Cuando Donald Trump salió a hurtadillas de la Casa Blanca en 2021, los ejecutivos de las grandes empresas estadounidenses suspiraron con alivio. Ahora que ganó en los caucus de Iowa por un margen de 30 puntos, los ejecutivos están asimilando la realidad de que el próximo año en estas fechas Trump podría ocupar el Despacho Oval una vez más.
En las últimas semanas, The Economist se ha dedicado a hablar con estos titanes. Algunos están profundamente consternados por la posibilidad del segundo mandato de Trump. Pero otros acogen con discreción el caos comercial.
Quienes están al frente de organizaciones grandes deben ser optimistas. Tienen que encontrar oportunidades mientras los demás entran en pánico. Los directores ejecutivos tuvieron una relación incómoda con el expresidente Trump, muchos se distanciaron de sus declaraciones más estrafalarias y sus diatribas sobre proteccionismo, aunque sí disfrutaron sus políticas más convencionales.
Los republicanos en el Congreso quizá se hayan autoproclamado como el partido de los trabajadores, pero en la práctica, recortaron los impuestos empresariales. Fue complicado para el mundo empresarial estadounidense sentirse miserable cuando el mercado de valores estaba al alza.
Si Trump de verdad resulta electo otra vez, los directores de estas grandes firmas planean agachar la cabeza (“no sean como Bud Light” es una frase recurrente, luego de que la marca cervecera cayera presa de las guerras culturales). Eludirían ser reclutados para los consejos empresariales de Trump, evitarían tomarse fotos con el presidente y continuarían generando ganancias.
Es cierto que, si Trump llegara a un acuerdo con Rusia que pusiera fin a la guerra y traicionara a Ucrania, eso sería terrible para la civilización occidental. Pero también reduciría los costos energéticos.
Encima, los altos directivos que son partidarios de Trump tienen bastantes quejas respecto a Joe Biden. Si mencionas a Lina Khan, presidenta de la Comisión Federal de Comercio (la policía antimonopolio), o a Gary Gensler, director de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos (la policía de Wall Street), verás cómo se tensan.
Biden quiere aumentar los impuestos a las sociedades. Su gobierno también busca aplicar las normas conocidas como Basilea III “Endgame”, que obligan a los grandes bancos a retener un 20% más de capital en sus balances contables, lo cual es un sedante para los instintos animales y un lastre para la rentabilidad.
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No obstante, este argumento optimista en favor de la gestión económica de Trump es autocomplaciente. No logra reconocer cómo la trumponomía —una mezcla de recortes tributarios financiados por el déficit y aranceles— operaría de forma distinta en la actualidad. También ignora las maneras en que las tendencias más caóticas de Trump podrían ser una amenaza para todo Estados Unidos, incluidas sus empresas.
En su primer mandato, a la economía le fue mucho mejor de lo que esperaban muchos economistas (incluidos los nuestros). Eso se debió en parte a que la trumponomía resultó ser más moderada de lo que había prometido el mandatario en campaña. La economía también operaba muy por debajo de la capacidad que se creía, lo cual posibilitó el recorte de impuestos sin avivar la inflación. Un crecimiento fuerte en general y una baja inflación enmascararon el daño que estaba causando el proteccionismo de Trump.
No hay ninguna prueba de que el exmandatario haya corregido su propuesta: todavía le gustan los recortes fiscales y la deuda. Pero las condiciones económicas han cambiado. Durante los últimos dos años, la Reserva Federal ha intentado reducir la inflación. Aunque está cerca de lograrlo, el mercado laboral sigue rígido.
Hoy, encuentran trabajo 2.8 millones más de trabajadores de entre 25 y 54 años en comparación con lo que encontrarían trabajo si hubieran persistido las tasas de empleo de enero de 2017. En aquel entonces, había 1.3 trabajadores desempleados por cada vacante; en la actualidad, solo hay 0.7. Como consecuencia, la economía es más propensa a sobrecalentarse.
El presupuesto también ha empeorado. En 2016, el déficit anual era del 3.2% del PBI y la deuda era del 76% del PBI. Los pronósticos para 2024 son del 5.8 y el 100%, respectivamente. Si Trump vuelve a implementar recortes fiscales, la Reserva Federal tendrá que aumentar las tasas de interés para compensar el estímulo, lo cual hará más costoso que los negocios recauden capital y que el gobierno pague su deuda acumulada.
Estas son las condiciones en las que los populistas latinoamericanos intimidan a sus bancos centrales para que mantengan bajas las tasas de interés, una práctica en la que Trump incursionó la última vez. Se supone que la Reserva Federal sea independiente, pero Trump tendrá la oportunidad de nominar a un títere aliado para su presidencia en mayo de 2026 y un Senado flexible podría darle el gusto. Entonces, repuntaría el riesgo de una mayor inflación, quizá exacerbado por más aranceles, los cuales también desacelerarían el crecimiento.
Además de ese enorme riesgo macroeconómico, hay muchos otros. A las firmas no les encantaría tener más restricciones comerciales, pero algunos miembros del círculo de Trump han coqueteado con la idea de imponer aranceles del 60% a las importaciones chinas. A muchas empresas les gusta el apoyo que el gobierno federal ofrece a las energías renovables (algo que Trump apoda la Nueva Estafa Verde).
El exmandatario prometió implementar el plan de deportación más grande de la historia estadounidense para reducir la cifra de inmigrantes ilegales en el país. Además de causar miseria, esto tendría un grave impacto en el mercado laboral restringido.
Como de costumbre, es muy difícil predecir qué hará Trump en realidad: tiene pocas creencias inamovibles, es un jefe caótico y puede cambiar de opinión varias veces al día. En un foro abierto en Iowa, declaró que estaría demasiado ocupado en su segundo mandato como para castigar a sus enemigos políticos. Eso fue unas horas después de que su propio equipo de campaña enviara un correo electrónico con el asunto: “¡Yo soy tu castigo!”.
Podría reconocer la independencia de Taiwán, lo cual detonaría un colapso en Pekín y un bloqueo de la isla. O podría alejarse de Taiwán a cambio de que China compre más mercancía estadounidense. Las empresas suelen decir que su mayor temor es la incertidumbre. Con Trump al mando, eso está garantizado.
Esta imprevisibilidad podría hacer que un segundo mandato de Trump sea mucho peor que el primero. Su gobierno no contaría con miembros de la clase dirigente como Gary Cohn, antiguo presidente de Goldman Sachs, que barajaran la bandeja de correspondencia del presidente y le ocultaran las ideas más descabelladas. Es posible que ocurran más momentos como el 6 de enero, al igual que una presidencia repleta de venganza.
La idea de que, en ese contexto, los líderes empresariales podrían mantener un perfil bajo y concentrarse en el beneficio que obtendrían antes de restar los intereses que tienen que pagar por la deuda contraída, los impuestos propios de su negocio, las depreciaciones por deterioro del mismo, y la amortización de las inversiones realizadas es una fantasía. Los empleados, los clientes y la prensa exigirían saber la postura de los jefes y sus propuestas sobre qué hacer al respecto. El gobierno, a su vez, podría oponer reparo a la más mínima crítica.
A largo plazo, la idea de que las ganancias corporativas puedan aislarse de la agitación social es una ilusión. Si Trump corrompe a todas luces la política estadounidense, y resulta evidente que las empresas lucran con su manera de gobernar, eso supone un riesgo enorme para ellas en el futuro.
En América Latina, cuando se asociaba a las grandes empresas con autócratas, el resultado solía ser que se desprestigiara el capitalismo y aumentara el atractivo del socialismo. Eso parece impensable en Estados Unidos. Pero, hasta hace poco, también lo era un segundo mandato de Trump.
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