El presidente francés, Emmanuel Macron, enfrentó desde su llegada al poder, en el 2017, duras protestas contra sus reformas, una pandemia mundial y las consecuencias de la guerra en Ucrania, con el mismo ímpetu con que busca ahora derrotar de nuevo a la extrema derecha.
“Piensen en lo que decían los ciudadanos británicos unas horas antes del Brexit o en Estados Unidos antes de la votación por Donald Trump: ‘No voy a ir, ¿qué sentido tiene?’ Puedo decirles que al día siguiente se arrepintieron”, advirtió recientemente.
Meses antes de llegar al Elíseo hace un lustro, ya advirtió que sería un “presidente jupiterino”, una expresión que, según el diccionario Larousse, evoca el “carácter dominador y autoritario” del dios romano Júpiter. Y no defraudó.
La crisis de los “chalecos amarillos” fue su máximo exponente. Esta protesta, surgida en el 2018 por el alza de los precios del combustible, se extendió por Francia para denunciar las medidas hacia las clases populares de este exbanquero.
La movilización apuntaló su imagen de “presidente de los ricos” y desconectado de la realidad, que se granjeó con polémicas frases como cuando dijo que en las estaciones de tren “te cruzas con gente que ha tenido éxito y personas que no son nada”.
“Creo que llegué (al poder) con una vitalidad que espero seguir teniendo, y con una voluntad de sacudir” el sistema, se justificó en diciembre durante una entrevista sobre su mandato, en la que reconoció “errores”.
“Estamos en guerra”
A partir del 2020, la pandemia de coronavirus acabó con estas protestas en una nueva Francia de confinamientos y mascarillas e impulsó el perfil más “jupiterino” de Macron: “Estamos en guerra” contra el COVID-19, subrayó entonces.
Su gestión personalista de la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial le valió los ataques de la oposición y, pese al recelo inicial de la población, supo ganarse su confianza e imponer polémicas medidas como el pasaporte sanitario.
“Las crisis requieren una hiperpresidencialización. En esos momentos, Macron está como pez en el agua”, a diferencia de cuando el “mar está en calma”, analizaba durante la campaña la periodista Corinne Lhaïk en el diario L’Opinion.
La actual ofensiva rusa en Ucrania representa otra crisis que sacó a relucir el hiperliderazgo del presidente centrista que, pese a fracasar en su intento de evitar la guerra, reforzó su aura internacional entre los franceses.
Ahora está concentrado en evitar el ascenso al poder de Marine Le Pen, su rival ultraderechista en el balotaje del 24 de abril, un objetivo que parece tener asegurado con una ventaja de hasta 12 puntos de intención de voto, según los sondeos.
Este hombre elegante, de esbelta figura y ojos azules era poco conocido hasta su nombramiento como ministro de Economía en el 2014 por el entonces presidente francés, François Hollande, tras ser su consejero económico.
Tres años después, Macron, nacido en 1977 en Amiens (norte) en el seno de una familia de clase media, se convirtió en el presidente electo más joven de Francia, con 39 años, al término de un ascenso meteórico de un hombre con prisa.
“Brillante y carismático”
En 1995, se graduó con honores en el prestigioso liceo parisino Henry IV, tras lo cual obtuvo una maestría en Filosofía. Durante sus años universitarios trabajó como asistente editorial del reconocido filósofo francés Paul Ricoeur.
En su época de estudiante ya era “brillante y carismático”, “buen orador”, “con un perfil a lo Barack Obama”, dijo en el 2016 Julien Aubert, su compañero de la Escuela Nacional de Administración (ENA), el otrora centro de formación de élites.
Para entonces, ya había encontrado al amor de su vida. Con 16 años, se enamoró de su profesora de teatro, Brigitte Trogneux, 24 años mayor y madre de tres hijos, que acabó divorciándose. La mediática pareja que rompe moldes se casó en el 2007.
De resultar elegido, el dirigente europeísta deberá completar su ambicioso programa de reformas interrumpido por la pandemia, en la línea de lo recomendado por la Comisión Europea para estabilizar la economía.
Entre sus promesas para transformar Francia figura el “renacimiento” de la energía nuclear, alcanzar la neutralidad de carbono para el 2050 y su impopular medida de atrasar la edad de jubilación de los 62 a los 65 años, aunque se dijo dispuesto a retrasarla sólo a 64 para atraer al electorado de izquierda.