Editorial de Bloomberg
Cada día que pasa, el valiente nuevo mundo de las criptomonedas se parece más al viejo y peligroso mundo de Wall Street hacia 1929 o 2008. Las inversiones supuestamente estables están demostrando ser cualquier cosa menos eso. Los fondos de cobertura especializados, las bolsas y las entidades similares a los bancos están implosionando, después de haber hecho apuestas altamente apalancadas con los tokens de otras personas. Billones de dólares en riqueza virtual se han desvanecido.
¿La respuesta correcta? Alivio porque las cosas no hayan sido aun peores.
Pocas veces una crisis ha sido tan oportuna: las criptomonedas lograron un auge y una caída antes de que estuvieran demasiado conectadas con el sistema financiero en general. El impacto se ha limitado principalmente a aquellos que, a pesar de las innumerables advertencias, decidieron involucrarse. No hay necesidad de una intervención de emergencia. Por el contrario, la deflación de la burbuja, mientras dure, ofrece a los reguladores e inversionistas una oportunidad única para reflexionar y actuar sobre las lecciones aprendidas.
¿Cuáles son esas lecciones? Se me ocurren algunas.
- Las criptomonedas no son una clase de activos. Las acciones y los bonos tienen flujos de caja. Las materias primas tienen usos industriales. Los tokens digitales no tienen más que un sentimiento. Algún día, podrían resultar útiles como representaciones de activos, haciendo que las transacciones sean más baratas y confiables. Tal y como están las cosas, comprarlos es pura especulación, no inversión. No valen más de lo que uno está dispuesto a perder, y desde luego no tienen cabida en los fondos de pensiones ni en las cuentas de jubilación.
- No hay que dejar que el sistema financiero se exponga demasiado. Si los grandes bancos hubieran hecho muchos préstamos respaldados por criptomonedas con los depósitos de la gente normal, la caída habría sido mucho peor. Los reguladores se han manifestado, con razón, en contra de esto, y deberían avanzar en las normas para garantizar que no ocurra en el futuro. Las autoridades también deberían limitar la amenaza que representan las monedas estables, tokens digitales que pretenden valer un dólar. Estas deberían estar respaldadas por dólares reales que se mantienen en la Reserva Federal, no por otras criptomonedas o por préstamos a empresas tradicionales, para que no provoquen pánico o una congelación del crédito en el mundo real.
- No hay que intentar tener una economía basada en ellas. De todos los Gobiernos que experimentan con las criptomonedas, El Salvador es el que más lejos ha llegado. Exigió a las empresas que aceptaran bitcoines y trató de fomentar su adopción ofreciendo US$ 30 a las personas que se inscribieran en su aplicación de pago con criptomonedas (tristemente defectuosa). La mayoría de los usuarios se gastaron rápidamente las ganancias inesperadas y, de forma bastante sensata, volvieron a utilizar dólares. Hasta ahora, el Gobierno ha perdido unos US$ 59 millones de los US$ 106 millones que gastó en bitcoines, una cifra pequeña comparada con los ingresos anuales de unos US$ 8,000 millones. Aun así, es un cuento con moraleja: si el presidente Nayib Bukele hubiera logrado convertir El Salvador al bitcóin, como esperaba, los ya numerosos problemas financieros del país serían mucho más graves.
Quizá el frenesí especulativo que rodea a las criptomonedas acabe dando paso al desarrollo de aplicaciones realmente valiosas, como ocurrió con internet. Sin embargo, por el momento es mejor mantener una distancia segura.