En el reciente simposio de bancos centrales en Jackson Hole, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, pronunció un mensaje ampliamente esperado sobre las tasas de interés: “llegó el momento de ajustar la política”. Prácticamente confirmó que la Fed recortará las tasas en al menos un cuarto de punto cuando sus miembros se reúnan de nuevo en setiembre.
Un recorte modesto tiene sentido. La inflación se mantiene un poco por encima de la meta, pero sigue bajando, y gracias a un mercado laboral más frío, una menor tasa de política monetaria bastaría para mantener una suave presión a la baja sobre los precios. Dicho esto, uno de los puntos que Powell señaló en su discurso merece ser destacado. En los próximos meses, el mayor error que podría cometer el banco central sería dejar que los inversionistas pensaran que su atención se está alejando de la inflación.
La Fed tiene un doble mandato —la estabilidad de precios y el pleno empleo— y necesita mantener el mismo peso en ambos. Como dijo Powell, el riesgo al alza sobre la inflación ha disminuido y el riesgo a la baja sobre el empleo ha aumentado. Eso dicta un ajuste de la política, pero esto no debe interpretarse como una indebida priorización del empleo sobre la inflación. Un cambio en el equilibrio de riesgos no es lo mismo que un cambio en la importancia concedida a cada objetivo.
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No se trata de una mera distinción semántica. El discurso de Powell llamó la atención sobre lo que está en juego si se sospecha que la Fed deja de lado su objetivo de inflación.
Powell preguntó: ¿cómo ha logrado la Fed reducir la inflación sin hundir la economía? Su principal respuesta fue que, al endurecer la política de forma decisiva (aunque tardía) en la primavera de 2022, el banco central confirmó su compromiso con una meta de inflación del 2%, lo que a su vez, mantuvo ancladas las expectativas.
Como resultado, la inflación subyacente —la medida preferida por el banco central— se situó en el 2.6% en junio, por debajo de su máximo del 5.6% de 2022, sin que (hasta ahora) se haya producido un aumento sustancial del desempleo, ni mucho menos una recesión propiamente tal. Si la Fed hubiera dejado subir las expectativas, bien podría haber sido necesaria una recesión para controlar los precios.
La tarea de gestionar estas expectativas se complica por el apetito de los inversionistas y analistas por puntos de inflexión trascendentales, es decir, por ver los ajustes políticos como cambios de un régimen a otro, en lugar de estar dictados por un único enfoque coherente. Los bancos centrales, ansiosos por no tomar a los inversionistas por sorpresa, a veces agravan este problema sugiriendo que un cambio en las tasas de interés les compromete a nuevos cambios durante el próximo año o más.
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Esto ayuda a explicar por qué la Fed decidió no subir las tasas en la segunda mitad de 2021, y quizás por qué decidió no recortarlas en su reunión del mes pasado: en ambos casos, las pruebas respaldaban una modificación de las tasas, pero no con la firmeza suficiente para justificar una senda totalmente nueva.
Hay mucho que decir a favor de modificar las tasas más fácilmente en respuesta a nuevos datos, evitando promesas, reales o imaginarias, sobre lo que ocurrirá más adelante. El compromiso debe ser con los objetivos del banco central, no con un cronograma para la política futura.
Últimamente, Powell y sus colegas se han inclinado en esta dirección, dando menos importancia a la “orientación futura” y más a la “dependencia de los datos” al servicio del doble mandato. Eso es acertado. En su próxima revisión de la estrategia monetaria y las comunicaciones, a punto de ponerse en marcha, la Fed debería llevar este pensamiento más allá.
Tal y como están las cosas, está justificado un pequeño recorte de las tasas de interés. Si debe ser del 0.25% o del 0.50% puede esperar a la nueva información sobre precios y empleo que se publicará de aquí a la reunión del mes que viene. Después de eso, que las tasas bajen, suban o se mantengan debiera depender de los datos.
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