Gretchen Catherwood recuerda el peor momento de su vida, cuando tres infantes de Marina de Estados Unidos y un capellán militar tocaron a su puerta. Ella sabía que eso sólo podía tener un significado.
Su hijo, Alec Catherwood, un infante de Marina estadounidense de 19 años de edad, había muerto en combate en Afganistán, el 14 de octubre del 2010.
Viendo las noticias los últimos días, la madre recordó ese momento como si fuera hoy. Ha visto cómo Estados Unidos se ha estado retirando de Afganistán, mientras el Talibán toma el poder. De repente todas las batallas, todos los sacrificios, parecieron en vano.
Inmediatamente empezaron a aparecer mensajes en su celular: uno del oficial que le participó de la muerte de su hijo; de padres de otros soldados caídos en combate o que se suicidaron después; de los camaradas de su hijo en el Quinto Regimiento del Tercer Batallón de la Infantería de Marina.
Algunas amistades le comentaron que lamentaban que su hijo hubiera muerto en vano. A medida que intercambiaba mensajes con otras familias de soldados caídos, empezó a preocuparse de que el fin de la guerra les generaba dudas sobre el sacrificio realizado.
A ésos, les dijo: “Hay tres cosas que debes saber: Una, no sufriste en vano. Dos, Alec no perdió su vida en vano. Y tres, yo estaré contigo, pase lo que pase, hasta el fin de mis días”.
El Quinto Regimiento del Tercer Batallón de la Infantería de Marina salió de Camp Pendleton, California, en el otoño del 2010 rumbo a Afganistán. Ése llegó a ser uno de los despliegues más sangrientos de la guerra.
El batallón pasó seis meses combatiendo contra el Talibán en el distrito Sangin de la provincia de Helmand, que seguía bajo el dominio de los insurgentes casi una década después de iniciada la campaña militar estadounidense.
Ésa fue la primera misión de combate para Alec Catherwood. Se había incorporado a las filas estando todavía en la secundaria y tan pronto se graduó fue al entrenamiento básico. Luego fue asignado a un escuadrón de 13 hombres comandados por el sargento Sean Johnson.
Johnson quedó impresionado por el profesionalismo de Catherwood: excelente estado físico, sereno psicológicamente y siempre puntual.
“Y tenía apenas 19 años, así que eso era extraordinario”, comenta Johnson. “Algunos de esos chicos apenas saben cómo amarrarse las trenzas de las botas para que no se les grite”, añadió.
Uno de sus camaradas, William Sutton de Yorkville, Illinois, recuerda que Catherwood solía contar chistes incluso en medio de una batalla.
“Alec era un rayo de luz en medio de la oscuridad y ellos nos lo quitaron”, declaró Sutton, quien fue herido de bala varias veces en Afganistán.
El 14 de octubre del 2010, el escuadrón de Catherwood fue embocado por los talibanes. Súbitamente hubo una explosión: uno de los soldados había pisado una mina. Segundos después hubo otra explosión y Johnson vio a su izquierda el cuerpo sin vida de Catherwood.
El batallón regresó a California en abril del 2011. Tras meses de intensos combates, prácticamente le habían arrebatado al Talibán el control de Sangin.
Sin embargo, el precio fue alto. Veinticinco soldados perecieron, más de 200 resultaron heridos, algunos perdieron extremidades, otros sufrieron traumas psicológicos.
Hoy en día, algunos de esos combatientes no pueden interpretar los acontecimientos actuales de otra manera sino que sus esfuerzos, la sangre derramada, las vidas de sus camaradas, todo fue en vano.
“Empiezo a sentirme como se sentían los veteranos de la Guerra de Vietnam, como que no había propósito alguno”, declaró Sutton, hoy de 32 años y quien trabaja en una agencia de asistencia a veteranos en las afueras de Chicago.
“Antes podíamos andar con la frente en alto y decir que fuimos al último reducto del Talibán y les dimos fuerte y todo se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos”, añadió.
Otro excamarada, George Barba, dice que no ha podido esclarecer sus sentimientos sobre lo que está pasando en Afganistán.
“Esto realmente es muy extraño”, dice Barba, de 34 años y quien vive ahora en Menifee, California.
“He visto a mis compañeros enojados, los he visto frustrados, pero esto es diferente, es como si alguien les escupió en la cara”, añadió Barba, cuya esposa está esperando su primer bebé.
Johnson, de 34 años, hoy en día trabaja de chofer en Florida. Dice que hace años Estados Unidos debió haber admitido que las fuerzas afganas nunca iban a poder defender a su propio país.
“En mi opinión, nos debimos haber retirado hace muchos años”, declaró Johnson. “Si es imposible ganar la maldita guerra, ¿qué estamos haciendo allí?”
En el bosque detrás de su casa, Gretchen Catherwood y su esposo Kirk están construyendo un centro de retiro para veteranos de guerra, un lugar donde puedan reunirse y compartir sus traumáticas experiencias.
Lo llamarán el Darkhorse Lodge, con 25 habitaciones, una por cada uno de los compañeros de su hijo caídos en combate. Los antiguos camaradas se han convertido en sus hijos adoptivos, dice Gretchen. Media decena de ellos se han suicidado.
“Me preocupa que esto los va a afectar psicológicamente. Son tan fuertes, tan valientes, pero son de corazón muy grande. Y temo que internalicen esto como si fuese su culpa”, comenta Gretchen. “Dios mío, espero que no vayan a pensar que fue su culpa”, añade.