Este mes se cumple el 30º aniversario del real brasileño, un logro significativo que resalta tanto la promesa como los límites de las reformas.
Por un lado, la creación de la nueva moneda fue un éxito. Recuerdo haber visitado Río de Janeiro a principios de los años 1990 y haber sentido la hiperinflación. Intenté mantener la mayor parte de mi dinero en dólares; si llegaba a tener algo en moneda brasileña (entonces se llamaba cruzeiro real), me proponía gastarlo de inmediato. En 1990, la tasa de inflación en Brasil era del 2,948%.
Afortunadamente, los economistas y otros reformadores llegaron al rescate y diseñaron un plan eficaz para la estabilización monetaria. Brasil primero creó una unidad llamada URV, y cambió los contratos y precios a la nueva unidad contable. Luego, se introdujo una nueva moneda, el real, con un valor igual al de la URV y aproximadamente igual al dólar estadounidense. Eso creó la perspectiva de una moneda nueva y más estable.
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La parte crucial de las reformas fue un plan creíble para la estabilidad fiscal. Brasil no estaba atravesando una hiperinflación sin motivo; más bien, el dinero recién impreso era necesario para cubrir los gastos gubernamentales que se habían prometido. Entonces, para que las cifras cuadraran sin hiperinflación, el Gobierno brasileño llevó a cabo algunos recortes presupuestarios, privatizó algunos activos, transfirió ciertas funciones a los Gobiernos estatales y locales e hizo promesas constitucionales y legislativas dirigidas hacia un presupuesto equilibrado.
Funcionó. En 1995, la tasa de inflación había bajado al 66% y hoy ronda el 4%. Se aplicó la fórmula económica de libro de texto para solucionar una hiperinflación, y fue todo un éxito. El ajuste causó una recesión grave, pero en tales situaciones es mejor terminar con el tema de una vez, en lugar de una solución más dolorosa más adelante. Y si bien la moneda brasileña se ha debilitado últimamente, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva está tratando de abordar el problema con mayores restricciones de gasto.
En Argentina, el presidente Javier Milei es muy consciente de que necesita seguir un camino similar. Brasil ha demostrado que una economía latinoamericana puede introducir y sostener una reforma importante.
Sin embargo, el final de esta historia no es del todo feliz. Durante varios años, el crecimiento de la economía de Brasil ha sido inferior al 1%, aunque recientemente superó el 2%. El país tiene abundantes recursos naturales, mucho talento humano, algunas empresas y universidades excelentes y ningún enemigo geopolítico natural. Aun así, su crecimiento económico ha sido mediocre. Brasil debería poder lograr un crecimiento anual del 4% al 6%.
Las causas de este crecimiento decepcionante son variadas y sujetas a controversia. Entre los posibles culpables están la corrupción, el exceso de proteccionismo, una economía demasiado dependiente de los recursos naturales, un sistema educativo poco confiable y, tal vez, una pérdida de dinamismo económico. En los años dorados de finales de los 60 y principios de los 70, Brasil registraba tasas de crecimiento muy altas, alcanzando el 14% en 1973, por lo que es posible un desempeño extremadamente bueno.
Nadie, y menos yo, está diciendo que hoy Brasil estaría mejor con una nueva dosis de hiperinflación. Sin embargo, también es difícil negar que los límites de la reforma se han vuelto evidentes. La mayoría de las características de un país son difíciles de cambiar en el corto o incluso en el mediano plazo, aunque los reformadores cuenta con —en esencia—, el guion correcto.
Las reformas usualmente tienen un gran impacto cuando todo un sistema económico disfuncional es retirado de golpe. Polonia sufrió durante décadas bajo el comunismo, pero desde su terapia de choque orientada al mercado de principios de la década de 1990, ha crecido de manera constante y se está acercando a los niveles de vida de Europa occidental. China, Vietnam y Estonia también han realizado cambios fundamentales, y en su mayoría para mejor.
Lamentablemente, el escenario de Brasil (un éxito modesto) es más común. El TLCAN solidificó la democracia mexicana y ayudó a desarrollar un sector manufacturero en el norte del país. Pero esto no ha hecho que México se parezca en nada a los tigres asiáticos.
Nueva Zelanda inició algunas reformas bastante radicales y en su mayoría exitosas en la década de 1980, pero la brecha en los niveles de vida entre Nueva Zelanda y Estados Unidos no se ha reducido. Nueva Zelanda es un país pequeño alejado del resto del mundo y ningún cambio de política puede alterar eso.
No me malinterpreten: la estabilidad monetaria de Brasil es digna de celebración. Al mismo tiempo, la economía de Brasil está creciendo mucho más lentamente de lo que debería. A veces, lo mejor que se puede esperar de cualquier reforma es que no empeore las cosas. Y a veces —incluso a menudo—, eso ya es todo un logro.
Por Tyler Cowen
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