
Jamaica ha invertido decenas de millones de dólares en reforzar sus defensas costeras mediante la plantación de manglares, la construcción de muros de contención y el fortalecimiento de la infraestructura urbana. Pero nada de eso fue suficiente para resistir los vientos de 298 kilómetros por hora y la marejada de cuatro metros del huracán Melissa, que destruyó miles de viviendas, arrasó carreteras y puentes, anegó campos agrícolas y derrumbó la red eléctrica.
“La magnitud y la velocidad de los huracanes de categoría 5 superan hoy la capacidad para la que fueron diseñados la mayoría de los sistemas”, dijo por correo electrónico Stacy-ann Robinson, profesora asociada de ciencias ambientales en la Universidad de Emory, en Atlanta.
En Black River, en el oeste de Jamaica, por ejemplo, parte de un muro costero colapsó, contribuyendo a la inundación que dañó más de dos tercios de los edificios del histórico poblado. Las pérdidas aseguradas en el país podrían superar los US$ 4,000 millones.
El paso del huracán Melissa puso en evidencia los desafíos financieros y prácticos de adaptarse a tormentas caribeñas cada vez más frecuentes y destructivas, impulsadas por el cambio climático, que golpean de manera aleatoria y tienden a estancarse sobre tierra, inundando los interiores montañosos de las islas.
Mientras los delegados se reúnen esta semana en Brasil con ocasión de la cumbre COP30, el paso devastador de Melissa por el Caribe resalta el debate sobre cuánto deberían pagar las naciones industrializadas —responsables de la mayor parte del calentamiento global— para ayudar a los países en desarrollo a adaptarse al cambio climático y compensarlos por las pérdidas y daños crecientes.
Los compromisos de las naciones ricas para financiar la adaptación al cambio climático de los países en desarrollo ya están flaqueando. Un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicado el mes pasado reveló que en 2023 las naciones desarrolladas aportaron US$ 26,000 millones para financiar la adaptación, muy por debajo de la meta anual de US$ 40,000 millones fijada para 2025, y lejos de los US$ 310,000 millones a US$ 365,000 millones que la ONU estima necesarios cada año hacia 2035.
“Esta COP debe acordar un paquete de adaptación que tenga como eje central un nuevo objetivo de financiación”, señaló Kalani Kaneko, ministro de Relaciones Exteriores de las Islas Marshall, la semana pasada en Brasil. “Porque les digo, en las Marshall nuestras necesidades de adaptación son enormes”.
Mientras tanto, la amenaza de los fenómenos meteorológicos extremos crece en un momento en que las naciones del Caribe se encuentran bajo presión financiera debido al aumento de la deuda, lo que limita su capacidad para desarrollar resiliencia ante los fenómenos meteorológicos extremos, dijo Robinson, quien es jamaicana.
“El cambio fundamental es considerar la adaptación no como una inversión puntual, sino como una estrategia de desarrollo a largo plazo, que trate la resiliencia como un bien público y no como un riesgo privado”, sostuvo Robinson, autora principal del informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
El filántropo y cofundador de Microsoft Corp., Bill Gates, expresó recientemente una visión similar al pedir una reevaluación de las estrategias climáticas, afirmando en una publicación que “el desarrollo es adaptación”.
“Los países ricos y de ingresos medios somos los que causamos la gran mayoría del cambio climático, y debemos ser quienes demos un paso adelante e invirtamos más en adaptación”, escribió Gates.
No es suficiente
Aunque Melissa activó el pago de un bono catastrófico por US$ 150 millones a Jamaica y el país puede acceder a otros recursos, aún enfrenta un déficit de varios miles de millones de dólares para reparar los daños.
Greg Guannel, director del Caribbean Green Technology Center de la Universidad de las Islas Vírgenes, dijo que las limitaciones presupuestarias y el aumento de los costos de construcción obligan a Jamaica y a otras naciones a elegir estratégicamente los proyectos de reconstrucción.
“En las islas pequeñas solo se tiene una oportunidad para una gran obra de infraestructura, y debe durar décadas”, señaló. “Hay que pensar más allá de la función de resiliencia e incluir cómo puede resolver otros problemas, como energía o espacios verdes”.
Es posible construir infraestructura en el Caribe capaz de resistir huracanes de categoría 5, aseguró Jorge González-Cruz, profesor de la Universidad de Albany, Universidad Estatal de Nueva York, e integrante de una iniciativa regional para ayudar a los países caribeños a adaptarse al cambio climático. Pero advirtió que el financiamiento es escaso y existen prioridades en competencia.
Jamaica ha instalado diques, espigones —estructuras que protegen las playas del oleaje— y otras defensas costeras en todo el país, incluso en las zonas que se encontraban en la trayectoria del huracán Melissa. Por ejemplo, el país tiene en marcha un proyecto de US$ 5 millones para rehabilitar los espigones que protegen el litoral de Montego Bay, pero esto no impidió que Melissa inundara este popular destino turístico.
Parte del problema en toda la región es que los esfuerzos de adaptación suelen ser “impulsados por donantes y de corto plazo, lo que dificulta mantener los resultados una vez que finalizan los ciclos de financiamiento”, dijo Robinson. Lo necesario, añadió, es incorporar los proyectos de adaptación a la planificación y el presupuesto nacional de largo plazo.








