Suena completamente inverosímil: una tecnología que pueda replicar la química de las estrellas, liberar energía limpia casi ilimitada y alimentar el mundo de manera segura durante siglos.
Sin embargo, este mes, la fusión nuclear sostenible, sobre la que se han planteado hipótesis durante mucho tiempo, dio un paso más hacia la realidad. Los científicos de la Instalación NIF (National Ignition Facility), parte del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore de Estados Unidos, anunciaron que habían producido alrededor de 10,000 billones de vatios de energía de fusión después de disparar una cápsula de hidrógeno con una serie de rayos láser.
El estallido duró solo una fracción de segundo, pero ofreció importante evidencia nueva de que algún día podría ser factible emplear energía de fusión.
Por supuesto, aún no hay que celebrar. Durante décadas, ha habido mucho revuelo en torno a este campo (la vieja broma dice que la energía de fusión está a solo 20 años, y siempre lo estará). Y los desafíos restantes para lograr un reactor viable son desalentadores. Incluso el rendimiento producido en NIF —aproximadamente el 70% de la entrada de energía del experimento— está todavía muy lejos de ser una fuente de energía viable.
Sin embargo, hay motivos para el optimismo. Uno de ellos es que es probable que otras innovaciones de los últimos años aceleren el progreso de la fusión. Los avances en computación de alta velocidad, inteligencia artificial, imanes superconductores, impresión 3D, ciencia de materiales, entre otros, deberían ayudar a superar los desafíos para conseguir un dispositivo de fusión viable. De hecho, el gran avance en NIF se produjo en gran parte debido a un mejor modelado informático.
El creciente entusiasmo del sector privado también debería ayudar. Cerca de dos docenas de empresas están ahora involucradas en proyectos de fusión y, solo el año pasado, inversionistas comprometieron unos US$ 300 millones para ellos, según BloombergNEF.
Varios tienen proyectos en marcha. General Fusion, financiada en parte por Jeff Bezos, planea comenzar la construcción de una planta de demostración el próximo año. Commonwealth Fusion Systems, respaldada por Bill Gates, espera demostrar una ganancia neta de energía para 2025.
Incluso si consideramos que esos objetivos podrían resultar demasiado optimistas, los beneficios de este trabajo podrían ser enormes. Emplear la fusión podría algún día significar una fuente de energía efectivamente ilimitada. No produciría residuos a largo plazo, no emitiría gases de efecto invernadero y no supondría ningún riesgo de accidentes nucleares.
El objetivo del presidente Joe Biden de alcanzar el cero neto de emisiones para el 2050 —poco probable con las tendencias actuales— parece mucho más realista con dichos proyectos en la matriz. No es de extrañar que a menudo se califique a la fusión como el “santo grial” de la producción de energía.
Sin embargo, a diferencia de la copa de la leyenda artúrica, la fusión está sujeta a ciertas limitaciones mundanas.
Una de ellas es tecnológica. No es exagerado decir que construir un reactor de fusión viable es uno de los desafíos más complejos jamás asumidos. Aún quedan por resolver inmensos problemas técnicos. Sin embargo, la financiación federal para investigar la fusión nacional ha disminuido en un 40% en términos reales durante las últimas cuatro décadas.
Una asignación de fondos en el proyecto de ley de gastos del año pasado debería ayudar, pero se necesita un compromiso a más largo plazo para superar los obstáculos de la ciencia y la ingeniería, formar una fuerza laboral capacitada y atraer a más investigadores talentosos a laboratorios de Estados Unidos.
El dinero presenta un segundo desafío. Siendo realistas, ninguna empresa va a construir un reactor de fusión sin grandes inversiones nuevas. Como han sugerido dos informes recientes de organismos asesores, el Congreso podría ayudar si se plantea el objetivo de producir una planta piloto en dos décadas.
Con las salvaguardias establecidas, asociaciones público-privadas con empresas de fusión podrían ayudar a acelerar este proceso, controlar los costos y mitigar los riesgos. La exitosa colaboración de la NASA con SpaceX, que redujo enormemente el costo de los vuelos espaciales en menos de una década, ofrece un modelo útil.
Un último impedimento es la regulación. Someter los proyectos de fusión a los mismos tipos de requisitos de licencia que se aplican a los reactores de fisión tradicionales impondría serias demoras, elevaría los costos e impediría la inversión en empresas que de otro modo serían prometedoras. Dado que la fusión es una tecnología mucho más segura, tales reglas tendrían poco sentido, especialmente en un momento en que el Gobierno está haciendo de la tecnología de cero emisiones una de sus más altas prioridades.
Como hemos aprendido durante las últimas décadas, no existen soluciones mágicas para el cambio climático. La energía de fusión no será una excepción. Sin embargo, en medio de tantos titulares deprimentes, avances como este son un progreso real y, si los Gobiernos prestan apoyo donde deberían, son también un verdadero motivo de esperanza.