Daniel Calaón es como la mayoría de los agricultores de las fértiles llanuras argentinas: un admirador del outsider Javier Milei y de su promesa de impulsar el libre mercado y rescatar a la asediada industria agrícola del país.
Indignado por los Gobiernos que arrebataron unos US$ 200,000 millones de los agricultores solo en las últimas dos décadas para pagar presupuestos inflados, apuntalar el peso y controlar la inflación, Calaón dice que él y casi todos los que conoce que cultivan soja, trigo o maíz en la pampa votarán por Milei en las elecciones presidenciales de este mes.
“Más se mete el Estado, peor nos va”, dijo Calaon, de 44 años, en una entrevista reciente en una conferencia en Rosario, un centro portuario en el corazón agrícola de Argentina. “Hoy están arriba nuestro. Me gustan las ideas de Milei”.
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El sector agrario —que representa el 20% del producto interno bruto— considera que las elecciones son existenciales: su futuro está en juego, y con él el destino de la segunda mayor economía de Sudamérica y su capacidad para competir con el boom agrícola de Brasil.
Los agricultores afirman que los controles cambiarios, los requisitos para vender productos en el país y los altos impuestos sobre lo que envían al extranjero los han perjudicado tanto que el statu quo es insostenible.
Pero también ven mucho potencial, si el Gobierno no se entrometiera.
Y eso es lo que esperan si Milei logra salir del anonimato político para ocupar el sillón presidencial tras el balotaje del 19 de noviembre. Las encuestas muestran una reñida disputa con el ministro de Economía, Sergio Massa, que representa al oficialismo peronista y las políticas que los agricultores aborrecen.
Milei ha ganado adeptos entre los agricultores, pero también entre los jóvenes y otras personas desesperadas por un cambio. Señala lo mal que están las cosas —el peso ha perdido más del 90% de su valor en cuatro años, el país se encamina a su sexta recesión en una década y la pobreza aumenta— y ofrece una solución radical.
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Quiere reemplazar el peso por el dólar estadounidense, lo que podría favorecer el comercio de la soja; ha prometido reducir los impuestos a las exportaciones y permitir a los agricultores vender sus cosechas donde quieran; sobre todo, dice, quiere liberar la economía y dejar que rijan las fuerzas del mercado.
Es un mensaje seductor en la pampa —una estepa de casi 800,000 kilómetros cuadrados desde el océano Atlántico hasta las tierras semiáridas del oeste—, donde los partidarios de Milei dicen que todo lo que necesitan para prosperar es liberarse de las restricciones del Gobierno.
Si lo logran, se desencadenaría una avalancha de exportaciones a compradores asiáticos y una mayor competencia para Estados Unidos y Brasil, lo que podría transformar a los agricultores argentinos en reyes de un mundo en el que la demanda de alimentos sigue creciendo. También reforzaría las entradas de dinero en la economía argentina necesitada de dólares.
Por su parte, Massa ha dicho que no caerá en la trampa de los peronistas que le precedieron y que utilizaron a los agricultores como chivo expiatorio de los problemas económicos. Sus asesores destacan las recientes reducciones de impuestos a productos como el arroz, el maní y el vino, algunas medidas de alivio para agricultores que intentan mantener su negocio tras la peor sequía de los últimos 60 años y la promesa de revisar los aranceles a la exportación de los principales cultivos si gana.
Sin embargo, el proteccionismo y la generosidad del Gobierno han sido claves en la campaña de Massa. Y en un pueblo rural tras otro existe la profunda sensación de que solo una ruptura limpia con el peronismo será suficiente.
“Ando de sol a sol, pero a veces solo cambio la plata”, dice Gonzalo Schulteiss, un agricultor de 30 años de Maciá, provincia de Entre Ríos, que votará por Milei. “Tenemos un potencial infernal, pero no podemos explotarlo”.
Schulteiss no necesita mirar muy lejos para ver cómo podría ser la realización de ese potencial.
A unos 400 kilómetros de Maciá, la agricultura prospera en Brasil, con plantaciones en las sabanas tropicales —a pesar de la oposición de los ecologistas— y nuevas tecnologías que aumentan la producción.
Argentina no ha sido tan dinámica desde hace un siglo, cuando la rápida expansión de los dorados campos de trigo y maíz ayudó a convertir el país en uno de los más ricos del mundo.
Pero tras la II Guerra Mundial, Juan Domingo Perón llegó al poder priorizando las necesidades de la clase trabajadora sobre los intereses empresariales, y redobló la intervención estatal. Las injerencias de Buenos Aires en la agricultura se sucedieron en las décadas siguientes hasta que el sector se estancó.
En cambio, la producción agrícola y cárnica de Brasil se ha más que duplicado en este siglo, gracias a los subsidios y las políticas de apoyo de legisladores favorables.
Brasil también ha adoptado derechos de propiedad intelectual sobre la genética de las semillas. En Argentina, esto no ha sucedido —pagar royalties por utilizar tecnología patentada es un anatema para los agricultores que ya se sienten presionados— por lo que sus plantas de soja producen mucho menos.
Calaón, el agricultor, recordó una época pasada en la que los productores brasileños traían de contrabando variedades de soja de la pampa. Se la conocía como “soja Maradona”, en honor al emblemático futbolista.
“Venían los brasileños a las exposiciones acá y estaban asombrados”, explica Calaón. “Y en 20 años le dieron la vuelta”.
Empresas agroindustriales como Bayer AG se resisten ahora a desarrollar semillas en Argentina.
“El nivel de inversión actual en soja en Estados Unidos y Brasil es cien veces superior al de Argentina”, dijo Rodrigo Santos, jefe de la unidad de ciencia de cultivos de Bayer.
Por supuesto, la agricultura argentina sigue siendo formidable, observada de cerca por las mesas de negociación de Chicago a Singapur.
Normalmente es el mayor proveedor mundial de piensos y aceite de soja para las industrias alimentaria y de biocombustibles; el tercer mayor exportador de maíz, también para rebaños; y produce suficiente carne de vacuno para saciar no solo el apetito de los argentinos, que son los mayores consumidores de carne roja del mundo, sino también el de parte de la creciente clase media china.
Quizás la mayor pesadilla para los productores son los aranceles a la exportación: cuando envían soja a los puertos de Rosario, aproximadamente uno de cada tres camiones que cargan se desvía, en esencia, a las arcas del Gobierno. Los controles que mantienen el peso artificialmente fuerte también reducen en gran medida los ingresos y la inversión.
Milei, que califica los impuestos de robo, promete acabar con toda esa intervención, música para los oídos de los agricultores.
“La verdad, hay que cambiar esta política de Estado”, afirma Javier Mariscotti, un corredor de cereales que votará por Milei. “Le sacas la pata al campo y crece rápido”.
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