En el interior de Argentina, la oficina de Mario Pizarro pareciera ser un santuario para China. En un lado está una foto enmarcada de un campesino chino con la cara de Pizarro superpuesta debajo del sombrero cónico de granjero. En el otro una estatua de Buda sonriente con túnica azul. En otro, un aerogenerador modelo de una empresa china con una inscripción en inglés y mandarín que dice así: “Crear nuestro futuro juntos”.
Pizarro, de 62 años, es el secretario de Energía de Jujuy, una provincia en lo alto de los Andes que limita con Bolivia y Chile. Con vistas a un río, su edificio de oficinas es ordinario, incluso maltrecho, pero los proyectos que él y sus colegas supervisan son todo lo contrario. Y el único país que los ha hecho posibles es China.
La tecnología y el dinero chinos ayudaron a construir una de las plantas de energía solar más grandes de América Latina en Jujuy, donde cientos de miles de paneles se esparcen sobre el desierto como fichas de dominó gigantes. Las cámaras de seguridad chinas protegen los edificios gubernamentales en la capital provincial. Los servidores zumban en una planta de almacenamiento de datos china. Debajo de remotas colinas escarpadas y vastos lagos salados se encuentran vetas de cobre, litio y zinc, las materias primas de la tecnología del siglo XXI, incluidas las baterías de automóviles eléctricos de fabricación china.
Para nadie es un secreto que China ha estado invirtiendo durante este siglo recursos en Sudamérica, socavando el dominio histórico de Estados Unidos y convirtiéndose en el socio comercial número uno del continente. Pero si bien el enfoque internacional se ha centrado en los últimos años en las empresas de China en África y Asia, un cambio importante ha pasado particularmente desapercibido en el enfoque del país hacia Latinoamérica: volverse local para expandirse y fortalecer su control financiero.
En lugar de enfocarse en los líderes nacionales, China y sus empresas han construido relaciones desde los niveles más bajos. Solo en 2019, al menos ocho gobernadores y cuatro vicegobernadores brasileños viajaron a China. En un discurso de septiembre de 2019, Zou Xiaoli, embajador de China en Argentina, dijo que el impulso de la infraestructura de su país estaba ayudando a integrar a América Latina en el mercado global. “China brindará un fuerte apoyo al desarrollo económico y social de Argentina”, señaló.
Como ilustra la provincia argentina de Jujuy, ninguna región es demasiado remota para su escrupulosa atención. Quizás con un toque de hipérbole, Gabriel Márquez, director ejecutivo de un centro de investigación y desarrollo de litio en Jujuy, describe la efectividad del enfoque: “Por ejemplo, tenemos a este sencillo gobernador de Argentina que tiene el número de Xi Jinping en su teléfono”.
Recientemente, EE.UU. ha intentado contrarrestar a China, en parte, al enfatizar el riesgo de comprar tecnología de compañías controladas por el Estado que podrían usarse con fines civiles y militares, como el espionaje. En la región sureña argentina de la Patagonia, por ejemplo, una empresa china construyó un centro de control de misiones espaciales.
Juan González, director principal para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU., asegura que China está tratando de expandir su huella de seguridad nacional. “Parte de nuestro compromiso es garantizar que los Gobiernos tomen las decisiones correctas para su propia seguridad y desarrollo”, dijo.
Cynthia Arnson, directora del programa latinoamericano del Wilson Center de Washington, dice que ese tipo de preocupación no desalentará a los Gobiernos locales. “Debemos proporcionar alguna alternativa”, dice ella. “Dólar por dólar, EE.UU. nunca podrá igualar los grandes bolsillos de los bancos de inversión chinos”.
En la capital de Jujuy, San Salvador, una ciudad de cerca de 300.000 habitantes donde peatones buscan refugiarse del calor subtropical a la sombra de magnolios y palos de rosa, se percibe el entusiasmo. “Muchos funcionarios del Gobierno me dijeron que eso de lo que estábamos hablando, un parque solar de 300 megavatios, era imposible”, dijo Pizarro, secretario de Energía. “Hoy ya no es un sueño sino una realidad”. Sobre el aumento de la producción solar y de litio a través de la inversión china, agregó: “No tenemos techo”.
Por mucho tiempo, Latinoamérica ha sido el foco de grandes potencias. En los siglos XV y XVI, España y Portugal dividieron la región para la explotación colonial. Después de que las revoluciones nacionales del siglo XIX crearan Estados independientes, EE.UU. promulgó la doctrina Monroe, que requería que las potencias europeas consideraran el hemisferio occidental como la esfera de influencia estadounidense. Hasta bien entrada la década de 1980, Washington respaldó golpes militares y envió tropas a los vecinos soberanos del sur.
Esta interferencia inspiró resentimiento antiestadounidense, y abrió las puertas a China. Durante las últimas dos décadas, mientras EE.UU. se concentraba en las guerras en Afganistán e Irak, China se movía hacia el hemisferio occidental con una velocidad, así como con fuerza financiera y política, excepcional. Gran parte de la inversión de China comenzó a principios de siglo durante la llamada marea rosa, cuando los partidos de izquierda llegaron al poder en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela.
China ha comprado tanto cobre, carne de cerdo y soja, y ha construido tantas carreteras, trenes, redes eléctricas y puentes, que ha superado a EE.UU. como el mayor socio comercial de Sudamérica y es ahora el mayor comerciante individual con Brasil, Chile, y Perú. Una empresa china lidera un grupo que está construyendo el metro en la capital colombiana de Bogotá. El gigante energético chino State Grid Corp. es dueño de la empresa que suministra electricidad a más de 10 millones de hogares brasileños. En febrero, Argentina anunció que China financiaría más de US$23.700 millones en proyectos de infraestructura.
Desde 2012, el presidente chino, Xi Jinping, ha visitado América Latina 11 veces. Durante sus dos mandatos, el presidente de EE.UU. Barack Obama estuvo allí 12 veces; Donald Trump solo una. Hasta ahora, Joe Biden no ha visitado la región.
No obstante, EE.UU. no se rinde. En 2019, Ivanka Trump viajó a Jujuy cuando era asesora principal de su padre. Hace un año, el Gobierno estadounidense prestó a Ecuador US$3.500 millones para que saliera de la deuda china con la condición de que dejara de comprar tecnología clave procedente del país asiático. En septiembre, Daleep Singh, asesor adjunto de Seguridad Nacional de EE.UU., visitó Colombia, Ecuador y Panamá para promover una alternativa a la iniciativa de construcción de infraestructura global de China, conocida como “Iniciativa de la Franja y Ruta de la Seda”. El plan de EE.UU., llamado “Build Back Better World”, tiene como objetivo ofrecer financiamiento de infraestructura con términos competitivos y en formas que promuevan una política ambiental sólida, buenas normas laborales y transparencia.
Un episodio durante la Administración Trump muestra por qué EE.UU. tendrá dificultades para superar a China. En agosto de 2019, apenas unos meses después de que iniciara su mandato, el gobernador de São Paulo, João Doria, exempresario, buscaba atraer empleos y desarrollo a casa. Así que abrió la primera oficina comercial de su estado en el extranjero, en Shanghái.
Días antes de realizar un viaje a China, Doria recibió a una delegación estadounidense en la mansión del gobernador. El entonces secretario de Comercio, Wilbur Ross, le imploró que evitara la inversión china, particularmente en relación a la red inalámbrica 5G. Doria, rival del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, aliado de Trump y duro crítico de China, no quedó impresionado. “Le dije que la decisión había sido local”, dice Doria. “No se trata de una decisión nacional, no es una decisión de Bolsonaro”.
La oficina de Shanghái conduciría a una victoria para São Paulo: un contrato con la china Sinovac Biotech Ltd. para producir su vacuna CoronaVac, la primera vacuna de Brasil y, durante meses, la más utilizada contra el COVID-19.
A principios de 2021, con el covid fuera de control y las vacunas chinas volviéndose tan necesarias, la Administración de Bolsonaro señaló que no excluiría a la empresa china Huawei Technologies Co. de la competencia 5G. Al final, la empresa no participó, pero los operadores brasileños han confiado en su tecnología hasta en un 40% de sus redes existentes. Excluir a Huawei probablemente habría disparado los costos.
En un inicio, Bolsonaro descartó la vacuna CoronaVac e impidió que su Ministerio de Salud comprara un millón de dosis en octubre de 2020, al tiempo que la sometía a ensayos clínicos en São Paulo. “El pueblo brasileño NO SERÁ CONEJILLO DE INDIAS DE NADIE”, tuiteó. Las muertes por covid forzaron un cambio radical. Al verse obligado, en enero del año pasado, Bolsonaro contactó al Gobierno chino y le solicitó millones de dosis de CoronaVac y materiales para producir otras vacunas. “La posición de China es: no me importa si su presidente me odia o no”, dijo Thiago de Aragão, jefe de estrategia de la consultora política brasileña Arko Advice. “Es extremadamente pragmática”.
Por otro lado, Mauricio Claver-Carone, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, dice que China ofrece créditos más baratos, por lo que empresas de otros países muchas veces desisten de competir. Claver-Carone, exasesor sénior de Trump sobre América Latina, también advierte sobre los riesgos de seguridad nacional: “Lo último que necesitan los países es volverse dependientes de contratos secretos y actores no transparentes como las empresas estatales chinas”.
Tales preocupaciones son un “problema de países ricos”, dijo Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales en la Fundación Getulio Vargas en São Paulo. “Algunos países no pueden darse el lujo de pensar en posibles resultados negativos en el futuro si tienen frente a ellos un problema muy urgente”.
Cuando China comenzó a enfocar su atención en Latinoamérica, Jujuy estaba lista. En la década de 1990, Argentina revisó su Constitución y otorgó a las provincias un mayor margen de maniobra para guiar sus economías y forjar lazos internacionales. Jujuy, a 1.400 kilómetros de la capital argentina de Buenos Aires, comenzó a distanciarse del Gobierno central y buscó manejar sus propias relaciones con los vecinos dentro de Argentina, así como en Chile y Bolivia.
La región sigue siendo una de las más pobres de Argentina, y es reconocida principalmente por sus plantaciones de tabaco y azúcar que salpican sus laderas. Sin embargo, Jujuy, que tiene una población de 770.000 habitantes, tiene algunas ventajas clave. Los mineros pueden extraer litio de sus salinas de gran altitud, de color blanco brillante, más fácilmente que en Bolivia o Chile. También está situada en una encrucijada privilegiada. El camino que sube hasta la planta solar construida por China, Cauchari, continúa hacia el oeste, cruzando los Andes hasta Chile y llega a la costa del Pacífico. Al este, Jujuy une Argentina con Paraguay y luego con Brasil.
A principios de la década de 2000, y con la ayuda inicial de Alemania, Jujuy desarrolló pequeños proyectos solares cuando la demanda china de litio comenzaba a aumentar, según Alejandro Safarov, decano de relaciones internacionales en el campus de Jujuy de la Universidad Católica de Santiago del Estero. “Cuando China cambió su geopolítica, Jujuy realmente comenzó a abrir su mente”, dice Safarov mientras almuerza empanadas de carne frita y humitas, una especialidad regional que consiste en una bola de masa envuelta en hojas de maíz.
En 2014, un año después de que Xi revelara la iniciativa china “Franja y Ruta de la Seda”, el Gobierno de Jujuy abrió su primera oficina en el extranjero. Dos años después, Pizarro, el entonces secretario de Energía, viajó a China con la delegación que negoció un préstamo de US$330 millones para Cauchari. El banco estatal de importaciones y exportaciones de China ofreció una tasa de 3% cuando sus pares occidentales exigían alrededor del 8%. En 2020, la planta comenzó a producir electricidad. Los líderes locales tienen el ambicioso objetivo de finalmente triplicar su capacidad, a 1.000 megavatios, lo que la convertiría en una de las plantas solares más grandes del mundo.
Pizarro, al igual que su gobernador regional, ha estado en China varias veces. A Pizarro, un notario de formación, que usa anteojos de montura negra y habla con un marcado acento del norte de Argentina, le gusta que las cosas se concreten. Con los ingresos de la energía solar está financiando escuelas para los pueblos indígenas respetando lo que esos grupos llaman la Pachamama o la Madre Tierra.
Es extraordinario que una provincia en Argentina pueda tener ambiciones internacionales. En 2020, el Gobierno federal dejó de pagar los bonos que vendió a Wall Street, y todavía debe decenas de miles de millones de dólares al Fondo Monetario Internacional. “La economía de Argentina es tan calamitosa que solo los aventureros como China pueden hacer negocios aquí”, dijo Carlos Oehler, quien dirigía la empresa provincial de energía y minería Jemse. También se reunió con cinco delegaciones chinas interesadas en las salinas de litio y los depósitos de magnesio de Jujuy. “Jujuy está empezando a soñar con convertirse en un jugador global independiente”, señaló.
Jujuy es el hogar de una empresa australiana-japonesa que figuró como el segundo productor de litio de Argentina en 2015. Minera Exar, de propiedad mayoritaria del gigante chino de baterías Ganfeng, se convertirá en el tercero este año, a medida que se intensifica la carrera entre China y otros países para desarrollar los depósitos de litio en el noroeste de Argentina.
La provincia se asegura de obtener una rentabilidad al adquirir una participación del 8,5% en las minas de litio. Jemse está en conversaciones para nuevos proyectos con interesados de China, Australia y Canadá, dijo el presidente de la empresa, Felipe Alborñoz. Por su parte, funcionarios provinciales también están presionando a empresas como Ganfeng para que abran fábricas de piezas de baterías en Jujuy en lugar de enviar materiales a Asia.
El contraste entre el pasado y el presente de la provincia de Jujuy es sorprendente. La provincia está construyendo un centro para estimular la fabricación relacionada con el litio en las afueras de la capital, San Salvador, en la ciudad siderúrgica de Palpalá. Los nuevos y relucientes almacenes se asientan sobre un terreno cubierto de maleza, a la sombra de la acería oxidada y su torre de refrigeración agrietada.
De vuelta en la ciudad capital, en un día de semana reciente, vendedores venden baratijas en los puestos de una antigua terminal de autobuses. La nueva influencia extranjera les resulta algo desconcertante. “A este ritmo todos nos vamos a volver chinos”, dijo Mirtha Ramos, de 49 años y madre de tres hijos, que vende gorras de diseñador falsas. Nancy Ortega, de 31 años, que trabaja en el puesto de al lado, agregó: “Tengo un amigo en las minas que dijo que los chinos se apropiaron de todo”.