoral; él lo niega y afirma ser víctima de persecución política.
El futuro de Milei está en juego. Cumplió su promesa de controlar la inflación y podría salir fortalecido de una elección de mitad de mandato en 2025. Pero si se niega a llegar a un acuerdo con el Congreso y los gobernadores provinciales, puede que antes de esa fecha tenga problemas. En Chile, Kast sobrestimó su influencia sobre el proyecto constitucional. En las elecciones de 2025, la centro-derecha podría tomar el poder. Una figura influyente de esa tendencia sostiene que Kast es incapaz de representar la diversidad del Chile moderno.
En última instancia, el grupo está unido por una red internacional construida alrededor de un discurso político y referencias culturales comunes. Kast preside la Red Política por los Valores, una organización que estuvo dirigida por un aliado de Viktor Orbán, el líder populista de Hungría. Vox, el partido de extrema derecha de España, organiza el Foro de Madrid, una red de políticos con ideas afines que provienen sobre todo de lo que denomina como la “iberosfera” en América Latina.
Estos encuentros ofrecen la oportunidad de compartir experiencias y, a veces, un poco más. Bukele tiene entre sus asesores a miembros de la oposición venezolana que están en el exilio. Los activistas de Trump se han presentado en las elecciones latinoamericanas. Hace poco, Bolsonaro se refugió en la embajada de Hungría en Brasilia durante dos noches porque temía ser arrestado.
Pero no hay señales de dirección o coordinación central. La derecha en América Latina ha afirmado durante mucho tiempo que el Foro de São Paulo, una reunión de izquierdistas latinoamericanos, es una conspiración altamente organizada. Toda la evidencia es que se trata de una red de amistad laxa. Esto también parece ser cierto para la derecha.
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