Faye Flam
La alcaldesa de San Francisco, London Breed, envió la semana pasada un mensaje importante e involuntario cuando fue sorprendida violando sus propias reglas mientras salía de fiesta, sin tapabocas, en un abarrotado club de jazz.
Su excusa fue incoherente; dijo que se había dejado llevar por la música y que había olvidado usar la mascarilla.
Pero el problema más serio no está en su hipocresía y su pobre racionalización, sino en los mensajes confusos y engañosos que envían las propias reglas. Los estadounidenses necesitan urgentemente una orientación coherente, justa, sostenible y respaldada por pruebas. Y no la están recibiendo de las autoridades de salud pública o de los legisladores que dependen de ellos, incluso al tiempo que el país avanza hacia una confusa nueva normalidad sin un final para la pandemia de COVID-19 en el horizonte.
“No necesitamos que los aguafiestas nos controlen y nos digan lo que debemos o no hacer”, dijo Breed cuando se le cuestionó. ¡Y, vamos, tiene un punto! Pero como escribió Charles CW Cook el lunes en National Review: es ella quien autorizó el mandato de uso de mascarilla; por lo tanto, es ella la aguafiestas.
Lo que sí sabemos por las observaciones científicas es que algunos entornos representan más riesgo que otros. Los epidemiólogos han descrito infinidad de veces los principales factores de riesgo: multitudes, contacto cercano y espacios cerrados. El club de San Francisco donde atraparon a Breed cumple con todos.
Su explicación posterior al hecho dejó en claro que es un poco absurdo esperar que las personas disfruten de la música en vivo en los clubes mientras usan un tapabocas “bien ajustado”, como lo requieren las reglas locales. Incluso los más entusiastas de las mascarillas probablemente las usan solo un 20% del tiempo en un club, un cóctel o un evento similar. ¿Sirve de algo eso?
Realmente no. La evidencia científica sugiere que en esas situaciones, el breve espacio en que se usa el tapabocas es meramente simbólico.
Al principio de la pandemia, el médico de enfermedades infecciosas Muge Cevik, recopiló estudios en los que los investigadores emplearon el rastreo de contactos para averiguar dónde y cómo el virus se transmitía de persona a persona. Los estudios muestran que el virus se transmite principalmente en interiores, cuanto más tiempo pasan las personas juntas en el interior, más probable es que se produzca la transmisión.
El tiempo de exposición es extremadamente importante, no se trata solo de guardar metro y medio de distancia. El virus viaja en pequeñas partículas en el aire, que en el exterior se diluirían rápidamente pero en el interior se van acumulando. Eso significaría que pasar tres horas usando mascarilla de forma intermitente en un club es mucho peor que pasar 10 minutos totalmente desenmascarado tomando un refresco en una tienda de conveniencia. Otros estudios muestran que el riesgo aumenta cuando se canta o la gente habla en voz alta, el tipo de conversaciones que se tienen en clubes y bares.
El club de San Francisco requiere que los clientes que entran estén vacunados, pero nuevos datos sobre la variante delta sugieren que es posible que personas completamente vacunadas contraigan un caso leve o asintomático, o que transmitan el virus a otras personas. Eso podría resultar en más hospitalizaciones entre niños, que aún no pueden vacunarse, o gente inmunodeprimida, que no recibe la protección completa de las vacunas.
Al mismo tiempo, la prevención del COVID debe equilibrarse con las necesidades humanas. Nadie quiere vivir en un mundo donde la música en vivo está prohibida. Bajo ese criterio, la imposición de algunos mandatos de uso de tapabocas podría parecer un compromiso razonable.
Pero no caigamos en un futuro en el que las reglas de las mascarillas parezcan arbitrarias, estúpidas o injustas. En San Francisco, los corredores del maratón tienen que usar un tapabocas, a pesar de que ambiente es mucho menos riesgoso que el club donde se le sorprendió a Breed de fiesta. Quizás a la alcaldesa le guste más la música que los maratones.
El primer paso hacia crear nuevas políticas sería acordar los objetivos. Recientemente, un par de investigadores de las universidades de Harvard y Boston escribieron en el New York Times sobre la necesidad de acordar un propósito para las reglas y restricciones para el COVID-19.
“El sonambulismo hacia el uso indefinido de las mascarillas no le conviene a nadie y podría aumentar la desconfianza después de un año de por sí complicado”, escribieron.
Como dijo sabiamente al principio de la pandemia el experto en comunicación de riesgos Peter Sandman, la ciencia puede decirnos qué actividades son más riesgosas, pero no puede decirnos cuánto riesgo debemos aceptar. Eso es, por su naturaleza, una decisión política.
La ciencia puede ayudar a definir políticas coherentes que logren un objetivo una vez que las personas decidan lo que quieren. Si la situación es lo suficientemente grave como para que los objetivos no se puedan lograr sin obligar a que los corredores de maratón usen tapabocas, entonces los amantes de la música tendrían que de igual forma adaptarse y disfrutar de actuaciones en vivo al aire libre o en lugares donde no se bebe para que la gente no se quite la mascarilla. Sería lo justo.
Quizás la vacuna de refuerzo resulte ser suficiente para detener la marea de casos delta, pero los científicos aún están divididos sobre quién debería recibirla y si el propósito es evitar que las personas sean hospitalizadas o reducir todos los casos. Al mismo tiempo, la maraña de recomendaciones proveniente de Washington es desesperadamente confusa.
Para una nueva normalidad más saludable, también necesitamos más información que ayude a las personas a navegar en un mundo con reglas menos draconianas. Los más jóvenes y saludables que ya han sido vacunados, con razón, no tienen tanto miedo de enfermarse gravemente. Puede suceder, claro, pero también puede suceder el cáncer de cerebro o morir en un accidente de tráfico. El virus es uno de los muchos riesgos que enfrentamos, pero lo que lo hace diferente es que no queremos transmitirlo a personas más vulnerables que nosotros.
Eso significa que necesitamos saber si hemos estado en algún lugar que justifique permanecer alejados por un tiempo de las personas vulnerables o bien hacernos la prueba un par de veces. Es importante saber que los clubes son una apuesta más riesgosa que un paseo por la playa. Si Breed realmente hubiera querido controlar los daños, podría haber prometido ponerse en cuarentena o quedarse en casa hasta que hubiera tenido un par de pruebas negativas. O bien, podría haber dicho que reconsiderará su política para que se base más en la realidad a largo plazo.