“No se acepta CUC”, se lee en la puerta de una bodega en Cuba. Con el retorno del dólar a la economía de la isla, nadie quiere pesos cubanos convertibles. La demanda por el billete verde aumenta, pero adquirirlo es un lujo.
“Si tenemos 11 millones de habitantes, un millón (por ejemplo) puede comprar en dólares, ¿y los otros? Yo no tengo una familia en el extranjero” que envíe dinero, dice Aleskis Rodríguez, de 31 años, mientras hace fila para comprar café y pagarlo en CUC, en un mercado de La Habana que sí los recibe.
Sin turismo por la pandemia, retrasos en la reforma de su economía socialista y afectada por el endurecimiento del bloqueo de Estados Unidos, la isla precisa divisas para seguir funcionando.
En este país que importa casi el 80% de lo que consume, desde julio es posible comprar alimentos en dólares en algunas tiendas estatales, solo con tarjeta bancaria. Desde el año pasado también se venden electrodomésticos y piezas de autos en esa modalidad.
Algunos cubanos tienen dólares en sus cuentas bancarias, transferidos por sus familias desde fuera, con limitaciones. Pero la mayoría debe primero conseguir el dólar en Cuba para depositarlo y luego ir a la tienda.
Con las fronteras cerradas y la actividad económica detenida, el billete verde escasea en bancos y casas de cambio. En el mercado informal, quienes lo atesoran bajo el colchón lo venden en torno a 1.5 CUC la unidad, cuando su valor oficial es de 1 CUC por dólar.
Adiós al CUC
Paralelamente se reavivó el rumor de que la esperada desaparición del CUC, que se anunciaba desde el 2011, ocurriría en octubre, hecho que el Banco Central desmintió.
El dólar se despenalizó en Cuba en 1993. Hasta entonces poseerlo se sancionaba hasta con cárcel. En 1994 nació el CUC, como su equivalente. Al principio era entregado solo a los turistas a cambio de sus dólares.
En el 2004 Cuba sacó nuevamente de circulación el dólar y dejó al CUC conviviendo con el peso cubano CUP (24 CUP por dólar), moneda en la que se pagan los salarios y que sobrevivirá a las reformas.
Actualmente las tiendas en CUC y en CUP siguen funcionando, y en ellas compra la mayoría ciudadana, cuyo salario promedio mensual equivale a US$ 40.
Aunque algunos usuarios dicen que los negocios que cobran en dólares están mejor abastecidos, Niurka Romero, ama de casa de 50 años, no está tan convencida.
“No he comprado nada y gasté US$ 30.9. Muy caro”, asegura. Muestra 10 cajas pequeñas de jugo, cinco paquetes de espaguetis y cinco cajas pequeñas de puré de tomate. “En este cambio se me ha revuelto el mundo”, agrega.
“El peor momento”
Para el economista cubano de la Universidad Javeriana de Colombia, Pavel Vidal, esta redolarización es “el resultado de una reforma económica que ha sido incompleta, fragmentada, que ha quedado muy por debajo de las expectativas”.
Eliminar el CUC conlleva adecuar la tasa de cambio fija actual de 24 CUP por dólar a precios de mercado, y eliminar los tipos de cambio subvencionados con los que por años trabajan las firmas estatales generando distorsión en la economía.
En medio de la pandemia, se trata del “peor momento” para emprender una reforma que implica “una devaluación significativa del tipo de cambio oficial, algo que nunca se ha hecho”, apunta Vidal.
Cuando lanzó la venta en dólares, el ministro de Economía, Alejandro Gil, aseguró que no se trataba de un “apartheid económico”, sino de satisfacer la demanda de un sector de la población con mayor capacidad adquisitiva.
Pero la jubilada Zoila Rodríguez, de 75 años y con una pensión de 280 CUP (US$ 12) abriga la esperanza de que su nieta le mande dólares desde Estados Unidos, y también poder comprar.
Dice que si le mandaran dinero no lo cambiaría por moneda cubana. “Aunque sea US$ 30 o US$ 40, que me dé para comprar mis cositas”, dice. Ella no entiende “cómo la gente hace tanta cola”, si con lo que gana solo le da para “comprar una vez al mes”.
Cuba tiene contenida al COVID-19, pero hay quienes ven las filas con desconfianza. “Estoy aquí desde las 5:15 de la mañana, son las 11:30. Ahora me cierran la tienda y voy a tener que volver mañana a comprar mi café”, se lamenta la profesora Magalis, de 52 años.
“Podrían tomar otras medidas, llevar las cosas a la casa. Si el comandante Fidel Castro estuviera vivo él hubiese tomado una medida bonita para el pueblo”, añora.