La primera edición del proyecto Vuelta al Mundo ha terminado su recorrido de 23 días por España y Portugal con el objetivo cumplido de una generación de 36 jóvenes iberoamericanos convertidos en activistas sociales y medioambientales.
El programa, financiado por la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid), es un homenaje al marino portugués Fernando de Magallanes, al español Juan Sebastián Elcano y a todos los demás que hicieron posible la primera circunnavegación (1519-1522), al servicio del emperador español Carlos I.
Los participantes, elegidos gracias a un trabajo sobre sostenibilidad medioambiental o social, recorrieron más de 20 localidades, donde aprendieron sobre la hazaña de la primera vuelta al Mundo de la historia (que comenzó como un viaje a la Especiería), pero también conocieron la realidad actual de esos lugares.
En este caso, los jóvenes aventureros iberoamericanos comenzaron y terminaron su particular “vuelta al mundo” en el mismo sitio, la Universidad Autónoma de Madrid, una de las instituciones que auspiciaban este viaje formativo, junto con la Secretaría General Iberoamericana y la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas.
“Ha sido una expedición extraordinaria, única e irrepetible gracias a la gente, su ilusión, entusiasmo y sensibilidad”, resaltó en declaraciones a EFE el director del proyecto, Jesús Luna.
Capaces de transformar el mundo
Procedente de 12 países, los expedicionarios descubrieron en esta aventura que “pueden cambiar el mundo que les rodea”, constató Luna.
“Han tenido la gran suerte de conocer a gente de diferentes culturas y países y han entendido que la multiculturalidad es un motor de entendimiento, de progreso y de paz”, aseguró.
En este sentido, “al igual que la vuelta al mundo” de Magallanes y Elcano “cambió la realidad de la época”, estos jóvenes “pueden darle la vuelta a los problemas” de hoy, consideró Luna.
“Eso ha quedado en el ADN de estos jóvenes, que han crecido como personas, así como ha crecido su compromiso con lo que les rodea, las desigualdades, el medio ambiente y cualquier otra injusticia que puedan observar o sentir”, añadió.
Es uno de los grandes objetivos de esta aventura, que los llevó a la vivir experiencias variadas, como compartir una cena con migrantes africanos, recorrer parte del popular Camino de Santiago o subir a la montaña más alta de la península Ibérica, el pico Mulhacén, de 3,479 metros.
“Esa creencia que tienen ahora es el motor para poder luchar por lo que quieren -sentenció Luna-, creer en sus sueños, saber que las cosas pueden cambiar y que todos los días de su vida son el día que estaban esperando para cambiarlo todo.”
Unos jóvenes dueños de su realidad
Marisa, una de las expedicionarias españolas, este viaje ha sido “necesario” para que tanto ella como sus compañeros se hagan “dueños” de las realidades que viven.
“Aquí se aprende que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita, que la verdadera finalidad es que, con lo mínimo, podemos vivir al máximo; y que lo importante es conocer la verdadera realidad desde dentro porque solo se defiende lo que se ama y solo se ama lo que se conoce”, explicó a EFE.
Por eso, esta experiencia ha sido tan positiva, agrega, ha sido “dar un sí a maravillosas personas que quieren cambiar al mundo, desaprender, agradecer, cambiar, conocer, es un sí que te cambia la vida y te enseña a vivirla”.
Así, recuerda grandes momentos de esta aventura en los que pocos minutos quedaron libres, las horas de sueño se contaron con los dedos de las manos y la intensidad del programa y de la propia convivencia marcaron el camino.
“La vida es para los que sueñan, los que se esfuerzan, este ha sido un viaje con gente que te ilumina, saber que siempre hay alguien que te espera, que te tiende la mano cuando crees que ya no hay más”, resumió.
Ahora solo piensa en el reencuentro: “Es la esperanza que nos anima a seguir, la Vuelta al Mundo no es el principio del fin, sino el fin del principio”.