“Por primera vez en la historia, uno realmente se puede imaginar un hemisferio occidental que sea seguro, democrático y de clase media, desde el norte de Canadá hasta el sur de Chile, y en todas partes”. Eso dijo Joe Biden en un discurso en la Universidad de Harvard en el 2014.
Mucho ha cambiado desde entonces, sobre todo con la destrucción de vidas y medios de subsistencia provocada por la pandemia. Aun así, si Biden fuera elegido presidente de Estados Unidos en noviembre, para muchos latinoamericanos ofrecería una visión tranquilizadora y familiar en comparación con el impredecible ruido y carácter de Donald Trump.
Trump ganó las elecciones del 2016 en parte porque prometió construir un muro para mantener alejados a los inmigrantes latinoamericanos, declarando que México “no era nuestro amigo”. Sin embargo, ha desarrollado relaciones relativamente buenas con los gobiernos más importantes de la región.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, utilizó el éxito de Trump como modelo para su propia campaña en el 2018. Ha alineado estrechamente la política exterior de Brasil, normalmente independiente, con las opiniones de la administración Trump.
Andrés Manuel López Obrador, en su único viaje al extranjero en 21 meses como líder de México, el mes pasado fue a Washington y elogió la “amabilidad y respeto” de Trump. Para mantener la frontera abierta al comercio, el gobierno de México ha colaborado cerrándola a los solicitantes de asilo.
Cautelosos de las amenazas de Trump sobre aranceles y sanciones, muchos gobiernos se han alineado “por necesidad y especialmente por miedo”, dice un funcionario latinoamericano. Los latinoamericanos comunes no están impresionados: el porcentaje que expresa una opinión favorable de Estados Unidos cayó desde un elevado 60 en el 2015 a alrededor de 45 en el 2017, según Pew Research Center.
La política latinoamericana de Trump se ha centrado en un intento fallido (hasta ahora) de derrocar lo que John Bolton, su exasesor de seguridad nacional, llamó “la troika de la tiranía”: las dictaduras de izquierda en Venezuela, Cuba y Nicaragua. En su reciente libro, Bolton dijo que el fracaso en la expulsión de Nicolás Maduro en Venezuela, a pesar de las drásticas sanciones, se debió a la falta de constancia y diligencia de Trump dentro de la administración. Igual de importante, la administración subestimó la dificultad de apartar al ejército de Maduro.
Sus críticos dicen que sus políticas latinoamericanas se basan en la necesidad del presidente de ganar Florida, hogar de grandes diásporas cubanas y venezolanas, en noviembre. “La política doméstica siempre figura en la política hacia América Latina, pero nunca antes en este nivel”, dice Michael Shifter de Inter-American Dialogue, un grupo de expertos en Washington.
Si Biden ganara, sus prioridades serían la economía estadounidense y la relación con China. Pero América Latina podría no estar al final de su lista de tareas pendientes. Conoce la región mucho mejor que recientes presidentes. En el segundo mandato de Barack Obama, el vicepresidente Biden asumió la responsabilidad de las Américas.
“Le dedicó tiempo, se propuso conocerla y conversó con mucha gente de la región”, dice el funcionario latinoamericano.
Juan González, quien asesoró a Biden sobre América Latina en ese entonces, enfatiza que la región y el mundo no son como eran en el 2016. “Los desafíos son mucho mayores”, dice. Pero cree que hay oportunidades para Estados Unidos en la región, no solo amenazas que manejar. Las empresas estadounidenses que traen cadenas de suministro de China podrían beneficiar a México y América Central.
Biden ha apoyado durante mucho tiempo la reforma migratoria. Como presidente, es probable que reanude su política anterior en Centroamérica, con un programa de ayuda destinado a combatir la corrupción y disuadir la migración a través del desarrollo económico.
Sobre Venezuela, González dice que las sanciones deberían ser parte de una política más amplia que incluiría la búsqueda de negociaciones para elecciones libres. Una presidencia de Biden volvería a la política de Obama hacia Cuba, que consideraba más probable debilitar el régimen comunista a través de un compromiso con la isla en vez de una intensificación de sanciones como hace Trump. Además, presionaría a Bolsonaro por su incapacidad para proteger la Amazonía.
Un problema inmediato está relacionado con el liderazgo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Rompiendo con un entendimiento de 60 años de que su presidente debe ser latinoamericano, la administración Trump quiere el puesto para Mauricio Claver-Carone, un funcionario del Consejo de Seguridad Nacional y arquitecto de su política hacia Venezuela.
Puede que lo consiga en una reunión de los gobernadores del banco el próximo mes. Una administración de Biden probablemente lo obligaría a optar por una figura menos polarizante. Para hacer eso, Biden debe ganar.