El poder suave es muy importante para un país como el Reino Unido, que pronto tendrá que vivir de su ingenio fuera de la Unión Europea a media que descubre que los acuerdos comerciales ventajosos son tan difíciles de encontrar como el Snark, de Lewis Carroll. Quizás la respuesta para enarbolar esa bandera británica se encuentre en la “firma” más longeva del país, la familia real, además de las delegaciones comerciales o la reciente remodelación del “Boris Force One”, del primer ministro Boris Johnson.
Lamentablemente, tanto la marca de Boris Johnson como la de Windsor han sufrido un duro golpe recientemente. Pero algunos de los miembros de la familia real, el príncipe William y Kate Middleton, aún tienen mucho que ofrecer.
Sin duda el país necesita ayuda. El Reino Unido siempre ha sido líder en asegurar una buena opinión global, en gran medida a través de sectores culturales y universidades de clase mundial, pero esta opinión se ha estado desinflando recientemente. El año pasado Francia superó al Reino Unido en la clasificación de poder suave mundial de Portland, mientras que el Reino Unido cayó al cuarto puesto en el índice de marcas de Naciones, por detrás de Estados Unidos, China y Japón.
El poder de marca nacional es un gran negocio. La inversión directa extranjera, el turismo y la atracción de estudiantes internacionales dependen de este factor cultural y político gratificante, unido al respeto por la integridad institucional y el poder intelectual. Con el golpe a un “Reino Unido global” debido a la incertidumbre del brexit y a una respuesta bastante pésima a la crisis sanitaria del COVID-19, algunos temen que el Reino Unido esté perdiendo su brillo.
La percepción es importante. Por ejemplo, aunque el Reino Unido tiene más documentos de investigación científica citados que Alemania o Japón, se supone que va a la zaga de ambos países. Quizás el trabajo de la Universidad de Oxford sobre una vacuna contra el virus pueda cambiar el panorama. Incluso el atractivo de Londres como capital mundial del teatro y las artes ha quedado amenazado por unas torpes restricciones del coronavirus. Los bares y restaurantes ya pueden abrir; pero los teatros del West End aún están a oscuras. Esta semana, el Gobierno ha introducido un paquete financiero de más de mil millones de libras para ayudar a las artes y los espectáculos en vivo, pero Alemania y Francia han proporcionado sumas que eclipsan esa cifra.
A medida que emergemos de las crisis de COVID-19 y el brexit, el país necesita urgentemente embajadores de “marca” atractivos.
¿Puede Johnson hacer frente a este reto? El primer ministro es un famoso ejemplo del sentido del humor británico, pero no todos los extranjeros entienden ese humor en particular. La moralidad de la canciller alemana, Angela Merkel, en este momento es más apropiada y más apreciada. Una medida del poder blando es la capacidad de trabajar con otros Gobiernos. Sin embargo, las negociaciones comerciales del Reino Unido después del brexit con Bruselas son tormentosas y la relación especial con Washington solo recibe un interés intermitente de una Casa Blanca en este año electoral.
Dado el limitado atractivo de la clase política (no todos los países están encantados con la idea de una próxima visita del Secretario de Relaciones Exteriores británico), la familia real sigue siendo la principal atracción del Reino Unido.
Casi 2.000 millones de personas vieron la boda del príncipe Harry y Meghan Markle. Los millones de estadounidenses e indios pegados a sus pantallas de televisión superaban a los nativos leales. La joven pareja real, que disgustó a muchos tradicionalistas por sus opiniones “concienciadas”, estaba en sintonía con las preocupaciones de los jóvenes sobre raza, género, identidad sexual e historia. Nada nuevo: la reina Isabel II discrepó con su poderosa primera ministra, Margaret Thatcher, sobre la importancia de la Commonwealth y apoyó una línea más firme contra el apartheid de Sudáfrica.
Lamentablemente, el duque y duquesa de Sussex han buscado el exilio voluntario en una súper mansión de California, perseguidos por la furia vengativa de periódicos sensacionalistas. Entretanto, el hijo favorito de la reina, el príncipe Andrew, está sumido en el escándalo de Jeffrey Epstein y la amiga mutua de ambos hombres, Ghislaine Maxwell, está bajo la custodia de los federales. Una fotografía de Maxwell descansando con el actor Kevin Spacey en los tronos de la reina y el príncipe Felipe en Buckingham Palace resulta muy vergonzosa. El príncipe Carlos proclamó hace mucho tiempo que la realeza debería reducirse a un pequeño núcleo activo, pero hasta el último escándalo de su hermano hizo poco para hacer realidad esa ambición.
Sin embargo, los Windsor todavía tienen un activo de oro: William y Kate. El duque y la duquesa de Cambridge llevan con éxito las relaciones publicas, una pareja perfecta que cumple fielmente sus deberes a pesar del escrutinio de una prensa mundial que busca fallos con entusiasmo a la vez que ofrece adulación.
En mis reuniones con el príncipe William, he descubierto que es una figura más fuerte y afilada de lo que sugiere su imagen pública o su voz de tono suave. No es ningún tonto. Muchas de sus críticas están dirigidas a organizaciones como Facebook Inc., que creen que pueden tratarlo con condescendencia fácilmente o desviarlo de sus preocupaciones sobre los efectos perjudiciales de las redes sociales en la salud mental de los jóvenes.
Esa firmeza quedó en evidencia cuando su hermano, durante tanto tiempo compañero de armas después de la muerte de su madre, Diana, pareció abandonar la reserva y se embarcó en una guerra contra la prensa. En el improbable lugar de un pub del sur de Londres, durante un partido televisado de fútbol de Inglaterra contra la República Checa, William, de esa manera indirecta que habla la realeza, me dijo que ya no podía “abrazar el hombro de su hermano”. No mucho después, el príncipe Harry se marchó a Estados Unidos.
No subestime la importancia de William para la marca británica. El secretario de Relaciones Exteriores ve su importante atractivo y el de su esposa. El exprimer ministro David Cameron y el ex ministro de Economía, George Osborne, confiaron en ellos para ayudar a cortejar superpotencias emergentes de Asia, China e India, así como a viejos amigos y aliados. La gira de la pareja por la India de Narendra Modi en 2016 tenía el objetivo de calmar su temor de que Gran Bretaña priorizase el favor de Pekín y para contrarrestar el propio intento de Merkel de ganar negocio de la India.
A nivel nacional, el Reino Unido está bajo la amenaza de un Partido Nacional Escocés cuyo prestigio ha crecido durante la crisis del coronavirus: las encuestas de los últimos seis meses han mostrado un apoyo mayoritario a la independencia de Escocia. El año pasado William fue nombrado Lord Alto Comisionado de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia, y Kate había comenzado a hacer visitas aéreas al norte de la frontera antes de las medidas de aislamiento. Con tantos miembros de la realeza en semijubilación, una pareja trabajadora todavía está tratando de proteger la marca del Reino Unido.