Enclavada en la orilla sur del Río Grande, la desértica ciudad de Juárez ha vivido a lo largo de los años su propio auge económico.
Pero quizás ninguno como el que se está produciendo hoy.
Parece haber excavadoras y bulldozers por todas partes, que forman altos montones de tierra y dejan todo —y a todos— cubierto por una capa de polvo que arrastra el viento. El espacio que están excavando en el suelo del desierto albergará una larga lista de nuevas fábricas que fueron encargadas por ansiosos directores ejecutivos de todo el mundo cuando la pandemia alteró las rutas de suministro mundiales.
Ambu A/S, un fabricante danés de dispositivos médicos, está construyendo una fábrica en las afueras de la ciudad. A varios kilómetros de distancia, Keeson Technology Corp., un fabricante de muebles chino, está construyendo una segunda planta apenas unos pocos meses después de abrir la primera.
Boyd Corp., un conglomerado con sede en California, inauguró recientemente una fábrica y planea construir tres más. Y MGA Entertainment, un fabricante de juguetes con sede en California, empezó a fabricar Little Tikes Cozy Coupes en su planta el mes pasado, incluso antes de que los equipos de construcción hubieran limpiado los montones de escombros o pavimentado el estacionamiento.
¿A qué se debe la prisa de MGA?
La empresa tiene 750 contenedores de juguetes atrapados en el infierno de las cadenas de suministro en los puertos de Los Ángeles. Fabricados en China, se suponía que esos artículos estarían en los estantes de las tiendas de Estados Unidos esta temporada navideña. Eso no sucederá, dice Isaac Larian, director ejecutivo de MGA.
Pero la planta de Juárez está enviando dos camiones cargados de juguetes a Estados Unidos cada día y ese número pronto aumentará a 10. Además, Larian planea comenzar la construcción de una segunda fábrica en México el próximo año y empezará a trasladar parte de la producción china de MGA. a estas plantas.
“Tenemos grandes ambiciones y grandes planes para México”, dice.
En la jerga de los ejecutivos corporativos, esto se llama deslocalización, una de las mayores transformaciones económicas provocadas por la pandemia: reducir la longitud de la cadena de suministro para mantener la producción más cerca de su destino final y reducir el riesgo de que algún inconveniente estropee las cosas en el camino.
Una cadena más corta es una cadena más fuerte, se dice ahora, y hay una sensación cada vez mayor de que este nuevo enfoque seguirá de moda en las oficinas de los directivos mucho después de que el COVID desaparezca.
Para las multinacionales que hacen negocios en la candente economía estadounidense, la deslocalización a menudo significa el norte de México, donde los costos de mano de obra son baratos, la tierra es abundante y la frontera está al lado. El Paso, Texas, está a menos de 16 kilómetros al norte de la mayoría de las nuevas plantas de Juárez.
Otras ciudades fronterizas, como Tijuana, en la costa oeste, y Reynosa, Matamoros y Piedras Negras, al este, están experimentando un auge industrial similar, proporcionando un impulso muy necesario a una economía mexicana que ha tardado en recuperarse del colapso del año pasado.
Desde hace más de medio siglo, las fábricas de estas ciudades han sido un engranaje clave en la cadena de suministro de Estados Unidos. Conocidas en la industria como maquiladoras, toman piezas importadas, las ensamblan en productos industriales y de consumo y luego las envían al norte.
Cuando el TLCAN, el tratado de libre comercio entre Estados Unidos, México y Canadá, entró en vigor en 1994, las multinacionales instalaron maquiladoras a un ritmo frenético. Solo en Juárez hay plantas propiedad de General Electric, Honeywell International, Bosch, Foxconn Technology, Siemens y Electrolux, entre otros.
Años después, la región comenzó a estancarse cuando China ingresó a la Organización Mundial del Comercio. Muchas empresas se retiraron de México y se instalaron en China, donde los costos laborales eran aún más bajos. Los estallidos de violencia del narcotráfico a lo largo de la frontera solo contribuyeron a aumentar el éxodo.
China siguió robando participación del mercado estadounidense a México hasta que Donald Trump asumió el cargo en Washington. Cuando comenzó a imponer aranceles a los productos fabricados en China, México volvió a parecer bastante atractivo para los ejecutivos. Luego llegó la pandemia y aceleró el cambio.
Keeson, el fabricante de muebles, es un ejemplo de esto: primero hizo planes para abrir una fábrica en Juárez poco después de que Trump lanzara su guerra comercial contra Pekín, y los adelantó en un año completo cuando llegó el COVID.
“Seguro que la manufactura está volviendo”, dice Jason Tolliver, un director gerente que ayuda a supervisar la logística y los servicios industriales en las Américas para la firma inmobiliaria Cushman y Wakefield PLC. Las conversaciones que está manteniendo con líderes corporativos, dice, indican que esta ola de inversiones a lo largo de la frontera apenas está comenzando. “Es estructural y a largo plazo”.
El auge es tan intenso en Juárez que los bienes raíces industriales comenzaron a escasear: el 98% del espacio existente ya está alquilado, y el precio ha aumentado más de un 20% durante el último año, hasta alrededor de US$ 5.25 por pie cuadrado, según Jesse Meléndez, director de la empresa de bienes raíces industriales Intermex.
Intermex se apresura a sacar provecho. Actualmente alquila 5 millones de pies cuadrados más de espacio industrial en la ciudad que hace un año, y está construyendo otras cuatro fábricas. Estarán muy agrupadas en lo que ahora es solo un campo estéril de tierra en el extremo suroeste de la ciudad.
A pesar de lo entusiasmado que está Meléndez con el auge, ya se está preparando mentalmente para la caída que suele seguir. “En mi carrera, normalmente he visto valles y picos con una diferencia de siete a diez años”, dice. Estima que la desaceleración comenzará en el 2024.
Mientras Meléndez conducía por la ciudad en una reciente tarde de un día de semana, ese parecía un pensamiento lejano. A su alrededor aparecían carteles de “Se contrata” en las fachadas de las fábricas, en los autobuses y en los escaparates.
Esto es lo que atrajo a Efraín González a Juárez desde su natal Veracruz en el sur.
La gente asocia a los migrantes mexicanos con el mercado laboral estadounidense, pero la verdad es que muchos de ellos, como González, terminan su viaje a pocos kilómetros al sur de la frontera, especialmente cuando las maquiladoras están funcionando a toda máquina como ahora.
Los empleos en las fábricas ofrecen un salario que, aunque es una fracción del sueldo típico en Estados Unidos, es significativamente mayor de lo que los migrantes pueden ganar en su país, en el empobrecido sur de México. Y no tienen que preocuparse de ser deportados.
González, de 49 años, gana un poco más de US$ 80 a la semana, más beneficios como almuerzo gratuito, en la planta de Keeson, que produce las camas ajustables Ergomotion de la compañía. Dijo que sabía que encontraría trabajo en cuanto pusiera un pie en Juárez hace unos meses. La vista de todas las nuevas fábricas que se están construyendo lo dejó claro. “Aquí hay mucho trabajo”.