Lo que para unos es basura o un desecho puede cobrar una nueva vida y contribuir a una causa solidaria gracias al trabajo que llevan a cabo en más de 41 países los activistas del movimiento Emaús.
Fundado en 1971 en Francia por el Abate Pierre, el movimiento, de raíz católica debido a su propulsor, es hoy una marea global con personas de distintas etnias y nacionalidades, explica la delegada general de Emaús Internacional, Nathalie Péré-Marzano.
Actuar contra las causas de la pobreza y ser un motor de transformación son dos objetivos de esta iniciativa mundial que reunió hace una semana en Piriápolis (sureste de Uruguay), por primera vez en América Latina, a unas 400 personas en representación de los miles de participantes con que el movimiento cuenta en todo el globo.
La cara visible más popularizada de su trabajo son las tiendas de segunda mano en las que ropa, muebles o electrodomésticos son comercializados con fines solidarios.
Para mantenerlas abiertas, las personas que integran Emaús buscan en la basura o reciben donaciones de objetos en desuso, los recuperan y, posteriormente, venden todo lo que pueda servirle a alguien.
“Los beneficios obtenidos sirven para acoger a personas de la calle o en situaciones difíciles”, relata Péré-Marzano.
Cambiar la visión sobre la migración
“En Emaús damos trabajo y construimos un espacio para que los migrantes se puedan reconstruir después del viaje, puesto que los caminos que atraviesan son muy peligrosos y difíciles”, destaca la delegada general.
“Tenemos que cambiar la visión hacia los migrantes y cambiar las políticas que crean mucho sufrimiento”, afirma en clara alusión a la realidad europea, continente donde el movimiento recauda el grueso de sus fondos para después volcarlos en proyectos solidarios en otras zonas más necesitadas.
Sin embargo, está situación ocurre también en América Latina, donde el movimiento enfrenta un “fenómeno nuevo” en países como Argentina, Chile o Uruguay, explica Rogelio Coitiño, miembro del consejo de Administración de Emaús Internacional.
Personas de Venezuela, República Dominicana y Haití llegan y “les facilitamos alojamiento, una salida inmediata laboral y los ayudamos a equipar sus casas”, concreta el uruguayo.
Adaptarse al territorio
Sin embargo, la comercialización de objetos no es la única actividad del movimiento que, con presencia en países de África, América, Asia y Europa, se adapta a los contextos locales.
Por ejemplo, “en la India no hay tanta gente que done” y por este motivo los aportes solidarios llegan de otros territorios y se vuelcan al trabajo en cuestiones de salud o capacitación para el trabajo.
“Nos adaptamos a las necesidades de los más vulnerables y también otorgamos microcréditos para que las personas puedan comenzar una actividad que les permita salir de la pobreza”, ejemplifica Péré-Marzano.
“La diversidad es tal que hay tantas formas de organizarse como grupos del movimiento”, complementa Coitiño.
Una de las señas de identidad del trabajo de Emaús radica en que personas que atraviesan situaciones de vulneración de derechos y otras con trayectos de vida más favorables comparten el trabajo codo a codo.
Decisiones colectivas
Las asambleas generales, como la que se cierra este viernes en Uruguay, sirven para intercambiar y organizarse para trabajar solidariamente por la economía ética, la justicia social y la paz.
Esta asamblea enfrenta el reto de diseñar estrategias para “seguir existiendo en este contexto de crisis económica y con la competencia de empresas privadas en la recolección”, explica la delegada general, quien afirma esperanzada que el movimiento tiene que “resistir porque la crisis del COVID agravó los problemas que conocemos”.
Tras varios días de discusiones en la ciudad de Piriápolis, la asamblea se cierra este viernes en Montevideo con la presentación de su informe “Las voces de Emaús”.