Con demócratas como el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, ¿quién necesita autócratas? Qué mal que Lula quiera pretender que Kiev, la OTAN y la Unión Europea son tan responsables de la guerra genocida de Rusia contra Ucrania como el aspirante a zar en el Kremlin, Vladímir Putin. Qué vergüenza que Lula no haga nada por ayudar a Ucrania.
Lula asumió su antiguo cargo —ya había sido presidente entre 2003 y 2010— hace apenas un mes, tras un período de cuatro años del populista de derecha Jair Bolsonaro, también conocido como el “Trump del trópico”.
Una semana después de que Lula se posesionara, grupos pro-Bolsonaro incluso saquearon edificios federales en Brasilia, una imitación ridícula del ataque en Estados Unidos el 6 de enero del 2021. Cuando las instituciones brasileñas —y Lula— resistieron el asalto, gran parte del mundo democrático sintió un aire de alivio.
Una persona que se alegró en particular fue el canciller alemán, Olaf Scholz. Durante mucho tiempo ha sido de esos líderes “occidentales” que más se han esforzado por trascender las percepciones que ponen de un lado a Occidente y del otro al “resto” en vez de visualizar la política mundial como una competencia entre destinos democráticos y autocráticos.
“Todos estamos encantados de que Brasil esté de vuelta en el escenario mundial”, le dijo Scholz sonriente a Lula durante su visita a Brasilia esta semana. “Se les ha echado mucho de menos”. Lula espontáneamente le dio un abrazo al canciller.
En particular, Scholz quiere ampliar la alianza para apoyar a Ucrania y oponerse a Putin incluyendo a tantos países como sea posible en el “sur global”. El año pasado, por ejemplo, cuando fue anfitrión del Grupo de los Siete, un club de democracias liberales compuesto por economías principales, también invitó a India, Indonesia, Sudáfrica y Senegal.
El mismo objetivo lo llevó esta semana a Sudamérica. Una vez más, Scholz se dio cuenta que cuanto más lejos están los países de Europa, menos urgencia sienten por la guerra en Ucrania. El presidente de Chile, Gabriel Boric, se mostró relativamente comunicativo: “defenderemos siempre el multilateralismo, la solución pacífica de los conflictos y, sobre todo, la validez de los derechos humanos”, dijo tras reunirse con Scholz en Santiago.
El presidente argentino, Alberto Fernández, fue más cauteloso, declinó ofrecer a Ucrania asistencia militar y solo deseó, de manera ligera, la “paz”.
Pero Lula no solo rechazó del todo los pedidos de Scholz, sino que también se desvió por completo. “Brasil no tiene ningún interés en entregar municiones para que sean utilizadas en la guerra”, dijo Lula en su conferencia de prensa conjunta. “Brasil no quiere tener ninguna participación, ni siquiera indirecta”.
Para darse una mejor idea del raciocinio de Lula, ayuda leer sus comentarios en una entrevista con la revista Time el año pasado. “No es solo Putin el culpable”, insistió Lula. “Estados Unidos y la UE también son culpables”, aparentemente por no haber sido más categóricos en descartar la membresía de Ucrania en la OTAN (que ni siquiera se ha discutido desde 2008).
Pero Lula tenía más en mente. Para la mayoría de la gente, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, representa un líder inspirador que hace frente a una invasión brutal. Pero para Lula, no. El presidente brasileño opina que Zelenski es “raro” y se comporta como un sabueso publicitario que pasa de una cámara de televisión a otra, cuando en cambio debería estar “negociando” —presuntamente sobre la capitulación de Ucrania—. “Este personaje es tan responsable como Putin de la guerra”, dijo.
¿Perdón? Una cosa es que los líderes decidan, con base en la “política realista”, que deben mantenerse al margen de un conflicto que consideran —correcta o incorrectamente— irrelevante para sus intereses nacionales. También es justo que países del sur global señalen hacia los largos antecedentes hipócritas de Occidente al elegir por qué tragedias, en qué parte del mundo y bajo qué circunstancias vale la pena ser idealistas y cuáles se pueden ignorar o incluso tolerar.
Pero adoptar y retransmitir las propias narrativas propagandísticas de Putin es inaceptable. Fue solo Putin quien decidió atacar a Ucrania, y quien ha seguido cambiando sus razones por haberlo hecho desde entonces. Al parecer, ahora está luchando contra el satanismo en Ucrania. Es un imperialista y dictador a la antigua, empeñado en subyugar y colonizar a un vecino más pequeño, violando todas las normas internacionales.
Un día, la trágica guerra en Ucrania terminará tras negociaciones. Pero no le corresponde a Lula, ni a nadie más, decirle a un país que lucha por su propia supervivencia que ha llegado el momento de sentarse a negociar con los invasores. Si Lula no puede comprender la geometría moral en Ucrania, Europa y el mundo, no merece que lo tomen en serio.
Por Andreas Kluth