Un progresivo deterioro económico, el endurecimiento de las sanciones de Estados Unidos y la pandemia del coronavirus han marcado los tres años de presidencia de Miguel Díaz-Canel, el sucesor de Raúl Castro cuya prioridad es preservar la continuidad del modelo socialista de partido único en Cuba.
Tras asumir la presidencia en el 2018, el primer gobernante de Cuba en 62 años sin apellido Castro ni uniforme militar ocupa desde hoy el otro gran puesto de poder en el país: primer secretario del Partido Comunista cubano (PCC).
Nacido en 1960 en Placetas (Villa Clara, centro), Díaz-Canel lidera una renovación generacional más amplia en el PCC, con la premisa de garantizar la continuidad del sistema establecido por Fidel Castro hace seis décadas.
El nuevo primer secretario aseguró tras asumir el timón del PCC que seguirá consultando con Raúl Castro, de 89 años, “las decisiones estratégicas del futuro de la nación”.
Graduado de ingeniería electrónica en 1982, Díaz-Canel comenzó su carrera política en 1987 en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), la cantera del PCC, como profesor universitario. Era una época de relativa prosperidad, cuando Cuba gozaba del auspicio de la extinta URSS.
Siete años después, tras pasar de la UJC al PCC, fue designado primer secretario del Partido en Villa Clara, donde dejó una impronta de dirigente cercano en los duros tiempos del Periodo Especial, la mayor crisis económica de la Cuba moderna.
En el 2003 dio un paso de gigante: ingresó en el todopoderoso Buró Político del PCC.
Ya estaba en la mira del general Raúl Castro que, entonces, alabó su “alto sentido del trabajo colectivo” y “sólida firmeza ideológica”.
Llegó al Gobierno en el 2009 como ministro de Educación Superior, y en el 2013 ascendió a primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, puesto que mantuvo hasta que Raúl Castro le cedió la presidencia en el 2018.
Con su nombramiento también se incorporó al Estado cubano por primera vez en seis décadas la figura de la primera dama. Su esposa, Lis Cuesta, comenzó a ser denominada así por los medios estatales en sus apariciones públicas.
Díaz-Canel tiene un hijo y una hija de su anterior matrimonio, ambos músicos y sin cargos políticos.
Desde el liderazgo dejó clara su intención de dar continuidad a las políticas de Castro, que había iniciado reformas económicas con pequeñas aperturas a la iniciativa privada pero manteniendo el monopolio del Estado sobre los sectores estratégicos.
El inicio de su presidencia comenzó con una tragedia: el peor accidente aéreo de los últimos 30 años en la isla con 112 muertos y solo una superviviente en mayo de 2018 en La Habana.
En un gesto que recordó a los modos de Fidel Castro, el recién estrenado presidente se personó rápidamente en el lugar del siniestro. En los dos siguientes años el trabajo sobre el terreno, con giras por las provincias, ha sido una constante y ha servido para que los cubanos lo conozcan más.
Poco antes, Díaz-Canel estrenaba su agenda presidencial con las visitas de dos de sus principales socios: los mandatarios de Venezuela, Nicolás Maduro, y de Bolivia, Evo Morales.
A finales de octubre emprendió un viaje para afianzar lazos con los dos mayores aliados de Cuba fuera de la región. Su reunión con Vladimir Putin en Moscú culminó con un acuerdo de cooperación económica y en Pekín pactó con Xi Jinping impulsar los lazos “de amistad”.
Las limitadas inversiones de ambas potencias en Cuba fueron contrarrestadas por las acciones del más reciente archienemigo del Estado cubano y su líder: el expresidente estadounidense Donald Trump.
Trump endureció el embargo de Estados Unidos con un goteo continuo de sanciones coronado, al final de su mandato, con el reingreso de Cuba en la lista de patrocinadores del terrorismo.
Como respuesta a la hostilidad estadounidense, Díaz-Canel hizo lo mismo que sus antecesores: protestar por las vías diplomática y mediática. Y si bien ha tenido tan poco éxito como ellos, fue el primero en hacerlo a través de las redes sociales.
Fue durante su mandato cuando el acceso a Internet finalmente se generalizó en Cuba, con la llegada de los datos móviles a finales del 2018.
El primer presidente “tuitero” de Cuba dedica gran parte de sus publicaciones al “cruel” y “genocida” embargo, llamado “bloqueo” en la isla. Entre sus temas favoritos también destacan la defensa del socialismo y la Revolución, la reivindicación de su sistema de salud y alabanzas a Fidel Castro y al héroe nacional José Martí.
Aunque la situación financiera de Cuba era ya apurada, el primer aprieto económico serio para el gobernante llegó en otoño del 2019 y lo llevó a ponerse ante las cámaras para explicar al país que se avecinaba una crisis de combustible que atribuyó a la “persecución” estadounidense al suministro de petróleo a la isla.
En el 2020, la pandemia empeoró las cosas, la crisis se profundizó y comenzaron a escasear todos los productos.
Al faltar divisas para importarlos, el Gobierno implantó el pago exclusivo en dólares en parte de la red comercial, una impopular medida que el presidente también defendió ante el público alegando que era inevitable y, en todo caso, temporal.
También le ha tocado encabezar la Tarea Ordenamiento, un plan de choque aplicado este año que supuso el aumento de salarios y precios, la unificación monetaria y una aún mayor dolarización del comercio con la consiguiente devaluación de la denominación local, el peso cubano.
Con la crisis también aumentó el descontento ciudadano, se multiplicaron las críticas al Gobierno en las redes sociales, y surgieron grupos de jóvenes contestatarios como el 27N, un colectivo de artistas que pide libertad de expresión y el cese del hostigamiento a opositores.
Mientras las autoridades extremaban la vigilancia policial, las detenciones, interrogatorios y arrestos domiciliarios, Díaz-Canel ha acusado a los disidentes de ser “mercenarios” a sueldo de Estados Unidos.
El presidente se presentó, vestido con un conjunto deportivo de Cuba, en un parque público donde se había organizado una concentración de jóvenes en defensa del sistema frente a esos movimientos “subversivos”.
Díaz-Canel ha negado rotundamente que en Cuba se violen los derechos humanos pese a las críticas de instituciones como la Eurocámara y la OEA y de organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch a las que La Habana también considera al servicio de Estados Unidos.