Hasta su fallecimiento en 2007, el abate Pierre fue un icono de la lucha contra la pobreza en Francia. Pero en los últimos meses la leyenda se derrumbó a golpe de revelaciones de abusos sexuales. ¿Cómo aguantó tantos años el silencio? “Era una máquina de hacer dinero”.
Con su capa y su boina inconfundibles, el religioso católico era famoso en tanto que fundador del movimiento Emaús y llegó a ser diputado en los años 1950. Fue durante mucho tiempo la personalidad favorita de los franceses.
Un estatus de intocable que se hizo añicos en julio, cuando saltaron a la luz las primeras acusaciones en su contra por presuntas agresiones sexuales y acoso a siete mujeres entre finales de los años 1970 y 2005.
A inicios de este mes se sumó otro informe con 17 nuevos testimonios de hechos que se remontan a los años 1950, y hablan de tocamientos, “contactos sexuales reiterados” con una persona vulnerable e incluso abusos a una menor de edad.
Las personas que testimoniaron son o fueron voluntarias de Emaús, asalariadas de lugares en los que estuvo el abate Pierre y personas encontradas en eventos públicos, según el gabinete Egaé, encargado de recoger estos nuevos testimonios.
Véronique Margron, presidenta de la Conferencia de religiosos y religiosas de Francia (Corref), dice que “no puede imaginarse en serio que esto haya ocurrido sin que nadie lo supiera. Es imposible tratándose de una figura tan pública, tan conocida”.
La razón, cree ella, está en que había que “proteger el nacimiento de lo que iba a llamarse Emaús”, explica a AFP esta religiosa, que apunta que “la figura del abate Pierre era demasiado fuerte y el movimiento demasiado importante” para hacerlo caer.
Adrien Chaboche, delegado general de la división internacional de Emaús, que cuenta con presencia en casi medio centenar de países, decía el 9 de setiembre en la radio RTL que “necesariamente había gente que supo lo que ocurría, dentro de la Iglesia, en el movimiento Emaús, y en los círculo cercanos”.
Emaús lanzó una comisión de investigación, y la conferencia episcopal francesa abrirá sus archivos a los pesquisidores.
El papa Francisco, de regreso de su viaje por Asia y Pacífico, calificó el viernes al abate Pierre de “terrible pecador”, y aseguró que el Vaticano fue informado de las acusaciones en su contra después de la muerte del religioso, a los 94 años.
“Máquina de hacer dinero”
Véronique Fayet, expresidenta de la asociación Secours catholique, lo plantea en términos más crudos. “Era una máquina de hacer dinero”, afirma. “Y sin el abate Pierre, las recaudaciones habrían sido mucho más complicadas”.
Fayet, voluntaria de la organización en los años 1970, recuerda aquella época: “teníamos 18 o 20 años, y es verdad que nos fascinaba, tenía una palabra enérgica, nos hacía soñar con una sociedad justa, fraterna, generosa”.
Esta mujer describe un personaje convertido con el tiempo en “intocable” e incluso “casi santo en vida”.
“Para una víctima, es imposible denunciar a un santo. Está prácticamente segura de que eso se volverá contra ella”, explica.
En el ensayo “Emaús y el abate Pierre”, publicado en 2009, la historiadora Axelle Brodiez-Dolino señala que el religioso “era percibido en el exterior como un líder carismático”, y dentro de la organización como “un icono y una figura tutelar”.
El propio abate Pierre, que se llamaba en realidad Henri Grouès, hablaba en 2005 de sus experiencias sexuales en su libro “Dios mío... ¿por qué”.
“Consagrar su vida a Dios no quita nada a la fuerza del deseo, y me ha ocurrido que, de manera pasajera, cedí a él”, escribía.
Una formulación chirriante, a la luz de los testimonios conocidos recientemente, ya que lo que parecía entonces un simple incumplimiento del voto de castidad, ahora resulta ser la pista de hechos gravísimos, entre ellos felaciones y besos forzados.
Ejemplo de su gran poder en vida son unas cartas reveladas por el ente público Radio-France, que muestran a un abate Pierre amenazando por escrito a quienes pensaran acusarlo de agresiones sexuales.
Nadie habló entonces, “por miedo al escándalo”, recalcaba Axelle Brodiez-Dolino en agosto en el diario Le Monde, resumiendo el problema con una fórmula elocuente: “el icono hacía más servicio desde su pedestal”.
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