Veintisiete días de una travesía “infame” duró el “viaje suicida” que emprendió un exboxeador español, acompañado de dos ecuatorianos, a bordo de un narcosubmarino que acabó hundido frente a las costas gallegas, en el noroeste de España.
El periodista español Javier Romero relata esta peculiar singladura en el libro “Operación Marea Negra” (Ediciones B), la crónica de cómo la primera embarcación de estas características detectada en Europa pasó de ser una operación de narcotráfico a una “cuestión de supervivencia”.
Lo que le atrajo no fue que haya sido el alijo de droga más singular incautado jamás en Europa, relata Romero, sino la propia historia de Agustín Álvarez, el piloto de la peculiar nave, que cruzó el Atlántico con más de 3.000 kilos de cocaína.
Una historia apasionante
“Era una historia apasionante que me apetecía contar”, comenta. El piloto del narcosubmarino, explica, “no era el típico tipo que viene de una familia desestructurada o de un ambiente marginal que le hubiese llevado a la delincuencia juvenil”, ya que no tenía antecedentes.
Le ofrecen este trabajo “por descarte”, porque inicialmente “iba a ir otro chico gallego” que incluso llegó hasta el astillero del Amazonas desde donde partió la embarcación, pero “se echó atrás porque lo que vio no le gustó”.
El español, que ya trabajaba para una organización con “fuertes vínculos” con Colombia, tuvo apenas cinco días para prepararse.
Le acompañaron dos ecuatorianos que lo hicieron por dinero. “Les prometieron US$ 55,000 a cada uno”, apunta Romero, antes de relatar las condiciones “infames” en las que tuvieron que atravesar el Atlántico “y luchando contra los temporales”.
“Piensa en tres tíos corpulentos en un espacio de apenas un par de metros cuadrados durante tres semanas”, subraya, aunque los primeros ocho días fue una travesía “apacible” e incluso “salían a cubierta a estirar las piernas y asearse”.
Pero a partir de ahí, los temporales lo complicaron todo. Y las continuas averías y el hedor que había dentro. De la gasolina, de la cocaína y de sus propias deposiciones, que debían hacer en una bolsa. “Fue un viaje suicida, una cuestión de supervivencia”, añade.
Todo salió mal
El viaje “se torció desde el principio”, pero la recta final fue un desastre. “Todo salió mal, creo que incluso peor de lo que nadie esperaba”, señala.
El desembarco de la droga tenía que haberse hecho a 269 millas de Lisboa. Se iban a encargar profesionales. “Era una organización gallega que debía recoger la mercancía y a los tripulantes y hundir el narcosubmarino, que siempre son de usar y tirar”, afirma Romero.
“Tenían dos planeadoras preparadas pero una de ellas tuvo un fallo en el motor”, explica, lo que retrasó todo el operativo “y el mal tiempo lo complicó todo”, tanto que en plena tormenta “casi mueren aplastados” por un gran buque.
Fue entonces cuando activaron el teléfono satelital para pedir ayuda y eso les delató. La señal la captaron autoridades británicas. Al verse descubiertos, los responsables de la operación “les dijeron que tirasen hacia Galicia”.
La idea era encontrar a alguien en Galicia para que recogiese la droga, “pero nadie aceptó a pesar de que se hicieron suculentas ofertas”. Ya con las fuerzas policiales españolas tras su rastro, “les pidieron lo más difícil todavía”, resume el autor.
Debían llegar, en plena borrasca, hasta la costa para encontrarse con un pesquero. Pero ese plan también fracasó. “Les volvieron a pedir que lo intentasen más al norte, pero les dijeron que no. Ya no eran física ni mentalmente capaces”, relata.
Fue entonces cuando Agustín activó su plan B. “Lo había organizado en Portugal y los dueños de la droga se lo permitieron”, subraya el periodista. Fue cuando recurrió a amigos de la infancia.
A su llegada a Galicia, hundieron el narcosubmarino y trataron de escapar. Pero ya les esperaban las autoridades y poco a poco fueron cayendo.