El aumento de los precios de las acciones de la semana pasada sugirió que muchos inversionistas todavía desean que la Reserva Federal intervenga para contrarrestar las presiones a la baja en el mercado. Sin embargo, estas esperanzas se pueden confundir la disposición del banco central para actuar con su capacidad para hacerlo.
Los mercados sintieron un notable alivio la semana pasada cuando Raphael Bostic, presidente de la Fed de Atlanta, abrió la puerta a la posibilidad de que la Fed detuviera sus alzas de tasas en setiembre.
Tal pausa no estaría justificada por la recuperación del control de la inflación por parte de la Fed, sino que por las preocupaciones sobre los efectos de las continuas restricciones en los mercados de valores.
Es prematuro que los inversionistas esperen que una pausa tan temprana impulse las acciones.
Dada la alta inflación persistente, la Fed teóricamente no puede relajar las condiciones financieras en el corto plazo solo para respaldar el mercado de valores. Sin embargo, esta imposibilidad podría flexibilizarse de dos maneras: de una buena y otra mala.
La primera es que una Reserva Federal que ya está retrasada, en teoría, podría tener éxito rápidamente en la lucha contra la inflación. Eso requeriría mejoras en el lado de la oferta de la economía, debido a la resolución de los cuellos de botella de las cadenas de suministro y al mayor crecimiento de la productividad.
Tal escenario también necesitaría que aumente la participación de la fuerza laboral, y tener una combinación de ahorros personales acumulados y apoyo gubernamental específico que permita a la mayoría de los hogares sobrellevar el período de transición.
La manera mala involucra problemas relacionados con los ingresos que amplifican la presión que enfrentan los hogares por el aumento de los precios.
En este caso, la demanda agregada caerá en toda la economía, a medida que la reducción del consumo desalienta la inversión empresarial y las exportaciones, y la Fed —en su intento por ponerse al día— calcula mal los efectos de subir las tasas y contraer su balance al mismo tiempo. Las presiones inflacionarias disminuirían, pero a un costo significativo para el bienestar económico, social y financiero de los estadounidenses.
Si bien deberíamos esperar que ocurra la primera y tomar medidas para evitar la segunda, no es realista esperar que cualquiera de las dos se desarrolle en los próximos tres meses.
Por lo tanto, es difícil encontrar un argumento convincente en esta etapa para que la Fed detenga los aumentos de tasas en setiembre después de las alzas de 50 puntos básicos ampliamente anticipados para el 15 de junio y el 27 de julio.
Esto no significa que la Fed no se verá tentada a hacer una pausa en setiembre. Teniendo en cuenta cuánto tiempo se mantuvo la Fed el año pasado con su suposición errónea de que la inflación era transitoria, no está fuera de discusión que la Fed podría hacer algo que no debería.
Una de las mayores amenazas políticas para la estabilidad económica en los próximos 18 meses es que la Fed termine en un ciclo intermitente, es decir, que aumente las tasas y luego se detenga, solo para verse obligada a comenzar de nuevo.
Una Fed que primero está retrasa en su ajuste y que luego cambia de rumbo condenaría a la economía estadounidense a un período mucho más prolongado de dolorosa estanflación y aumentaría el riesgo de recesión.
Durante años, la Fed ha mostrado una gran voluntad de intervenir para contrarrestar la presión sobre los precios de los activos, y esta voluntad bien puede mantenerse. Pero ya no es un factor determinante.
Lo que está en juego ahora es su capacidad, la que no se restablecerá en setiembre a menos que los indicadores inflacionarios caigan bruscamente debido a una contracción muy dañina de la actividad económica. Y eso no es algo que los inversionistas deban desear.