De Argelia, Siria, Yemen o Afganistán, nuevos migrantes esperan en México la oportunidad de obtener asilo y alcanzar una mejor vida en Estados Unidos, en una frontera que se ha vuelto global.
La creciente diversidad de la migración es categórica: 1,39 millones de personas de 177 nacionalidades cruzaron por México solo entre enero y mayo pasado, según cifras oficiales.
Con historias tan variadas como sus lenguas, los huéspedes del Albergue Assabil, en la fronteriza Tijuana (noreste), escapan a los moldes de este fenómeno en la región: ninguno proviene de Latinoamérica o habla español y la mayoría profesa el islam.
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Assabil, uno de los varios refugios para migrantes en Tijuana, es de hecho el único pensado para musulmanes, con una mezquita en sus instalaciones.
“La gente es bastante cálida, casi todos siguen la misma fe. Entonces te sientes como si estuvieras entre tus hermanos y hermanas”, dice Maitham Alojaili, un sirio de 26 años que huye de la “inestabilidad” de su país, en guerra civil migraesde 2011.
“La gente es secuestrada, cualquier cosa puede pasar. A veces, cuando sales de casa, hay muchas posibilidades de que no regreses”, relata Alojaili sobre la vida en Siria, minutos antes de unirse al Yumu’ah, oración musulmana de los viernes.
En la región del Medio Oriente y el norte de África siempre se vio a Europa como destino natural para migrar.
Pero el aumento de estos flujos debido a conflictos internos, falta de oportunidades y la pandemia motivó un endurecimiento de la política migratoria europea. Estados Unidos surgió así como alternativa.
“No ha habido soluciones para las necesidades básicas, tampoco las más espirituales o de libertad y democracia. Todo eso se conjunta para empujar a un éxodo”, explica Gilberto Conde, especialista en Medio Oriente y Norte de África por el Colegio de México.
“Su casa en Tijuana”
Muchos han seguido largas y penosas rutas por América del Sur y Centroamérica, mientras otros, con más posibilidades económicas, volaron directamente a México.
Yusseph Rahnali, argelino de 31 años que viajó primero a Ecuador y atravesó siete países para llegar a México, eligió Estados Unidos “porque aceptan a todo el mundo”, comenta.
Fanah Ahmadi, un periodista afgano de 29 años, viajó inicialmente a Irán donde consiguió una visa humanitaria para Brasil luego de “esperar mucho tiempo”.Después “viajé por otros nueve o diez países más para llegar a México. Hay muchas dificultades en el camino, pero estoy agradecido” de estar aquí, dice.
Además de ofrecer una comunidad de fe y cultura, el albergue resuelve asuntos prácticos como alojamiento y comida, que muchos no pueden costear. “Está cerca de la frontera con Estados Unidos, por eso es un lugar adecuado para nosotros. No gastamos mucho dinero, nos dan comida”, explica Ahmadi.
Sonia García, mexicana que adoptó el islam por matrimonio y fundó el albergue en 2022, señala que hasta 200 personas pueden alojarse, practicar su religión y alimentarse con comida Halal, preparada según los preceptos de la sharia o ley islámica.
“El musulmán tiene aquí su casa en Tijuana”, dice García, de 49 años, orgullosa y sorprendida por haber recibido migrantes de lugares de los que “nunca habíamos escuchado”, como Uzbekistán.
Pero las dificultades no terminan allí. Estados Unidos autorizó recientemente el cierre de la frontera a los solicitantes de asilo cuando haya más de 2,500 cruces irregulares en el promedio de siete días.
En 2023 se contabilizaron 2,4 millones de entradas ilegales en la frontera de 3.200 km.
“Otros”
En las estadísticas estadounidenses, estos migrantes son agrupados en el rubro “otros” por su número reducido en comparación con los de países latinoamericanos, India o Rusia.
Los perfiles en el albergue son diversos, desde perseguidos políticos o desplazados por guerras que pese a tener recursos no podían permanecer en sus países, hasta quienes huyen de la pobreza y el desempleo. La estadía puede durar desde una semana hasta siete meses, dependiendo de cuándo obtengan la cita para solicitar asilo, explica García.
Algunos evitan salir, pues a menudo les roban dinero y documentos, aunque otros trabajan para subsistir durante la espera.
“Siempre están a la mano los musulmanes que tienen negocios aquí para ayudar. Y es lo que hacen”, cuenta García, quien preside la Fundación Latina Musulmana y vive en San Diego, ciudad estadounidense vecina de Tijuana.
Para el argelino Rahnali, convivir “con tu gente es mejor”, pero compartir con migrantes de otros lugares y credos no es problema. “Son buenas personas, no se trata de religión”, dice.
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