Podría no ser la batalla que buscaba, pero el presidente Joe Biden está llamado a enfrentarse a Donald Trump.
Biden se ofreció como guardián de la democracia estadounidense en un discurso visceral el jueves en el que se refirió a los horrores del asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021, con el que se pretendía anular su victoria electoral del 2020.
La negativa de Trump para aceptar la realidad de su derrota desató una conspiración que estuvo a punto de destrozar el sistema de gobierno de Estados Unidos y que, un año más tarde, sigue repercutiendo en la sociedad.
“No busqué esta pelea, que fue traída a este Capitolio hoy hace un año, pero tampoco voy a rehuirla”, declaró Biden en su discurso de 25 minutos desde el Statuary Hall, donde los agitadores habían deambulado un año antes. “Me mantendré en esta brecha. Defenderé esta nación. Y no permitiré que nadie ponga una daga en la garganta de la democracia”.
Pero incluso según lo ha reconocido él mismo, la presidencia de Biden ha estado moldeada por su predecesor y ha sido una respuesta a éste.
A sus 75 años y en pleno duelo por la muerte reciente de su primogénito, el exvicepresidente decidió reincorporarse a la vida pública para luchar por el “alma de Estados Unidos” tras ver cómo Trump se deshacía en elogios hacia algunos de los supremacistas blancos durante una protesta violenta en Charlottesville en el 2017.
Biden venció a rivales más novedosos y populares en unas disputadas primarias del Partido Demócrata en el 2020 con la promesa de que era el más capaz de vencer a Trump. Y fue juramentado al cargo apenas dos semanas después de la violenta insurrección porque convenció a los estadounidenses de que podía dejar atrás cuatro años turbulentos y construir con miras al futuro.
En su discurso del jueves, Biden no mencionó el nombre del expresidente. Sin embargo, lanzó comentarios y reprimendas dirigidas directamente a Trump y al Partido Republicano, que cada vez más se moldea a su imagen.
Trump, dijo Biden, no es sólo un expresidente, sino uno derrotado cuyo “ego lastimado le importa más que nuestra democracia”.
Refutó la “gran mentira” de Trump —tres de ellas, en realidad— y sus intentos por seguir sembrando dudas en torno al desarrollo de unas elecciones que incluso el propio secretario de Justicia del expresidente y los jueces que él eligió determinaron que fueron justas y estaban libres de faltas significativas.
Se burló del autodenominado patriotismo de quienes atacaron a la policía e irrumpieron en el Capitolio, así como del hombre que les inspiró a hacerlo. “No puedes amar a tu país sólo cuando ganas”, declaró Biden.
Al cumplirse el aniversario, Biden efectuó su condena más enérgica de su predecesor, luego de un primer año en el puesto en el que intentó, a menudo sin éxito, evitar hablar del “tipo anterior”.
“Estoy cansado de hablar acerca de Donald Trump”, señaló cuando llevaba cuatro semanas en la presidencia. “No quiero hablar más de él”.
Pero en el último año, Trump ha pasado de ser un paria sometido dos veces a juicio político a un autoproclamado presidente en el exilio, y su control sobre el Partido Republicano es ahora más fuerte que cuando dejó el cargo.
Trump ha emprendido una campaña agresiva para expulsar de su partido a los pocos republicanos dispuestos a condenarlo. Y ha amasado recursos económicos con el objetivo de volver a ocupar la Casa Blanca en el 2024.
Es una paradoja para el presidente: con frecuencia Biden suele tener sus momentos más destacados cuando se enfrenta a Trump, pero hablar sobre el expresidente también sirve para elevar a éste en la conversación nacional.
Bien podría haber una revancha en el 2024. Biden, que ha manifestado su intención de postularse a un segundo período, declaró a la cadena ABC el mes pasado que es aún más probable que se presente de nuevo a las elecciones si Trump está en la candidatura del Partido Republicano.
Pero al mismo tiempo ya se está llevando a cabo un intento para modificar la forma en que se llevan a cabo las elecciones, y eso podría presagiar una dinámica muy diferente en los próximos comicios.
En numerosos estados, los republicanos están promoviendo iniciativas para influir en futuras elecciones al instalar en puestos electorales locales a líderes favorables, y están respaldando a algunos de los que participaron en la insurrección para que se postulen a cargos públicos.
Los demócratas, por su parte, están impulsando cambios en la votación que buscarían revertir esas iniciativas del Partido Republicano y consagrarían en la ley otras prioridades demócratas anheladas desde hace tiempo.
Los actos violentos del 6 de enero fueron sólo una pequeña muestra del empeño generalizado de los aliados de Trump por revertir el resultado de las elecciones. Se incoaron más de 50 demandas en estados disputados alegando algún tipo de fraude electoral, un impulso que fracasó después de que los jueces designados por diferentes presidentes —incluido el propio Trump— rechazaran las reclamaciones.
El Departamento de Justicia inició un proceso para investigar los casos de fraude electoral generalizado, hasta que el exsecretario de Justicia William Barr dijo que no había ninguno.
Además, aliados de Trump hicieron acusaciones infundadas sobre las máquinas para votar utilizadas en muchos estados, entre ellas la afirmación falsa de que algunas fueron fabricadas por una empresa vinculada a Venezuela, entre otras acusaciones descabelladas que ahora son objeto de litigios por difamación.
A pesar de su discurso insistente del jueves, Biden y otros funcionarios del gobierno no suelen extenderse públicamente en el tema de las teorías conspirativas sobre las elecciones, en parte porque ello azuza que sigan proliferando.
Y se prevé ampliamente que, a pesar de la promesa de Biden de ayudar a impulsar el proyecto de ley sobre el derecho al voto hasta que sea aprobado, no va a retomar el tema de los acontecimientos del 2020 mucho más. Él cree que es más probable que se les gane a los partidarios de Trump gobernando, y haciéndolo bien, que volviendo a litigar constantemente por su victoria presidencial.
Al salir del Capitolio el jueves, Biden se detuvo para explicar por qué decidió criticar tan enérgicamente a Trump después de rehuir hacerlo durante tanto tiempo.
“Para poder sanar tienes que reconocer la magnitud de la herida”, señaló. “Hay que afrontarlo. Eso es lo que hacen las grandes naciones. Afrontan la verdad. Le hacen frente. Y siguen adelante”.
Sin embargo, por mucho que Biden quiera seguir adelante, el futuro de la democracia de Estados Unidos está ahora atado a los acontecimientos de las elecciones del 2020, y de las consecuencias, que no muestran indicios de desaparecer.