En Estados Unidos, los candidatos presidenciales derrotados se comunican con los vencedores y reconocen su revés a través de conversaciones privadas, telegramas, llamadas por teléfono y discursos televisados a toda la nación. Al Gore admitió su derrota dos veces en una misma elección. Es posible que Donald Trump no lo reconozca nunca, ni siquiera con un tuit.
Ninguna ley estipula que el perdedor tiene que reconocer la derrota, pero si no lo hace, Trump sería el primer presidente estadounidense de la era moderna que ignora una tradición que ha caracterizado la transferencia pacífica del poder a lo largo de la historia.
Muchas veces el reconocimiento es un gesto cívico que pone fin al proceso electoral. A veces se usa una pizca de humor.
Luego de su fallido esfuerzo por ser reelegido en 1992, George H.W. Bush padre citó a Winston Churchill y dijo que le habían dado la “Order of the Boot” (literlamente, la “Orden de la Bota”, aludiendo a que lo habían sacado de una patada), según el historiador Michael Beschloss. Bush dijo que podía aceptar su derrota por su “profunda devoción por el sistema político con el que esta nación prosperó durante dos siglos”.
La tradición tuvo un tropiezo en el 2000, cuando Al Gore llamó a George W. Bush hijo para reconocer su revés y poco después volvió a llamarlo para dar marcha atrás al surgir dudas acerca del resultado de la Florida.
“A ver si entiendo bien”, le dijo Bush a Gore en una llamada telefónica: “¿Me estás llamando para decirme que ya no reconoces mi victoria?”.
Cuando Bush fue confirmado como ganador por la Corte Suprema, Gore volvió a llamarlo.
“Hace un ratito llamé a George W. Bush y lo felicité por ser el 43er presidente de Estados Unidos”, relató Gore. “Y le prometí que no volvería a llamarlo esta vez”.
Los candidatos reconocen sus derrotas también en las primarias. En 1976, luego de caer vencido en su campaña por la candidatura demócrata, Morris Udall dijo: “Los votantes se han pronunciado... los muy cabrones”.
La mayoría de estos gestos tienen por fin unificar al país y hacer a un lado las diferencias.
Después de perder las elecciones del 2008, John McCain dijo: “El pueblo se ha pronunciado y lo ha hecho con claridad. Hace poco tuve el honor de llamar a Barack Obama para felicitarlo por su elección como presidente del país que ambos queremos tanto”.
“Les pido a todos los estadounidenses que me apoyaron que se me unan y no solo lo feliciten, sino también le ofrezcan a nuestro próximo presidente nuestra buena voluntad y nuestros mejores esfuerzos para encontrar formas de unirnos”.
Richard Nixon, quien perdió ante John F. Kennedy en 1960, dijo en su aceptación de la derrota: “Una de las características del país es que tenemos contiendas políticas, que son reñidas como lo fue esta. Y cuando se tomó una decisión, nos unimos detrás del hombre que fue elegido”.
Cuando Jimmy Carter perdió en 1980, dijo en forma escueta: “El pueblo eligió y yo, por su puesto, acepto esa decisión”.
Bob Dole tuvo que admitir su derrota más de una vez y lo hizo con gracia.
Después de que la fórmula de Gerald Ford y Dole perdió ante Carter y Walter Mondale, Dole dijo: “Contrariamente a las versiones que dicen que me dolió mucho el revés, debo decir que anoche fui a casa y dormí como un bebé: me desperté cada dos horas llorando”.
Dole se lo tomó nuevamente con calma luego de perder ante Bill Clinton en 1996. Cuando dijo que había felicitado a Clinton, tuvo que acallar a quienes abuchearon.
Poco después, silenció a un partidario particularmente agresivo diciéndole con una sonrisa, “no vas a conseguir esa rebaja en los impuestos si no te callas”.
Trump no es el único que se ha sentido disgustado por la derrota.
John Adams, el segundo presidente que tuvo el país, también se mostró extremadamente contrariado al no ser reelegido en el 1800.
“Se amargó mucho”, cuenta John Vile, profesor de ciencias políticas de la Middle Tennessee State University, autor de un libro sobre las elecciones. “Se fue calladamente de Washington, el día de las elecciones o la noche previa”, manifestó. “No se quedó para la asunción” de su sucesor.
Vile dice que, para ser justos, por entonces no existía la tradición de reconocer la derrota y Adams tal vez no supo qué hacer. “Pero su gesto se interpretó en su momento como una muestra de que estaba muy descontento”, acotó.
Vile considera que la admisión de la derrota más divertida fue la de Thomas Dewey, quien perdió ante Harry S. Truman en 1948. Dewey dijo que se sentía un cadáver político y contó la historia de un borracho en un funeral.
Dijo que unos amigos le quisieron hacer una broma al borracho y lo pusieron en un ataúd, con un lirio en su mano. Al día siguiente el hombre de despertó, muy confundido. “Si estoy vivo, ¿qué hago en este féretro?”, se preguntó el hombre. “Y si estoy muerto, ¿por qué tengo ganas de ir al baño?”.
Fue una forma sutil de decirle a la gente que todo estaba bien, según Vile.