Un mito omnipresente que circula en las redes sociales sostiene que muchas personas no pueden vacunarse, no deberían vacunarse o no son elegibles debido a afecciones médicas. Incluso los principales medios de comunicación a veces nos dan esa impresión. Una columna de opinión reciente del New York Times, por ejemplo, afirmó que además de los que rechazan las vacunas, “... millones más, por supuesto, son niños menores de 12 años y quienes no pueden hacerlo por problemas de salud subyacentes”.
Es cierto que hay millones de niños, pero ¿quiénes son estos otros millones, o quizás menos de millones, que no deben vacunarse por problemas de salud subyacentes? Mucha gente podría pensar que está en este grupo, y no por indicación de ningún médico.
Alfred Kim, médico que se especializa en trastornos inmunológicos en la Universidad de Washington en San Luis, me dijo hace varios meses que algunos de sus pacientes inmunodeprimidos tenían miedo de recibir las vacunas, pero que las vacunas no representaban un peligro particular para ellos. El peligro era que pudieran enfermarse de coronavirus a pesar de estar vacunados, pero no había duda de que sería mejor vacunarse.
Art Krieg, también especialista en trastornos inmunológicos, estuvo de acuerdo. Cuando le pregunté si había algún problema de salud que hiciera que la vacuna no fuera aconsejable o que pudiera “excluir” a alguien, dijo: “Por supuesto que no; no hay ningún problema de salud que haga que se desaconseje la vacunación”.
Podría haber un sector intermedio donde las personas y sus médicos tengan la libertad de elegir si recibir la segunda dosis o no, o que se les permita cumplir con los requisitos de vacunación con una sola dosis de los regímenes de dos dosis. Esto es diferente a la afirmación de que una multitud de personas en Estados Unidos quieren desesperadamente una vacuna, pero no pueden recibirla razones médicas.
Un grupo al que se ha considerado eximir de las vacunas o administrarle solo una dosis son los adolescentes, ya que los datos muestran que la vacuna tiene un riesgo levemente elevado de miocarditis, una inflamación potencialmente peligrosa del corazón, especialmente después de la segunda dosis. Es poco habitual que ocurra dicho efecto adverso, pero también lo es que los adolescentes presenten síntomas graves de COVID-19. Si bien los Centros para el Control de Enfermedades de EE.UU. dicen que es adecuado administrar la vacuna a las personas que contrajeron miocarditis después de la primera vacuna, varios expertos no están de acuerdo.
Otro grupo que razonablemente podría eximirse serían las personas que han padecido COVID-19, aunque estas personas no están excluidas de la vacunación bajo ninguna circunstancia. Krieg dijo que las investigaciones que analizaron los niveles de anticuerpos descubrieron que las personas que habían padecido COVID-19 tenían un décimo de los anticuerpos que las personas que han sido completamente vacunadas. Agregue a eso el hecho de que algunas personas podrían pensar erróneamente que han tenido el virus, y también existe la posibilidad de que la carga viral en aquellos que padecieron la enfermedad de forma asintomática no haya sido suficiente para desarrollar inmunidad.
Entonces, las personas que dieron positivo, pero no se enfermaron mucho, dijo Krieg, “realmente necesitan la protección de una vacuna que brinde respuestas inmunitarias mucho más fuertes que la protección natural que la mayoría de las personas obtienen después de contagiarse”.
Se sabe que las vacunas inducen una mejor inmunidad que la enfermedad, dijo Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas y profesor de pediatría en el Hospital de Niños de Filadelfia. Las vacunas contra el virus del papiloma humano y el tétanos son dos ejemplos. También dijo que deseaba que se recopilaran mejores datos comparando la inmunidad obtenida de las infecciones naturales con la de las vacunas, y observando las tasas de contagio, hospitalización y muerte. Algunos expertos han llegado a la conclusión de que las personas que han tenido COVID-19 deberían recibir solo una dosis de las vacunas de ARNm, que normalmente requieren dos.
Las únicas personas que según Offit podrían considerarse médicamente excluidas son las que están parcialmente vacunadas, pero que tuvieron una reacción alérgica grave a la primera dosis. Pero ¿cuán común es eso?
Le pregunté a Elizabeth Phillips, médico del Vanderbilt Medical Center que se especializa en alergias. Dijo que los datos iniciales sobre los trabajadores de la salud mostraron que la manifestación grave de alergia conocida como anafilaxia se presentó en aproximadamente 11 de cada millón de personas vacunadas. Pero ahora que las vacunas han llegado a la población en general, la cifra parece ser más cercana a 5 en un millón.
Me contó que previamente durante el despliegue de las vacunas, ella y su equipo fueron llamados para observar a las personas en posible riesgo debido a su historial de reacciones alérgicas. Después de examinar a 29,000 personas con antecedentes de reacciones alérgicas, identificaron tres casos que justificaban un retraso y todos los demás fueron vacunados de forma segura. A los tres se les hicieron más pruebas y luego se les vacunó sin incidentes.
“Todavía hay muchas preguntas sin respuesta”, dijo Phillips, “pero tenemos una idea bastante clara de cómo gestionar esto de forma segura”. Un estudio actual masivo sobre reacciones alérgicas realizado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) podría proporcionar datos útiles si a las personas se les ofrece una tercera dosis en los próximos meses.
Phillips también ha estudiado a personas que tuvieron una reacción alérgica grave a la primera dosis de las vacunas de Moderna o Pfizer. En una muestra de 159 de esas personas en el estudio, la mayoría recibió la segunda dosis sin reacción adversa. Aproximadamente el 20% tuvo una reacción alérgica a la segunda dosis, pero respondió rápidamente al uso de antihistamínicos. La revista de la Asociación Médica Americana publicó los resultados el mes pasado.
Es un dato importante, ya que muchas personas necesitan estar completamente vacunadas para llevar a cabo sus trabajos en hogares de ancianos o en el sector del cuidado de la salud, y el estudio mostró cómo manejar el riesgo de alergia.
¿Qué significan estos hallazgos para los responsables de comunicar información de salud pública? Si bien puede parecer una buena intención motivar a las personas sanas a que se pongan sus vacunas para proteger a este mítico grupo de personas que no pueden hacerlo, podría ser contraproducente. Si las personas suponen erróneamente que, independientemente de las condiciones de salud que tengan, se encuentran entre aquellos excluidos de la vacunación, están empeorando los riesgos para ellos mismos y para quienes intentan ayudarlos.