En Afganistán era ministro del gobierno. Ahora, en Alemania, Sayed Sadaat se gana la vida en bicicleta repartiendo comida a domicilio.
La jornada es de seis horas de lunes a viernes, de mediodía hasta las 22H00 el fin de semana. Sayed lleva un uniforme de color naranja chillón, característico de su empresa, y la mochila donde transporta los pedidos de sus clientes.
“No hay que tener vergüenza, es un trabajo como cualquier otro”, explica a la AFP en las calles de Leipzig, en el este de Alemania.
“Si hay empleo, es que hay cierta demanda y que alguien debe encargarse de satisfacerla”, reflexiona este hombre a sus 50 años.
Sin embargo, la transición fue dura para él, cuya historia puede servir de advertencia a los miles de afganos recientemente evacuados por las fuerzas alemanas tras la llegada al poder de los talibanes.
O para aquellos que pueden llegar por sus propios medios en contingentes todavía mayores en los próximos meses o años.
La barrera del idioma
Los afganos son desde hace años el segundo grupo más numeroso de migrantes en Alemania detrás de los sirios, con unas 210.000 demandas de asilo presentadas desde el 2015.
Sayed Sadaat llegó meses antes del hundimiento del gobierno de Kabul frente a los talibanes. Entre el 2016 y 2018, había ocupado el ministerio de comunicaciones del país.
Dejó el puesto porque estaba harto de la corrupción dentro del gobierno y encontró trabajo como consultor en el sector de las telecomunicaciones, explica.
En el 2020, la seguridad empieza a deteriorarse. “Entonces, decidí marchar”, indica.
Aunque tiene las nacionalidades afgana y británica, se decantó por instalarse en Alemania a finales de 2020, justo antes de que el Brexit hiciera más difícil esta marcha para los ciudadanos del Reino Unido.
En su opinión, la economía alemana, la más potente de Europa, le brinda mayores oportunidades en su sector.
Pero sin conocer alemán es difícil encontrar trabajo. Y la pandemia del covid-19 y las medidas de confinamiento no le facilitaron el aprendizaje.
Ahora dedica a este idioma cuatro horas diarias, antes de salir con la bici para repartir a través de la empresa Lieferando.
Cobra 15 euros por hora (US$ 17.7), un salario modesto aunque sea bien superior al salario mínimo en Alemania (9.50 euros, 11.2 dólares). Él asegura poder cubrir sus necesidades.
Al estar considerado como ciudadano británico, Sayed no puede solicitar el estatuto de refugiado ni las prestaciones pertinentes.
El exministro, que no quiere hablar de su familia en Afganistán, no se arrepiente de su decisión.
Para un periodo limitado
El puesto de repartidor “es para un periodo limitado, hasta que encuentre otro empleo”, afirma.
Sonriente, celebra que le ha servido para ponerse en forma, recorriendo alrededor de 1.200 kilómetros en bicicleta cada mes.
Con la retirada de las fuerzas de la OTAN en Afganistán, Sayed piensa que podrá ser útil en Alemania.
“Puedo aconsejar al gobierno alemán y tratar que el pueblo afgano saque provecho, porque puedo darles una imagen realista del terreno”, asegura.
Por ahora, sin embargo, no dispone de contactos, con lo que la prioridad es el reparto a domicilio.
Su jornada acaba de comenzar y en su teléfono móvil empiezan a entrar los primeros pedidos.
“Ahora me tengo que ir”, se despide antes de perderse bajo la lluvia hacia la primera entrega del día.