El presidente de Argentina, Javier Milei, definitivamente hizo algo muy tonto. Su imprudente apoyo a una dudosa criptomoneda llamada Libra el viernes por la noche desembocó en que miles de pequeños inversionistas se arruinaran cuando este token no regulado obviamente terminara colapsando en cuestión de horas. ¡¿En qué estaba pensando?!
En el mejor de los casos, esto lo muestra poco preparado y distraído de prioridades más importantes, como intentar sellar un acuerdo muy necesario con el Fondo Monetario Internacional. Como alguien que se jacta constantemente de su dominio económico y que abrazó las singularidades del mundo de las criptomonedas, ahora se enfrenta a la humillación de admitir que no entendía totalmente lo que estaba haciendo.
En el peor de los casos, esto plantea preguntas legítimas sobre qué tipo de acuerdos se realizan en nombre del líder liberal libertario más famoso del mundo.
Dejando de lado las potenciales ramificaciones legales, el caso conlleva algunas consecuencias políticas intrigantes y varias lecciones importantes. Todos los gobiernos modernos se enfrentan eventualmente a situaciones de alto riesgo que tienden a definir su presidencia.
Esto es aún más cierto para alguien que juega más allá de los límites de la política tradicional como Milei, con poca experiencia ejecutiva y una personalidad explosiva. La forma en que reaccione al revuelo en los próximos días y semanas y mantenga viva su narrativa antisistema y el apoyo de sus votantes será crucial para su destino.
La historia sugiere diferentes resultados. El predecesor de Milei, Alberto Fernández, vio cómo su presidencia terminó efectivamente con la publicación de fotos de él en la fiesta de cumpleaños de su pareja durante la fase más estricta del encierro de la pandemia de covid-19 mientras obligaba a los argentinos a evitar cualquier tipo de socialización.
En México, Enrique Peña Nieto nunca se recuperó de un escándalo de una mansión de US$ 7 millones y la horrible desaparición de 43 estudiantes, ambos hechos ocurridos en 2014. Un político mucho más hábil, Andrés Manuel López Obrador, logró en cambio sortear ileso su propia serie de acusaciones dañinas, incluidos videos de sus hermanos recibiendo dinero en efectivo en secreto y acusaciones de vínculos de campaña con narcotraficantes.
A pesar de sus explicaciones no del todo convincentes y su comunicación amateur, sospecho que Milei podrá salir del obstáculo más difícil de sus primeros 14 meses en el cargo sin un impacto significativo en su popularidad. Los argentinos lo eligieron en un intento desesperado por evitar la hiperinflación y revertir el colapso de la economía, y eso es exactamente lo que está haciendo.
La inflación en enero se desaceleró al nivel más bajo desde 2020, se espera que el crecimiento alcance el 5% este año y los indicadores de pobreza están disminuyendo drásticamente. La reacción del mercado —la bolsa local recuperó las pérdidas del lunes y el peso se mantiene— apunta en la misma dirección.
Pero nada será lo mismo para Milei a partir de ahora porque su aura de invencibilidad, a veces combinada con una insufrible arrogancia, se rompió. El presidente debería aprender algunas lecciones valiosas de lo sucedido. Primero que todo, es un oportuno recordatorio de que todavía está en un gobierno minoritario con poco apoyo formal y lejos de haber ganado el duro partido que está jugando.
Es probable que sufra retrasos en su agenda legislativa en el corto plazo. Construir alianzas lleva tiempo, pero el gobierno necesita acelerar el proceso de lograr un marco institucional más sólido, probablemente a través de un acuerdo con el grupo de centroderecha del expresidente Mauricio Macri, quien ahora se encuentra en una posición más fuerte para establecer condiciones.
Algo es claro: los ataques virulentos en los medios que ha recibido Milei desde el viernes se deben en parte a las inminentes elecciones de mitad de período de octubre, en las que se renovará la mitad de la Cámara Baja y un tercio del Senado. Hasta ahora, se esperaba que el gobierno ganara cómodamente las elecciones, posiblemente incluso poniendo a Milei en camino a la reelección.
Pero el acontecimiento introduce incertidumbre: el error no forzado de Milei revitalizó a la oposición peronista y de izquierda y le dio la oportunidad de minimizar a un presidente que gozaba de una imagen positiva del 55% antes del escándalo.
La reacción política nos ha regalado algunas imágenes memorables dignas de incluir en cualquier concurso internacional de cinismo político: los honores van para la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner —declarada culpable de defraudar al estado y condenada a seis años de prisión en diciembre de 2022—, quien dijo que Milei era “verdaderamente incompetente”.
Su aliado peronista devenido en némesis Fernández, procesado el lunes por golpear a su primera dama mientras estaba en el cargo, dijo que el juez falló en su contra para encubrir el lío de Milei. Y, por supuesto, el dictador venezolano Nicolás Maduro no quería perder la oportunidad de intervenir. Solo cosas dignas de realismo mágico.
Estos son enemigos de los que Milei debería alegrarse, incluso si presionan para que se lleve a cabo un improbable impeachment. Más preocupante es el impacto en la credibilidad presidencial y en el funcionamiento cotidiano del gobierno.
No basta con que Argentina reduzca la inflación y reactive el crecimiento tras más de una década de estancamiento. También es crucial demostrar que este cambio es sostenible y está protegido de las vicisitudes tradicionales del país, incluida la tendencia de los políticos de la oposición a hundir el barco con la esperanza de lograr de nuevo llegar al poder. El regocijo generalizado por este paso en falso de Milei expone la naturaleza despiadada de la política argentina.
Milei ya venía cojeando por un discurso vulgar en Davos el mes pasado que desencadenó una reacción interna. Sus constantes cambios de personal y el miedo que impone a los funcionarios lo ha rodeado de incondicionales que no le dan un asesoría honesta. Si a esto le sumamos una apretada agenda de viajes internacionales (esta noche viaja nuevamente a Washington), el riesgo de repetir estos errores es real.
Pedirle a Milei que cambie su estilo sería inútil porque, como ocurre con otros populistas, eso es lo que lo convirtió en lo que es. También puede sentirse envalentonado por la estrategia de caos que lidera su amigo Donald Trump. Pero cuanto antes se dé cuenta de que su presidencia puede combinar una agenda transformadora y de achicamiento del Estado con políticas maduras que eviten la improvisación, mejor. De lo contrario, la prueba electoral de octubre será una batalla cuesta arriba.
Por Juan Pablo Spinetto
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