¿Se le ha ocurrido a la Administración de Biden la forma de detener la avalancha de desesperados inmigrantes que cruzan la frontera suroeste?
Estos son los primeros días, pero el acuerdo firmado el mes pasado, en virtud del cual México facilitaría el regreso a Venezuela de migrantes sorprendidos tratando de ingresar ilegalmente a Estados Unidos –siempre y cuando postulen en línea, tengan un patrocinador en Estados Unidos y viajen a ese país en avión– parece estar funcionando.
El Departamento de Seguridad Nacional anunció que, en la primera semana de implementación del nuevo acuerdo, los “ingresos irregulares” de venezolanos a Estados Unidos en la frontera suroeste disminuyeron un 86%, de 1,131 por día a 154. México, que acordó aceptar hasta 1,000 por día, ha comenzado a llevar a algunos de ellos de regreso a su país de origen en vuelos especiales. A otros les ha entregado permisos para permanecer en el país por 15 días y les ha ofrecido viajes en autobús que los dejen lejos de la frontera.
Tonatiuh Guillén López, quien dirigió el Instituto Nacional de Migración de México durante los primeros seis meses de la Administración del presidente Andrés Manuel López Obrador, dijo que se trata de una nueva tecnología, y ahora critica el enfoque represivo a la migración en México y señala que hasta ahora está funcionando.
Abrir un camino legal para ingresar sin ofrecer cuartel a aquellos que son atrapados cruzando ilegalmente la frontera parece haber producido los incentivos adecuados para aliviar la presión sobre una infraestructura de control fronterizo que no puede hacer frente a la gran cantidad de personas que solicita asilo e inmigrantes por motivos económicos que intentan cruzar.
Si la estrategia continúa funcionando, se esperaría que la Administración Biden siguiera presionando a México para que se lleve a cubanos, nicaragüenses, brasileños, colombianos y haitianos.
Pero, si bien estos primeros resultados serán un alivio para el presidente Biden y la gran cantidad de demócratas criticados por republicanos que cuentan historias sobre una frontera “fuera de control”, es poco probable que el acuerdo funcione por mucho tiempo.
Es posible que usted recuerde el programa Permanecer en México, rebautizado como los Protocolos de Protección de Migrantes, que suena más humano. A partir de enero del 2019, exigieron a México recibir a guatemaltecos, hondureños y salvadoreños que solicitaran asilo en Estados Unidos hasta que un juez fallara en su caso.
Para julio del 2020, cerca de 70,000 solicitantes de asilo habían sido enviados a Tijuana, Ciudad Juárez y otras localidades fronterizas mexicanas en virtud de este acuerdo, escribió Guillén López. Además, miles más fueron devueltos a México a partir de marzo del 2020, bajo el pretexto de las precauciones pandémicas.
Nada de esto convenció de quedarse en casa a los centroamericanos, miles de los cuales se habían unido a caravanas para solicitar asilo en Estados Unidos.
En el 2019, la patrulla fronteriza sorprendió a 623,671 hondureños, guatemaltecos y salvadoreños que intentaban ingresar ilegalmente a Estados Unidos, casi el triple que en el 2018. En el 2021, tras el respiro provocado por la pandemia, sorprendieron a 701,409 de ellos. Esto sucedió a pesar del despliegue de la Guardia Nacional de México para atrapar a migrantes a lo largo de sus fronteras norte y sur.
Si el programa que apunta a los venezolanos funciona, es en gran parte debido a que ellos se diferencian de otros grupos de migrantes en un importante aspecto: son relativamente nuevos. No hay tíos, hermanas ni vecinos de su país de origen ya establecidos en Estados Unidos. No tienen una red que los reciba.
Este conjunto de circunstancias presenta un desafío único para el aparato de asilo estadounidense: los jueces no saben a quién deben entregar a los venezolanos mientras sus casos pasan por los tribunales. Además, esto también permitió que el gobernador de Florida, Ron DeSantis, engañara a algunas docenas de ellos y los subiera a un avión rumbo a Martha’s Vineyard. Si hubieran sido salvadoreños, habrían tenido amigos o familiares esperándolos en Boston o Los Ángeles.
También es la razón por la que es menos probable que decenas de miles de desesperados venezolanos ahora varados en México –o en las selvas del Tapón del Darién entre Colombia y Panamá– hagan lo que seguramente harían mexicanos, hondureños, guatemaltecos o salvadoreños: tratar de ingresar varias veces hasta conseguirlo.
Estados Unidos necesita encontrar una manera de poner orden en su frontera suroeste. Cientos de miles de personas se dirigen allí cada año. En el año fiscal 2022, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos reportó cerca de 2.38 millones de “encuentros” en la frontera suroeste (una cifra que abarca una serie de intentos por parte de algunos migrantes).
Ellos vienen de más lejos. El año pasado, agentes de la patrulla fronteriza sorprendieron a 131,000 colombianos, 225,000 cubanos e incluso 18,000 indios que intentaban ingresar a Estados Unidos a través de la frontera suroeste. Dado el cambio climático, las crecientes dificultades económicas y un floreciente autoritarismo en todo el mundo, es probable que estas cifras aumenten. Y las historias difundidas por contrabandistas en casa sobre haitianos, cubanos, venezolanos y colombianos que lograron ingresar con éxito a Estados Unidos animarán más la hazaña.
Si bien el acuerdo con México en torno a los venezolanos no funcionará como un mecanismo más amplio para controlar la migración hacia Estados Unidos, la idea básica de desplegar un mecanismo de disuasión para conducir a los migrantes hacia canales legales, que son más seguros y económicos, parece una estrategia razonable para aliviar la presión sobre una infraestructura fronteriza que simplemente no puede sobrellevarla.
Enfoques similares del “palo y la zanahoria” han funcionado antes, hasta cierto punto. Andrew Selee, quien dirige el Instituto de Políticas Migratorias, señala que la gran disminución de la inmigración ilegal de México en la década posterior al 2007 se vio favorecida por la gran cantidad de visas para trabajadores invitados y otras vías legales que se pusieron a disposición de los mexicanos, combinadas con procesos penales contra personas que fueron expulsadas una vez y se las sorprendió intentándolo de nuevo.
Asimismo, los posibles inmigrantes de Cuba tuvieron durante años varias vías legales, incluso una lotería que sorteaba 20,000 visas por año. Esa era la “zanahoria” del programa. El “palo” tomó la forma de un acuerdo en virtud del cual el Gobierno en La Habana llevaba de regreso a casa a los cubanos atrapados tratando de ingresar ilegalmente a Estados Unidos.
”En ambos casos, el Gobierno de Estados Unidos había encontrado un balance que equilibraba vías legales creíbles con una aplicación eficaz”, argumentó Selee. “Las decisiones de política socavaron estos equilibrios al mismo tiempo que aumentaban las presiones migratorias por razones económicas y de seguridad personal reales”.
El equilibrio mexicano se vio alterado al inicio de la pandemia, en 2020. No solo se derrumbó la economía mexicana. Después de que Estados Unidos desplegara facultades de salud pública para expulsar a los migrantes que intentaban ingresar, dejó de poder procesar a los mexicanos por reingresar. En el caso de Cuba, Estados Unidos retiró sus servicios consulares en la isla –lo que dificultó enormemente la presentación de solicitudes para migrar legalmente–, mientras que La Habana dejó de recibir a sus ciudadanos. Entonces, Nicaragua comenzó a recibir a cubanos sin visa, abriendo una nueva ruta terrestre hacia Estados Unidos.
Los incentivos deben diseñarse cuidadosamente. Por el lado del “palo”, expulsar a los posibles migrantes automáticamente utilizando las facultades legales desplegadas durante la pandemia está demostrando ser una mala idea, ya que volverán a intentarlo. Y es probable que Estados Unidos deba ofrecer más “zanahorias”. Tiene sentido que los venezolanos que huyen del régimen de Maduro soliciten asilo antes de enfrentar los horrores del Tapón del Darién, y mucho menos que lleguen a la frontera suroeste. Pero un límite de 24,000 cupos parece demasiado bajo.
A fines del año pasado, alrededor de 140,000 venezolanos esperaban una decisión sobre sus solicitudes de asilo en Estados Unidos, dice el alto comisionado de la ONU para los Refugiados. Más de 40,000 solicitaron asilo solo en el primer semestre de este año. No obstante, de enero a septiembre, solo 2,267 fueron reconocidos.
Estados Unidos no puede depender permanentemente de que México desempeñe el papel de The Wall, una estrategia que probablemente no sea sostenible en términos políticos. Y si la cercada y tecnológica frontera que separa a Estados Unidos de México no puede impedir que migrantes decididos lleguen a ese país, imagínense lo que sucede en la frontera que separa a México de Guatemala y Belice.
Lo que tiene sentido es una estrategia regional: tal vez una alianza en la que México, Estados Unidos y quizás Canadá acuerden cuotas tanto de solicitantes de asilo como de inmigrantes por razones económicas y establezcan un proceso de solicitud que se lleve a cabo lejos de cualquier frontera.
Eso no impedirá que la gente intente ingresar, pero ayudaría a controlar la sobrepasada frontera sur de Estados Unidos.
Por Eduardo Porter