Muchos estadounidenses votaron por Biden con el único objetivo de sacar a Trump de la Casa Blanca, sin sentir un entusiasmo particularmente fuerte por un mandatario que, a sus 79 años, “no siempre se percibe como energético e inspirador”, recordó Han. (Foto: Difusión)
Muchos estadounidenses votaron por Biden con el único objetivo de sacar a Trump de la Casa Blanca, sin sentir un entusiasmo particularmente fuerte por un mandatario que, a sus 79 años, “no siempre se percibe como energético e inspirador”, recordó Han. (Foto: Difusión)

empezó el 2021 al borde de uno de los sucesos más graves de su historia, un asalto al Capitolio que remató el legado de y lo cierra con las tensiones latentes que marcaron ese episodio todavía, pero diluidas en la complicada agenda del presidente

El año comenzó en un clima de fuerte división a raíz de las dudas sembradas por Trump sobre el sistema de votación estadounidense tras las elecciones del 2020, y termina con ese problema aún vigente, pero relegado a un segundo plano frente a las preocupaciones sobre la pandemia y la economía.

“(Biden) prometió curar las heridas que dividían al país y lo ha intentado, pero las divisiones son demasiado grandes para que cualquier presidente las resuelva”, dijo un profesor de políticas en la Universidad de California en Los Ángeles, Mark Peterson.

El 68% de los votantes republicanos piensa todavía que a Trump le robaron las elecciones, y por tanto, que Biden ejerce su poder de forma ilegítima, según una encuesta de noviembre de la firma demoscópica PRRI.

Desconfianza en el sistema electoral

El discurso de desconfianza en el sistema electoral suena cada vez con más fuerza en las filas conservadoras, y promete tener consecuencias en los comicios legislativos del 2022 y los presidenciales del 2024, tanto si Trump se presenta de nuevo a la Casa Blanca como si no.

“Incluso los funcionarios electos republicanos de alto rango han consentido ataques bastante descarados contra las normas e instituciones democráticas”, opinó Peterson.

Para el experto, el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero no fue un hito aislado en la historia democrática estadounidense, sino “un suceso particularmente terrible dentro de un proceso que continúa para deslegitimar el proceso electoral” en el país.

La semilla que sembró Trump con sus denuncias sin pruebas sobre un fraude electoral ha dado fruto a lo largo de este año a por lo menos 33 leyes en 19 estados que, en la práctica, dificultan el acceso a las urnas, sobre todo para las minorías afroamericana e hispana.

En un discurso en julio, Biden describió esa tendencia como “la prueba más significativa para la democracia (estadounidense) desde la guerra civil” de mediados del siglo XIX, pero en los últimos meses, su atención se ha desviado hacia otros desafíos más tangibles, mientras una propuesta de ley federal para reforzar el derecho al voto languidecía en el Congreso.

Quienes siguen de cerca la política electoral advierten de que los líderes republicanos en varios estados clave han tomado nota de lo que no funcionó en el intento de Trump de darle la vuelta al resultado de las elecciones en el 2020, y ahora diseñan vías para conseguirlo en el 2024 si lo consideraran necesario, gracias a su poder en los parlamentos estatales.

Ese clima político ha entorpecido también la agenda de Biden, que llegó al poder a finales de enero y ha gobernado en un contexto en el que “la cooperación bipartidista parece casi imposible en todos los temas”, aseguró la directora del programa de estudios presidenciales en la Universidad Chapman de California, Lori Cox Han.

Los obstáculos para Biden

Muchos estadounidenses votaron por Biden con el único objetivo de sacar a Trump de la Casa Blanca, sin sentir un entusiasmo particularmente fuerte por un mandatario que, a sus 79 años, “no siempre se percibe como energético e inspirador”, recordó Han.

Aunque Biden ha logrado que el Congreso aprobara un plan de estímulo de US$ 1.9 billones y otro de infraestructuras de US$ 1.2 billones, todavía no ha conseguido sacar adelante su proyecto de gasto social, y esas medidas no son suficientes para contrarrestar “las fuerzas de división” en el país, según Peterson.

Eso explica en parte -continuó el experto- que, después de seis meses de luna de miel, la popularidad de Biden comenzara a caer en las encuestas, hasta situarse a principios de diciembre en el 42%, según una media de sondeos de la web FiveThirtyEight.

Ese índice de aprobación empezó a decaer a mediados de agosto, coincidiendo con la caótica ejecución de la retirada estadounidense de Afganistán, un factor al que se han sumado otros como la fatiga derivada de la pandemia y su intento de obligar a vacunarse a la mayoría de los trabajadores del país, paralizado en los tribunales.

Los problemas en la cadena de suministros y unos niveles de inflación inéditos en tres décadas, que han disparado los precios de los alimentos y la gasolina, han multiplicado los dolores de cabeza para Biden, junto a los temores de su partido de que esa situación les pase factura en las elecciones legislativas de noviembre del 2022.

“Biden ha intentado impulsar una agenda especialmente ambiciosa apoyándose en las mayorías más estrechas en el Congreso que ha tenido cualquier nuevo presidente demócrata desde antes de Franklin Roosevelt (1933-1945)”, resumió Peterson.

Los precedentes históricos apuntan a que los demócratas perderán su mayoría al menos en la Cámara de Representantes el año que viene, lo que significa que Biden tiene menos de un año para definir su legado en términos legislativos.

“Lo que haya aprobado el Congreso para octubre del 2022 será probablemente lo último para los demócratas durante años, dada la eficacia que están teniendo las estrategias republicanas para consolidarse en el poder”, pronosticó Peterson.