Por Mac Margolis
Es difícil atravesar una plaza o un parque en las metrópolis suramericanas sin encontrarse con "El Libertador" Simón Bolívar, su espada en alto y sobre su caballo de bronce. ¿Pero quién se acuerda de Arnoldo Gabaldón?
El epidemiólogo venezolano luchó contra la malaria con mapas, laboratorios de campo, quinina y ejércitos de fumigadores puerta a puerta, de modo que Venezuela se convirtió en un pionero de la erradicación de la malaria en áreas densamente pobladas.
Gabaldón estaría sudando en su cama hoy en día. Medio siglo después, Venezuela ha vuelto a ser un criadero de malaria, pero también de miserias transmisibles como el VIH/SIDA o el Zika. Enfermedades olvidadas como la difteria o el sarampión arrasan.
La lepra, la tuberculosis y la fiebre tifoidea regresaron, junto a nuevos virus propagados por mosquitos como el dengue, el Zika y el chikunguña. Los casos nuevos de VIH crecieron 24% entre el 2010 y 2016.
Ahora, la peor crisis humanitaria en América corre el riesgo de convertirse en una emergencia para el hemisferio, a medida que casi 3 millones de refugiados y migrantes venezolanos llevan sus patógenos por todo el continente.
La mala salud de Venezuela no sorprende: el desastroso gobierno chavista de Nicolás Maduro ha hecho un desastre de la economía y la infraestructura nacional. Los apagones en serie y la escasez de suministro han devastado los hospitales, donde el personal de enfermería se ve obligado a ventilar manualmente a los pacientes intubados y a reutilizar los guantes quirúrgicos desechables.
Un tercio de los médicos venezolanos ha abandonado el país desde el 2014, de acuerdo con la Federación Médica Venezolana.
A eso, sumémosle el costo de la estupidez humana global: inundaciones severas, probablemente relacionadas con el cambio climático disruptivo, han forzado a los venezolanos a almacenar agua en sus casas; un criadero perfecto de aedes aegypti, el mosquito que propaga el dengue, el chikunguña, la fiebre amarilla y el Zika.
Para el 2016, los cuatro tipos de dengue circulaban por todo el país. La financiación por persona para poblaciones en riesgo de contraer malaria de Venezuela era la menor de América después de Perú y Guyana Francesa. Tan mal está la atención básica que las venezolanas embarazadas prefieren arriesgar sus vidas y huir de la República Bolivariana chavista antes que dar a luz en su país.
Pero cuando los migrantes viajan, también llevan enfermedades que los vecinos de Venezuela pensaban que ya habían derrotado. Luego de registrar un caso de sarampión entre el 2008 y 2015, Brasil reportó más de 10,000 infecciones el año pasado. La mayoría de los pacientes padecían sarampión genotipo D8, la cepa dominante en Venezuela. La epidemia venezolana también ha sido vinculada a brotes en Argentina, Colombia, Ecuador y Perú.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que un brote de malaria en Venezuela fue responsable de 84% del incremento en las infecciones en América en el 2017. Venezuela en sí misma representaba el 53% de todos los casos reportados a nivel regional en el 2016 y 2017.
"El éxodo humano ha sido un éxodo de enfermedad. El contagio es una de nuestras exportaciones más prolíficas", me dijo el patólogo de enfermedades infecciosas venezolano Alberto Paniz-Mondolfi, miembro de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela. Como muchos de sus colegas que trabajan en condiciones precarias, Paniz-Mondolfi improvisa.
Para hablar conmigo, tuvo que ir a una clínica en el centro de Venezuela que funciona a gas natural, un refugio en un país asediado por los apagones. Afortunadamente, los vecinos de Venezuela están mejor preparados para lidiar con los brotes peligrosos.
En las últimas décadas, muchos han progresado en la lucha contra las enfermedades debilitantes y letales. No obstante, el colapso venezolano también ha dejado a los profesionales de la salud en la oscuridad; el Ministerio de Salud dejó de publicar su alguna vez respetado boletín de salud en el 2016. Para los vecinos de Venezuela, su desaparición implica que la evaluación y el tratamiento de los refugiados es una adivinanza mortal.
"Vemos casos de enfermedad encefálica en la frontera con Brasil que parecen virales, pero nadie sabe con seguridad", asegura Aileen Chang, investigadora de arbovirus en la Escuela de Medicina de la Universidad de George Washington, quien ha estudiado la crisis venezolana. "Para la malaria, se toma sangre y se busca parásitos en el microscopio. Cuando se tiene un virus y no se sabe qué es ni lo que hace, y no hay un método barato y rápido para diagnosticar, no hay ninguna preparación".
Lidiar con virus como el dengue es particularmente problemático. Propagado por mosquitos con una alta capacidad de adaptación que se crían en aguas limpias y quietas, pican de día y florecen en los barrios poblados, el dengue viaja con facilidad y está maravillosamente bien adaptado a la caótica Latinoamérica urbana. Seis epidemias golpearon Venezuela entre 2007 y 2016, en comparación con 4 epidemias en los 16 años previos, según un estudio reciente en The Lancet Infectious Diseases.
El apagón estadístico de Venezuela y el crónico bajo reporte de infecciones también significan que los brotes cada vez más frecuentes apuntan a una amenaza más grande. "Los mosquitos se desplazan unos cuantos cientos de metros en toda su vida; pero las personas viajan cientos de kilómetros si caminan, miles si viajan en barco, en bus o en avión", asegura Donald Shepard, economista de salud de la Escuela Heller de la Universidad de Brandeis.
Lo peor es que muchas personas –incluidos la mayoría de los afectados por el dengue y hasta 80% de los afectados por la malaria– portan la enfermedad pero no se enferman. "Cuando las personas se desplazan llevan los virus con ellos, incluso sin saberlo", dice Duane Gubler, experto en nuevas enfermedades infecciosas y profesor emérito de la Escuela de medicina Duke-NUS, en Singapur. "Los virus mutan a medida que pasan por los humanos, lo que a veces incrementa la aptitud del virus y crea potencial epidemiológico".
Por ende, no sorprende que el dengue y la malaria hayan estallado en la frontera con Colombia, una tierra de nadie donde los forajidos merodean, los mineros ilegales buscan oro y luego se llevan sus ganancias y sus contagios a casa, y las guerrillas de resistencia como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el Ejército de Liberación Nacional deambulan.
"Es un lugar difícil para trabajar como médico o trabajador de la salud", asegura Martin Llewellyn, quien estudia enfermedades propagadas por vectores en la Universidad de Glasgow. "Es una herida abierta justo en una frontera crítica".
Cuando el contagio se difunde, también lo hace la miseria. El dengue únicamente costó US$ 1,842 millones globalmente en el 2016 –el doble que en el 2013– debido a muertes, mala salud, discapacidades, tratamiento y rehabilitación, descubrió Shepard en un estudio reciente. Y Venezuela ni siquiera alcanzó a entrar en los 10 países más afectados.
Afortunadamente, los avances científicos están generando nuevas herramientas promisorias. Una vacuna contra el dengue se encuentra en fase de ensayos clínicos avanzados, y se está trabajando en mosquitos que porten la bacteria Wolbachia, la cual inhibe el virus. Sin embargo, la ciencia por sí sola no detendrá el virus. "La mejor herramienta para el control de mosquitos puede implementarse en un país sin infraestructura de salud y no será suficiente", afirma Gubler.
"El problema del refugio podría desaparecer en unos años, pero el problema real –el movimiento de virus y contagios a través del transporte moderno– seguirá ahí".
En resumen: la disfuncionalidad de Venezuela se ha convertido en una exportación que amenaza la vida y representa un riesgo para la estabilidad y la prosperidad regional. "Somos doctores, académicos e investigadores. No podemos invocar invasiones ni intervenciones internacionales", dice Paniz-Mondolfi. "Pero sin infraestructura, suministros médicos ni electricidad, no podemos hacer nuestro trabajo. Las autoridades del mundo deben reconocer la emergencia en Venezuela antes de que se convierta en una tragedia continental".
El lado positivo es que la diplomacia en América es más robusta que nunca, y casi todos los vecinos de Venezuela están presionando al régimen de Maduro para que se haga a un lado, permita más ayuda humanitaria y mitigue el sufrimiento. Esperemos que tengan éxito: el mejor monumento que podría construirle Latinoamérica a Arnoldo Gabaldón es la restauración del legado que construyó en su patria.