Suenan disparos en un aula de una escuela de Miami. Dentro, una decena de alumnos con la ropa manchada de rojo gritan desesperados. Un agente avanza por el pasillo, se oyen más tiros y un joven cae derribado. Esta escena solo es un simulacro de la policía.
Los cartuchos eran de fogueo y la sangre, falsa, al igual que los gritos, las heridas de los cuatro adolescentes evacuados, los fusiles de asalto y las pistolas de los 100 policías que participaron.
El objetivo es preparar a la policía y los servicios de emergencia para afrontar masacres escolares como la que causó en mayo 21 muertos --19 niños y dos profesoras-- en una escuela primaria de la ciudad texana de Uvalde.
La respuesta policial a ese tiroteo indignó a Estados Unidos, sobre todo tras la publicación de vídeos de cámaras de vigilancia de la escuela en los que se veía a numerosos agentes esperando en los pasillos sin intervenir.
En Uvalde pasaron 73 minutos entre la llegada de los primeros policías y la muerte del tirador, un plazo “inaceptable” para un operativo en el que participaron 376 agentes, según un informe del Congreso texano.
Un cambio de método
“Nuestra norma es que el primer agente en el lugar se enfrenta al tirador”, explica el mayor Carlos Fernandez, del departamento de policía de escuelas de Miami-Dade. “Se hace todo lo posible por salvar vidas”.
La intervención de la policía en los tiroteos escolares, que no cuenta con directrices federales, ha ido evolucionando con los años.
Cuando dos adolescentes mataron a 13 personas en la escuela secundaria de Columbine (Colorado) en abril de 1999, la norma era que los agentes esperaran a las unidades tácticas SWAT para intervenir, recuerda Fernandez.
Luego se decidió formar grupos de cuatro agentes antes de actuar, pero así también se tardaba demasiado en afrontar al tirador, añade.
A su alrededor, tres minutos después de los primeros disparos, cuando el falso sospechoso ya está fuera de combate, la calle se llena de coches policiales frente a la escuela donde se realiza el simulacro, en Hialeah, cerca de Miami.
Los agentes corren por el pasillo de la planta baja y comprueban que los baños y las aulas están vacías. Luego hacen lo mismo en el piso de arriba. Con todo bajo control, los bomberos entran al edificio y se llevan a cuatro estudiantes que fingen estar heridos.
Antes, los equipos médicos esperaban fuera de la escuela, pero ahora los policías tratan de despejar lo antes posible una parte de las instalaciones para que puedan entrar rápidamente, explica Fernandez.
Una práctica cuestionada
En esta ocasión, en plenas vacaciones de verano, una treintena de adolescentes se ofrecieron como voluntarios para este ejercicio de la policía y los bomberos.
Pero durante el resto del año, los estudiantes de las escuelas públicas están obligados a participar en simulacros de tiroteo, en al menos 40 de los 50 estados de Estados Unidos.
Y varias oenegés contra la violencia armada se muestran preocupadas por los efectos psicológicos de esas prácticas para los jóvenes, sobre todo cuando parecen cada vez más reales con sangre falsa, cartuchos de fogueo y gritos.
Una de esas asociaciones, Everytown, estudió el año pasado las conversaciones en redes sociales de alumnos de 114 escuelas estadounidenses, 90 días antes de simulacros de tiroteo y 90 días después.
Su conclusión es que esos ejercicios están vinculados a aumentos de los casos de depresión, estrés, ansiedad y problemas fisiológicos.
Para el jefe de la policía de escuelas de Miami-Dade, Edwin Lopez, es importante que los ejercicios sean realistas y que los alumnos participen en ellos.
“Nuestro objetivo es poner nerviosos a los oficiales tanto como sea posible. Y eso implica que los estudiantes griten, que las alarmas de incendio se disparen, que haya humo, que haya sonido o disparos reales”, explica después del simulacro en Hialeah.
“Y es fundamental que los niños hagan un aporte valioso a nuestros agentes. Muchos de ellos dan a las fuerzas de seguridad la información necesaria a diario para mitigar y prevenir” los tiroteos, añade.
En su estudio, Everytown señalaba otra preocupación respecto a esos simulacros: la posibilidad de que proporcionen información a futuros autores de masacres escolares, teniendo en cuenta que muchos de ellos son alumnos o exalumnos de los centros atacados.
El oficial Lopez no considera que eso sea un problema, al contrario. “No es nada arriesgado. Quiero que todo aquel que piense en dañar a cualquiera de nuestras escuelas, a nuestros niños, sepa exactamente el nivel de fuerza con que los enfrentaremos”, dice.