Por Editorial de Bloomberg
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, encargó a sus agencias de inteligencia investigar si el nuevo coronavirus se escapó de un laboratorio chino. Esto podría arrojar algo nuevo, o no.
Pero, en este momento, el mundo puede estar seguro de algo: los errores con consecuencias potencialmente devastadoras están dentro de la esfera de las posibilidades. Eso debería ser suficiente para que la revisión y mejora de los estándares de bioseguridad en todo el mundo tengan máxima prioridad.
La evidencia de que un error o filtración en el Instituto de Virología de Wuhan haya liberado el virus que provoca el COVID-19 hacia el mundo sigue siendo circunstancial. Pero los investigadores aún no han encontrado la vía por la cual el virus podría haber saltado desde los animales. Claramente, ambas posibilidades deben investigarse a fondo, y China debería ayudar en este esfuerzo con más entusiasmo de lo que lo ha hecho hasta ahora.
Efectivamente, las filtraciones de patógenos peligrosos desde laboratorios sí ocurren. Hasta la fecha, la capacitación y la tecnología no han eliminado el riesgo. En varias ocasiones en el 2003 y 2004, el coronavirus que causa el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) escapó desde laboratorios en Asia. En el 2015, el Ejército de Estados Unidos envió por error ántrax vivo a 86 instalaciones en EE.UU. y el extranjero.
La cantidad de laboratorios que manejan las toxinas y enfermedades más infecciosas está aumentando. Algunos se han involucrado en los llamados experimentos de “ganancia de función”, en los que los investigadores manipulan virus que ocurren naturalmente para ver si pueden volverse más letales y/o más transmisibles.
La poderosa nueva tecnología de edición de genes ha suscitado temores de que algún investigador imprudente o malévolo pueda recrear una enfermedad como la viruela fuera de esas instalaciones.
Las normas y regulaciones no se han mantenido a la altura. Según el Índice Mundial de Seguridad Sanitaria del 2019, elaborado por la Universidad Johns Hopkins, la gran mayoría de los países tiene una puntuación deficiente para las defensas contra la liberación accidental o intencional de patógenos peligrosos.
Las normas varían tremendamente de un país a otro, al igual que la capacitación del personal. No existe un buen sistema para medir la financiación de la bioseguridad o incluso para realizar seguimiento de los accidentes.
La pandemia debería haber dejado en claro que estas brechas deben cerrarse. Será fundamental contar con laboratorios más seguros para detectar y prevenir infecciones emergentes. Como ambición a más largo plazo, debería haber en la agenda de los Gobiernos un pacto mundial que limite el número de laboratorios y los gestione de manera más segura.
Mientras tanto, los principales países investigadores, incluidos EE.UU. y China, deben liderar los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud, entre otros, para desarrollar normas más estrictas que rijan la bioseguridad y la bioprotección. Estas deberían incluir: objetivos sobre cuánto deberían gastar las naciones en supervisión; orientación actualizada sobre la capacitación de personal y el monitoreo de infracciones; y normas y procedimientos de mejores prácticas.
Los Gobiernos deberían adoptar requisitos y sistemas formales de presentación de informes para garantizar el cumplimiento. Deberían gastar conjuntamente en desarrollar mejores técnicas. Y las nuevas amenazas exigen una mayor atención. En particular, los Gobiernos deben discutir si vale la pena realizar experimentos de “ganancia de función” y bajo qué condiciones.
Es posible que nunca se conozcan los orígenes de esta pandemia. Pero el mundo ya puede estar seguro de que se deberían destinar más recursos y una cooperación más estrecha para evitar una próxima.