Irán quiere que el visitante deje la política a un lado y se maraville de sus alfombras decoradas. Siria quiere que se olvide de su brutal guerra y aprenda sobre el primer alfabeto del mundo. Yemen, al borde de la hambruna, está muy emocionada por su miel y su café.
Bienvenidos a la Expo 2020 de Dubái, la primera feria mundial en Oriente Medio con 190 países participantes. No está Afganistán, bajo nuevos gobernantes talibanes que no han hecho acto de presencia.
Dubái ha apostado miles de millones de dólares para construir de la nada la villa de la Expo, una triunfal atracción turística y símbolo de los Emiratos Árabes Unidos: un festín para los ojos diseñado para estar vacío de política y construido bajo la promesa de la globalización. Pero mientras los países utilizan sus pabellones como benignos comerciales, las turbulencias políticas del mundo logran asomar.
“Teníamos una sola bala”, manifestó Manahel Thabet, director del pabellón yemení. “Queríamos presentar a Yemen de una manera diferente para mostrar a la gente y no una agenda política”.
Pero el enrevesado recorrido que siguieron las piezas mostradas, desde el norte controlado por rebeldes al lujoso pabellón con financiamiento emiratí, habla de una Yemen muy diferente. Los comerciantes describieron angustiosas noches a pie con sacos de piedras, especias y miel destinadas a la Expo a través de los campos de batalla de Marib, el último bastión del gobierno yemení y ahora asediado por los rebeldes hutíes, respaldados por Irán.
El pabellón de Myanmar, donde el golpe de Estado militar ha derivado en un sangriento conflicto, muestra un carruaje dorado e invita a los visitantes a sus llanuras salpicadas de pagodas.
El gobierno anterior, que fue derrocado en febrero, había nombrado años antes a un destacado filántropo birmano para dirigir y patrocinar la muestra.
Pero una persona familiarizada con la actividad del recinto, que habló bajo condición de anonimato por temor a represalias, dijo que en las últimas semanas la junta militar ha intentado hacer cambios en la exposición y cambiar el calendario de actividades con la esperanza de celebrar marchas nacionalistas y militares asociadas a los seis meses de feria.
Los organizadores de la Expo, añadió la persona, intentaban impedir el cambio de dirección, pero el destino del pabellón no estaba claro.
Después de que Emiratos anunciara el año pasado que normalizaría sus relaciones con Israel, lo que indignó a los palestinos y puso fin a un prolongado consenso de la comunidad árabe, la Autoridad Palestina declaró que boicotearía la Expo de Dubái.
Y, sin embargo, apenas a dos minutos de paseo desde el arco de espejos levantado por Israel, se alza el pabellón de Palestina. Su amplio exterior está decorado con caligrafía árabe con el mensaje “Ayer se llamaba Palestina. Hoy se llama Palestina”.
La exposición ofrece una experiencia sensorial que invita a los visitantes a tocar jarras de cerámica hechas a mano, ver a vendedores cortando knafeh, un dulce relleno de queso, y oler naranjas de huertas palestinas.
Sin embargo, el pabellón palestino no ha abierto oficialmente al público y los empleados describieron una sucesión de complicaciones para tratar de conseguir autorización de las autoridades israelíes para sacar algunos productos de la ocupada Cisjordania. Cuando se les preguntó qué había provocado el cambio de postura sobre la participación palestina, los trabajadores dijeron que se había decidido que la ausencia palestina en la gran feria sería peor.
Aunque muchos países recibieron invitaciones para participar en la Expo casi en cuanto la candidatura de Dubái salió victoriosa en el l2013, Siria indicó que fue invitada hace apenas dos años, poco después de que Emiratos reabriera su embajada en Damasco en un gesto de mejora de las relaciones con el presidente, Bashar Assad, tras años de devastadora guerra civil. Fue el último país en comenzar las obras.
Los empleados en el teatro con aspecto de caja negra, repleto de lemas inspiradores como “nos levantaremos juntos” y largas explicaciones sobre el antiguo alfabeto de Mesopotamia, lamentaron las prisas de última hora y la falta de fondos.
El diseñador del pabellón, Khaled Alshamaa, comentó que Assad se centra en reconstruir las destrozadas ciudades sirias y que el gobierno ha proporcionado principalmente “apoyo moral”.
Las paredes del edificio están cubiertas de tablillas de madera ilustradas y enviadas por 1,500 sirios de a pie de todo el mundo. Pero los visitantes no verán referencias a la muerte o a los desplazados, algo que según insiste el personal es una feliz coincidencia, no una prueba de restricciones a la libertad de expresión.
Unos retratos en miniatura de Assad y su esposa, Asma, miran desde el mosaico. Otras imágenes de postal muestran instrumentos musicales, ramos de flores y espléndidos desayunos sirios.
“La guerra ha terminado”, manifestó Alshamaa. “Aunque hay sanciones, estamos vivos. Ese es el mensaje que queremos mostrarles”.
Un gran espejo en el pabellón transmite un mensaje más críptico: “Lo que ven no es todo lo que hay”.
Algunas delegaciones con situaciones políticas delicadas han tenido problemas incluso para estar presentes.
No hay rastro de Corea del Norte. El pabellón de Libia, que se sumió en un violento caos tras un alzamiento respaldado por la OTAN en el 2011 en el que el veterano dictador Moamar Gadafi fue derrocado y asesinado, aún huele a pintura fresca. Las vitrinas se ven vacías salvo por gruesas capas de polvo y las pantallas pasan de caricaturas infantiles a escenas fijas de playas de Trípoli.
Hay carteles que apuntan hacia Afganistán, pero su pabellón parece cerrado, nada más que una austera sala de muestras para muebles de oficina.
El gobierno anterior del país había trabajado en el pabellón antes de que el Talibán tomara Kabul en los últimos días de retirada de las tropas estadounidenses el 15 de agosto, forzara al presidente Ashraf Ghani al exilio en Emiratos Árabes y acabara con los planes de la muestra, entre otras cosas.
En la exposición de la República Islámica de Irán, una trabajadora sonríe a los visitantes y señala que su viaje al surrealista parque temático es su primera salida fuera del sancionado país. Aunque en el puesto se ven retratos de líderes pasados y actuales de Irán, la muestra de la potencia chií no hace menciones a la religión ni a otras fuentes de orgullo del país, como sus controvertidos programas nuclear y de misiles.
En su lugar, Irán ha apostado por la artesanía y muestra alfombras persas sin aludir a las sanciones estadounidenses que estrangulan el comercio. Los mercaderes venden dulces de azafrán. Los cocineros aderezan con cuidado unos kebabs. Varios empresarios ensalzan las virtudes de las zonas libres de impuestos.
El pabellón iraní era quizá la mejor metáfora de la Expo. En una sala, los visitantes se asomaban a pequeños agujeros en la pared para ver escenas cotidianas de Irán, donde personas anónimas excavaban en minas de cobre, caminaban tranquilos por calles de poblados y tejían telas coloridas. Los breves vistazos optimistas no dejaban ver nada más, ni nada menos, que lo que el país quería mostrar.