Brasil. (Foto: EFE)
Brasil. (Foto: EFE)

Un año después del comienzo de la , las muertes y los casos de escalan día a día en , pero las ayudas para los más pobres no paran de caer. En Paraisópolis, una de las mayores favelas de Sao Paulo, el hambre golpea con fuerza la puerta de miles de familias.

En la calle “De la Paz” cientos de personas, la mayoría mujeres con niños y ancianos, hacen fila desde primera hora de la mañana en busca de un plato de comida. Para la mayoría, es el único alimento del día.

Juceni Rodrigues tiene 8 hijos y “uno que Dios se llevó”. Todos ellos están desempleados y dependen de la comida que cada mañana distribuye la Asociación de Vecinos de Paraisópolis, una enorme barriada donde habitan más de 120,000 personas.

“Necesito ayuda. No recibo nada. La única ayuda que tengo es esto. Ahora no tengo nada en casa, los armarios están vacíos”, lamenta Rodrigues, quien a sus 61 años ayuda a mantener a sus 28 nietos.

Los relatos sobre la falta de comida en la mesa se repiten en la fila.

Regiane Aparecida fue una de las primeras en llegar al centro comunitario. Ella y su marido se encuentran desempleados y mantienen a sus dos hijas con apenas 400 reales al mes (unos US$ 76).

Como otros 56 millones de brasileños, en diciembre dejó de recibir el subsidio otorgado por el Gobierno para paliar el impacto económico de la pandemia del COVID-19, un virus que ya deja cerca de 300,000 muertos en Brasil.

El Ejecutivo del presidente pretende retomar el programa de apoyo financiero a comienzos del próximo mes, pero los valores no han sido del todo definidos y Regiane no sabe cuándo volverá a contar con esa ayuda.

“Todo está caro, el arroz, el frijol. Gracias a Dios que tenemos los tápers. A mí no me importa no comer, pero las niñas...”, afirma.

En la fila espera también Magno Trajano. Salió de prisión en diciembre, en plena pandemia, y no consigue reinsertarse en el mercado laboral. Suplica ayuda, principalmente, un empleo para sobrevivir.

A veces recibe una cesta básica de alimentos, pero ni tan siquiera tiene un fogón donde poder cocinarlos.

“No voy a dejar que la desesperación me lleve a la locura. Voy a tener paciencia”, sostiene.

Donaciones caen en picado

Cuando la pandemia estalló en Brasil, en marzo del 2020, una ola de solidaridad recorrió las favelas del país. En Paraisópolis, las donaciones permitían preparar entonces 10,000 platos diarios de comida para aliviar el hambre de los vecinos.

Ahora, sin embargo, tan solo salen 1,000 platos de comida por día, pero la situación es mucho más crítica. Las ayudas económicas del Gobierno fueron paralizadas temporalmente, el desempleo sigue aumentando y la pandemia se encuentra completamente fuera de control.

Tan solo el martes se registraron más de 3,000 muertes en el país, 1,000 de ellas en Sao Paulo, un nuevo récord diario que refleja el recrudecimiento de la crisis sanitaria.

“La situación en Paraisópolis después de un año está agravada por el hambre y el desempleo. La nueva normalidad son miles de personas desempleadas y con falta de comida en el plato”, asegura el líder comunitario Gilson Rodrigues.

“La ayuda prácticamente paró de llegar desde final del año pasado y ahora es cuando más la necesitamos”, agrega.

Rodrigues actúa como una especie de alcalde de esta inmensa favela colindante con Morumbi, uno de los barrios más ricos de la capital paulista. Pese a su proximidad, el abismo que les separa es inmenso.

Desde las callejuelas de Paraisópolis se vislumbran los imponentes rascacielos con piscinas privadas en sus terrazas, mientras en la “comunidad”, como en el país se refieren a las favelas, la fila del hambre aumenta a medida que avanza la pandemia. Es el reflejo de la desigualdad en Brasil.