El presidente de Francia, Emmanuel Macron, llegó al poder con un extenso programa liberal y comenzó su mandato con ímpetu reformista, pero se vio frenado por una sucesión de crisis: los “chalecos amarillos”, la pandemia y la crisis ucraniana.
El presidente más joven de la historia de Francia no ha gozado de un instante de tregua desde que el 14 de mayo del 2017, con 39 años, cruzó la puerta del Elíseo.
“Su mandato se ha visto marcado por crisis extremadamente graves y excepcionales”, explica la profesora universitaria Anne-Cécile Douillet, autora del libro “L’Entreprise Macron à l’épreuve du pouvoir” (La acción de Macron ante la prueba del poder), que considera que le llevaron a “renunciar a la agenda que se había marcado”.
Macron afronta la reelección con una paradoja: la mayoría de los franceses desaprueban su mandato, pero Macron aparece en cabeza de todas las encuestas para renovar el puesto en abril.
Las críticas a su arrogancia, al carácter liberal de sus reformas o a no haber cumplido sus promesas se compensan con algunas buenas cifras económicas: deja un país con menos paro, (7.4% de tasa de desempleo frente al 9.6% del 2017), un crecimiento económico robusto y un récord de implantación de empresas extranjeras en suelo francés.
Los primeros meses: “No cederemos a las inercias”
Elegido sin el respaldo de ninguno de los partidos tradicionales del país, el exministro de Economía del socialista François Hollande y exbanquero de negocios comenzó su andadura con un credo: reformar allí donde otros habían fracasado.
La reforma laboral y la empresa pública de ferrocarriles SNCF fueron sus primeros frentes, donde su voluntad de cambio chocó con las profundas inercias del país, según Douillet.
En paralelo, introdujo una ley de moralización de la vida pública, que le costó perder el apoyo de algún aliado, y reformó la fiscalidad de las rentas más altas, lo que le valió el sobrenombre de “presidente de los ricos”.
Los “chalecos amarillos”: “Hemos ido demasiado rápido”
Una parte del país mostró su disconformidad a través del iconoclasta movimiento de los “chalecos amarillos”, surgido en noviembre del 2018, inicialmente como una oposición a la subida de los impuestos de los carburantes y que acabó por aglutinar a todos los descontentos.
Generalmente definidos como un rechazo al poder encerrado en París, se fueron acercando a posiciones de extrema derecha, pero la violencia en sus manifestaciones y su fuerza en la calle, cada sábado a lo largo de un año, pusieron en jaque a Macron.
Las imágenes de los Campos Elíseos en llamas llevaron al presidente a un giro en su impulso reformista y a reconocer que, quizá, había ido “demasiado rápido” en sus reformas.
El presidente retiró algunas de sus iniciativas, acabó con la subida de tasas a los carburantes y aumentó el salario mínimo.
“No dio un giro radical a sus políticas, pero sí cambió su forma de gobernar, menos personalista, más participativa”, indica la profesora.
Pero su propuesta de reforma de las pensiones volvió a colocarle a la defensiva.
El COVID: “Estamos en guerra”
En ese contexto irrumpió el coronavirus y Macron se situó como un “comandante en jefe” que declaró la “guerra contra la pandemia”.
“Asume el papel de jefe de Estado, lo que le coloca en primera línea de las críticas. Su omnipresencia perjudica su imagen”, considera Douillet.
A partir de ese momento, todas sus decisiones perseguían combatir el virus, lo que le llevó a confinar al país en dos ocasiones e introducir medidas restrictivas que marcaron un drástico frenazo de la economía, que vivió la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial.
El liberal Macron se transformó en un “keynesiano” que, con la doctrina de “cueste lo que cueste”, irrigó de millones a los sectores afectados por las restricciones.
En ese contexto, el hombre que celebró su triunfo electoral ante la pirámide de Louvre bajo el himno de Europa, apostó por una respuesta comunitaria a este desafío.
Fue uno de los principales impulsores de la compra conjunta de vacunas o del fondo comunitario de recuperación.
Ucrania: “Los tiempos trágicos están de vuelta”
Cuando la pandemia parecía remitir, la invasión rusa de Ucrania volvió a situarle en el ojo del huracán, porque Macron era el gran valedor a escala internacional del diálogo con Vladímir Putin.
Traicionado por el inquilino del Kremlin, a quien acusó de querer “reescribir la historia” y de revivir en Europa “los tiempos trágicos”, impulsó las sanciones internacionales contra Moscú, pero se mantuvo como el único líder que siguió en contacto con él.
“Eso le ha dado una estatura de estadista que mejora su imagen”, señala Douillet, quien cree que, en el balance general, Macron cuenta ahora con más apoyos de los que tenía en el 2017.