Ningún país, excepto China, ha apuntalado tanto la economía de guerra de Rusia como la India con su sed de petróleo. Y pocas democracias de gran tamaño han descendido más en la jerarquía de libertad democrática. Pero será difícil que crea esto si ve la entusiasta bienvenida que Narendra Modi recibirá en Washington esta semana.
El primer ministro de la India recibió el honor de una visita de Estado del presidente Joe Biden. Los estadounidenses esperan llegar a acuerdos de defensa. Modi será uno de los pocos líderes extranjeros, junto con Winston Churchill, Nelson Mandela y Volodímir Zelenski, que se han dirigido más de una vez a una sesión conjunta del Congreso. En la efusión de elogios en el Capitolio sobre la asociación no se menciona a Ucrania, la democracia o el valor en los engranajes del nuevo mejor amigo de Estados Unidos.
Como lo relata nuestra sección dedicada al continente asiático, la influencia global del gigante del sur de Asia está aumentando rápidamente. Su economía es la quinta más grande del mundo. Su diáspora de 18 millones de personas está prosperando, desde América hasta el Golfo. Y la India se ha vuelto indispensable para el intento de Estados Unidos por afirmarse en Asia y disuadir la agresión china.
Sin embargo, aunque enorme, capitalista, democrática y desconfiada de China, India también es pobre, populista y, como destaca nuestra entrevista con Subrahmanyam Jaishankar, su ministro de Relaciones Exteriores, desprecia los vestigios del orden occidental posterior a 1945. Por lo tanto, la relación es un caso de prueba para la complicada alianza de democracias que emergen en un mundo multipolar. ¿Pueden ambas partes obtener los beneficios comerciales y de seguridad que da la cooperación incluso si comparten menos fundamentos de los que les gustaría admitir?
El ascenso de la India es una historia edificante. Con una de las economías de más rápido crecimiento, se espera que su PBI supere al de Japón y Alemania para 2028, incluso cuando su trayecto hacia la riqueza es inédito. A diferencia de los Tigres asiáticos, países del este de Asia cuyas economías experimentaron una rápida industrialización y mantuvieron tasas de crecimiento excepcionalmente altas, las exportaciones de la India están impulsadas por los servicios, de los cuales es el séptimo proveedor más grande del mundo.
Hay que considerar no solo los centros de llamadas, sino también los científicos de datos de Goldman Sachs. La infraestructura también ha mejorado bajo la dirección de Modi y sus predecesores inmediatos, y la manufactura puede recuperarse a medida que las cadenas de suministro se diversifican desde China: Apple ensambla el 7% de los iPhone en la India. El principal defecto de la India es su gran número de jóvenes desempleados y sin formación, por lo que está tratando de ayudarlos con la primera implementación de un estado de bienestar digital.
Gracias en parte a su diáspora, el poder blando de la India es imbatible en el mundo. Los jefes de Alphabet, IBM y Microsoft son descendientes de indios, al igual que los directores de tres de las cinco principales escuelas de negocios de Estados Unidos. Como reflejo del logro de los estadounidenses de origen indio, el 70% del público estadounidense en general ve favorablemente a la India, en comparación con el 15% de China.
Quizás pienses que todo esto convierte a Estados Unidos e India en socios naturales. Ciertamente, una labor de 25 años para desarrollar lazos no se ha visto afectada por cambios políticos en ninguno de los dos países. India es parte del Quad, una agrupación de seguridad que incluye a Estados Unidos, Australia y Japón.
Para aumentar el poder duro de la India, Estados Unidos está promoviendo una serie de acuerdos de defensa, algunos de los cuales pueden firmarse en Washington la próxima semana, que mejorarían la cooperación en tecnología militar. El gobierno de Biden considera que este sería el mayor hito en la relación bilateral desde la firma, en 2005, de un acuerdo de cooperación civil y nuclear. Sin embargo, hay dos posibles causas por las que la relación experimentaría fricción.
Primero, la inclinación que la India tiene a favor de Occidente, y que se hizo más pronunciada después de las escaramuzas fronterizas con las tropas chinas en 2020, es más bien pragmática. Ideológicamente, desconfía de los países occidentales y rechaza rotundamente su pretensión de liderazgo mundial. Desde Jawaharlal Nehru hasta Modi, la India considera que el orden de la posguerra le ha ofrecido poco más que otro episodio de dominación por parte de otros países.
El resultado de estos impulsos contradictorios es desorientador. India es un socio estratégico estadounidense que desconfía de Occidente, es poco probable que alguna vez establezca una alianza formal con Estados Unidos y, además, está unida a Rusia, que le proporciona armas. No está claro cuánto apoyo, llegado el momento, Estados Unidos podría esperar de la India, que quiere reforzar sus defensas terrestres contra China, no pelear por Taiwán.
El segundo aspecto que causaría fricción son los ataques de Modi a las normas liberales. Bajo su partido islamofóbico nacionalista hindú, India es cada vez más hostil a más de 200 millones de personas entre su propia población. Los linchamientos y el despojo de cristianos y musulmanes son cada vez más comunes. La prensa está acobardada y los tribunales son en gran medida dóciles. Aunque India parece segura de que seguirá siendo una democracia, sobre todo porque Modi tiene casi garantizada la reelección el próximo año, es una democracia antiliberal.
El hecho de que solo 60 millones de sus 1,400 millones de habitantes tengan trabajos formales es una situación potencialmente explosiva en un país propenso a la agitación. Algunos sugieren que Estados Unidos corre el riesgo de repetir su historia con China, otorgando ventajas económicas a un rival que terminaría por volverse en su contra. Eso parece poco probable. Solo la desconfianza mutua hacia China debería mantener a India cerca. Rechazar remilgadamente la cooperación con India porque su ideología y democracia no se ajustan a los ideales occidentales solo le daría más poder a China.
También mostraría que Estados Unidos no ha logrado adaptarse al mundo multipolar que se avecina. En cambio, Estados Unidos y sus aliados deberían ser realistas acerca de dónde se encuentra la simpatía de la India — con los intereses de esta, no los de ellos— y creativos en su labor para encontrar las coincidencias entre ambos. Eso significa estratificar la relación con proyectos comunes. Las iniciativas del gobierno de Biden para acelerar la transferencia de tecnología a la India parecen un ejemplo prometedor.
Al impulsar la industria de defensa de la India, Estados Unidos espera desengancharla del fiasco de las armas rusas y proporcionar una nueva fuente de armas asequible para otras democracias asiáticas. Otras áreas de cooperación podrían incluir energía limpia y tecnología, pues ambas quisieran no depender de China en esos sectores. Alinear intereses, no principios La política exterior de Estados Unidos siempre ha combinado realismo con idealismo.
Por lo tanto, Estados Unidos debe hablar en contra de los ataques a las normas democráticas y los derechos humanos, aun cuando estreche su relación con la India. Por su parte, el país asiático debe acostumbrarse a la idea de que, a medida que se vuelva más poderosa, enfrentará más escrutinio. Y descartar las expresiones de amistad incondicional y hermandad en Washington la próxima semana. Para que funcione, la relación tendrá que servir como una asociación comercial a largo plazo: es posible que a la India y Estados Unidos no les guste todo, pero piensen en las grandes ventajas. Es posible que sea la transacción más importante del siglo XXI.
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