Por Eli Lake
El Gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se ha esforzado en mostrar su dureza hacia el fortalecimiento militar de Rusia en la frontera de Ucrania. El propio Biden aseguró el miércoles haberle dicho al presidente ruso Vladimir Putin que si ordenaba una invasión, Estados Unidos estaría preparado para desencadenar consecuencias económicas en Rusia “nunca antes vistas”.
Entre las posibles consecuencias de este tipo estaría el excluir a Rusia del sistema Swift para pagos electrónicos internacionales y posiblemente una reimposición de las sanciones estadounidenses a las empresas que trabajan en la construcción del gasoducto Nordstream 2 entre Rusia y Alemania. Biden también amenazó con aumentar los envíos de armas a Ucrania y reforzar las defensas de los aliados vulnerables de la OTAN en la frontera ucraniana.
Queda por ver si algo de esto disuadirá a Putin de invadir Ucrania. Pero incluso si lo hace, la acumulación de tropas de Putin ya le ha valido algunas concesiones iniciales: junto con sus advertencias, Biden le ha ofrecido a Putin lo que la Casa Blanca llama “rampas de salida diplomáticas”.
Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, describió el martes estas vías como un apoyo al proceso de paz, un tanto moribundo, basadas en los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015, además de una invitación para que Putin entable consultas con la OTAN sobre sus preocupaciones sobre la alianza.
Estas “rampas de salida” corren el riesgo de hacer que Putin crea que puede borrar la soberanía de Ucrania a través de la diplomacia. Por su parte, el presidente ruso ya presionó a Biden, según la lectura del Kremlin de su conferencia telefónica del martes, para que le asegure que Estados Unidos se opondría a permitir que Ucrania ingrese a la OTAN.
Por otro lado, los diplomáticos de Putin también han favorecido una interpretación de los acuerdos de Minsk que otorgaría a los separatistas respaldados por Rusia en Lugansk y Donetsk una autonomía casi total del Gobierno central en Kiev, al tiempo que niega que alguna de sus fuerzas esté en esas regiones.
Kurt Volker, quien se desempeñó como enviado del expresidente Donald Trump a las negociaciones de paz de Ucrania, me dijo que dejó en claro que Estados Unidos interpretó los acuerdos de Minsk en el sentido de que Rusia tendría que retirar sus fuerzas y desmantelar las milicias ilegales que apoyaba antes de que Ucrania diera a Lugansk y Donetsk un estatus político especial.
La opinión de Rusia sobre sus obligaciones en virtud del acuerdo “en realidad socavaría la soberanía de Ucrania y recompensaría a Putin por el ataque a Ucrania que inició en 2014″, señaló Volker.
Por su parte, la Administración Biden no ha ofrecido públicamente una visión detallada de su propia interpretación de los acuerdos de Minsk, aparte de decir que apoya las negociaciones y, más en general, la integridad territorial de Ucrania. El Gobierno estadounidense también ha dicho que espera utilizar esas negociaciones para reducir las tensiones dentro de Ucrania y buscar un posible cese el fuego u otras medidas de fomento de la confianza.
No obstante, ofrecer consultas con la OTAN y renovar la atención de Estados Unidos sobre el proceso de Minsk es en sí mismo una concesión para Putin. Para empezar, ratifica que Rusia ha sido un actor de buena fe en las conversaciones de paz durante los últimos siete años. Pero Ben Hodges, excomandante del Ejército estadounidense en Europa y miembro de Pershing en el Centro de Análisis de Políticas Europeas, dijo que Rusia ha socavado el acuerdo en los últimos años al frustrar los intentos europeos de monitorear los puntos conflictivos en la guerra de Ucrania. Hasta el día de hoy, Rusia niega que sus fuerzas estén en Lugansk y Donetsk, por lo que argumenta que no puede retirar las tropas que no están allí.
En cuanto a la OTAN, la posición de Rusia es bien conocida: quiere garantías de que Ucrania y otras ex repúblicas soviéticas no puedan nunca unirse a la alianza. Organizar una reunión de alto nivel con Rusia sobre el posible futuro de Ucrania en la OTAN solo sembrará más dudas sobre cuánto está dispuesto a arriesgar Occidente para proteger lo que queda de la soberanía ucraniana. También daría legitimidad a las demandas de Putin, cuyo objetivo es romper la alianza, no reorganizarla.
Es necesario que Biden actúe con cautela: resulta casi obvio que Estados Unidos y Europa deben disuadir a Putin de iniciar otra guerra contra su vecino. Sin embargo, el precio de esa disuasión podría al final ser la independencia de Ucrania.