Sameer, Omar o Anas apenas habían dejado la adolescencia atrás cuando estalló la guerra en Siria. Asediados en unas ciudades inaccesibles para los periodistas extranjeros, se convirtieron rápidamente, gracias a sus fotos, en los “ojos” que mostraron al mundo las atrocidades cometidas en su país.
Como ellos, decenas de sirios a los que nada parecía haber predestinado para el periodismo fotográfico trabajan hoy para las grandes agencias de prensa internacionales.
“Al comienzo de la revolución, en 2011, mis hermanos mayores publicaban en las redes sociales fotos de las manifestaciones contra el régimen, tomadas con su celular. Rápidamente, yo también empecé a hacerlo”, cuenta Sameer Al-Doumy en Perpiñán, en el sur de Francia. Él es el único representante de los 16 fotógrafos sirios a los que el festival de fotoperiodismo “Visa por l’image” ha dedicado una exposición.
En Duma, su ciudad, un bastión rebelde cercano a Damasco que fue sitiado por las tropas de Bashar Al Asad desde 2013, el joven se vio obligado a abandonar sus planes de hacerse dentista. Desde entonces, se volcó en una única obsesión: documentar todo lo que allí ocurría, desde los bombardeos a la intimidad de los habitantes en los refugios.
En aquel momento, “estaba claro que enviar a Siria a periodistas extranjeros no era en absoluto razonable, pues estaban en el blanco de secuestros o asesinatos”, explica el redactor jefe de fotografía de la AFP, Stéphane Arnaud.
Así las cosas, la Agence France-Presse (AFP) organizó un taller de formación en Turquía con una quincena de “periodistas ciudadanos” para “enseñarles las bases del fotoperiodismo y explicarles cuáles eran las expectativas de la agencia y sus reglas generales”, añade.
Una decena de jóvenes se profesionalizaron y se convirtieron en colaboradores regulares de la AFP. “Eran esenciales para seguir asegurando una cobertura equilibrada tanto en las zonas progubernamentales como en las rebeldes”, indicó Arnaud.
“Aliviar el hambre”
Anas Alkharboutli, que tenía 20 años cuando empezó el conflicto, fue contactado por la agencia de prensa alemana DPA.
“Estaba estudiando para ser ingeniero. Pero la vida, o más bien la guerra, trastocó mis planes”, cuenta por teléfono el fotógrafo, radicado en la provincia siria de Idlib, que está fuera del control del régimen.
En una de sus fotos expuestas en Perpiñán, se ve a dos mujeres rodeadas de niños en medio de un refugio en ruinas, inclinadas sobre una cazuela. “Eso fue durante el sitio de Guta Oriental [cerca de Damasco] y esas madres de familia estaban cociendo hierbas para aliviar el hambre de los niños”, recuerda Anas.
En otra imagen, Sammeer Al-Doumy inmortalizó a Oum Mohammad, una mujer de unos 60 años, bebiendo café en su apartamento, destrozado por un bombardeo.
“Es una mujer extraordinaria. Estando herida, se ocupaba de su esposo, paralizado, se desvivía para encontrar agua, alimentos, y por la noche tomaba clases para aprender a leer y a escribir”, explica, emocionado, Sameer.
El joven asegura que está mucho más orgulloso de “estas fotos de habitantes ordinarios sobreviviendo dignamente a las atrocidades que de sus tomas más ‘sensacionales’”.
Los sueños “más locos”
Y, sin embargo, fue gracias a una serie de fotos de varias personas rescatadas in extremis de unos escombros que Sameer Al-Doumy, en la actualidad refugiado en Francia y colaborador de la AFP, fue galardonado con un World Press Photo en 2016.
Unos éxitos que “prueban que todos esos jóvenes se merecían que nos ocupáramos de ellos, que confiáramos en ellos”, sostiene Hasan Mroué, uno de los responsables de fotografía de la AFP para la región de Oriente Medio y África del Norte.
“A veces se puede pensar que un periodista extranjero tratará un tema con más ‘objetividad’, pero que un local cuente el sufrimiento de sus conciudadanos es una forma importante de mostrar las cosas”, según él.
Omar Haj Kadour, un fotógrafo que se quedó en Idlib, está orgulloso de haber cumplido varios de sus sueños “más locos: convertirse en fotoperiodista, ganar un premio internacional [el Gran Premio Varenne JRI en 2018] y que expongan [su trabajo] en ‘Visa por l’image’”.
“Me queda uno: ver por mí mismo mis fotos expuestas en el extranjero”, agrega, confesando que en ocasiones se siente “prisionero en su propio país”.
Pero el fotógrafo se hizo una promesa cuando empezó la guerra: “el mundo debe conocer las tragedias que suceden aquí a puerta cerrada. Y hasta que la guerra no haya terminado, mi deber es dar testimonio hasta el final”.
Esa guerra que ya ha entrado en su undécimo año y que ha dejado cerca de 400.000 muertos y empujado al exilio a millones de sirios, según la ONU.