“No le deseo a nadie lo que he pasado”. Recién recuperado de la viruela del mono, que le provocó “los peores dolores” de su vida pese a que recibió rápidamente tratamiento, Kyle Planck, un neoyorquino de 26 años, lamenta la falta de reacción de las autoridades sanitarias luego que el brote apareciera en Estados Unidos.
Cuando los primeros casos de esta enfermedad, endémica de África occidental, se anunciaron en mayo en Europa y después en Estados Unidos -la gran mayoría entre hombres que mantuvieron relaciones sexuales con otros hombres-, este doctorando en farmacología estuvo pendiente.
“Me preocupaba que llegara aquí, sobre todo porque formo parte de la comunidad LGBTQ+”, “aunque sin más”, dice en un parque del barrio de Queens, al otro lado del East River.
Una treintena de lesiones ulcerosas
A fines de junio, “inmediatamente después del Orgullo”, el mayor acontecimiento de la comunidad LGBTQ+, “empecé a sentirme mal”, cuenta este moreno con estilo informal pero cuidado y barba de varios días.
Tras dar negativo al COVID, los síntomas - fiebre y ganglios linfáticos inflamados - le hicieron pensar en la viruela del mono.
Un primer médico consultado le dijo que “esperara a ver la evolución”, pero las erupciones cutáneas tras cuatro días de fiebre no dejaban lugar a dudas.
Primero se presentaron en los brazos y las manos. “En un día, se extendieron por todo el cuerpo, una treintena de lesiones”.
El 5 de julio, “me hicieron una prueba y al día siguiente empecé el tratamiento” con Tpoxx (o tecovirimat), un antivírico concebido inicialmente contra la viruela humana pero solo autorizado con fines experimentales contra la viruela del mono.
“Baños calientes”
Kyle reconoce que el instituto médico al que pertenece como doctorando facilitó el proceso. “Sé que no es lo que le ocurre a la mayoría de la gente, lo que es lamentable”, dice.
Aunque con el tratamiento mejoró rápidamente, y la enfermedad que desaparece generalmente al cabo de unos días por sí misma tiene síntomas más leves, él sufrió “los peores dolores” de su vida, sobre todo por las “úlceras en las membranas mucosas”.
Para calmar los dolores, “tomaba baños calientes seis o siete veces al día”. “El dolor era casi permanente todo el día” y “agotador”, cuenta.
Aunque la experiencia fue “bastante terrible”, “al final fue un caso relativamente benigno” gracias a “un diagnóstico y a un tratamiento relativamente tempranos”. “Mucha gente lo ha pasado mucho peor”, asegura tras reconocer que ha escrito a medio mundo para que el tratamiento sea más accesible.
Prioridad
Si se hubieran adoptado antes “medidas más radicales, muchas cosas se podrían haber evitado”, dice, en una crítica al gobierno estadounidense que prefirió, según él, “esperar a ver” la evolución, pero las enfermedades infecciosas no funcionan así, y cualquiera puede contagiarse, lamenta.
Estados Unidos cuenta con 100 millones de dosis de la vacuna ACAM2000 contra la viruela humana, aunque tiene efectos secundarios importantes, y se desaconseja para las personas inmunodeprimidas.
En cambio, al principio del brote, solo tenía un millar de dosis de la vacuna Jynneos, la más moderna y segura, que empezó a estar disponible masivamente a fines de junio.
“Quizá no se consideró una prioridad ya que solo afecta a una pequeña parte de la población”, justifica Kyle. Eso, junto al “hecho de que se propaga a través de contactos íntimos hace más difícil abordarlo en público”, baraja.
Nueva York, con más de ocho millones de habitantes, se considera ahora como “el epicentro” de la epidemia en el país, con 711 casos detectados, frente a 223 el 11 de julio. La ciudad ha recibido 21,500 dosis de la vacuna Jynneos, la mayoría ya inyectadas, y espera un nuevo lote de 25,000 dosis.