Por Faye Flam
Aunque nunca sepamos si el COVID-19 escapó de un laboratorio o pasó a los humanos desde los animales, el público tiene derecho a saber con más certeza lo que ocurre en los laboratorios de virología.
A algunos científicos les preocupa que los científicos de los laboratorios tengan muy poca supervisión en proyectos que podrían iniciar pandemias. A otros les preocupa la proliferación mundial de laboratorios que trabajan con virus peligrosos y otros patógenos.
La revista Nature acusó a los políticos y a la prensa de suscitar una discusión “polarizadora” sobre los orígenes de la pandemia, pero es razonable querer una explicación de algunos hechos curiosos.
El virus que hasta ahora ha matado a 3.5 millones de personas y ha trastornado la vida de otros miles de millones parece tener su pariente más cercano en los murciélagos de herradura, pero no hay colonias de murciélagos de herradura cerca de Wuhan, China, donde se identificó por primera vez la pandemia. Sin embargo, Wuhan alberga un laboratorio con la mayor colección de coronavirus de murciélago del mundo.
Un equipo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) enviado a investigar no encontró muchas explicaciones plausibles para el SARS-CoV-2. Las explicaciones tampoco son mutuamente excluyentes: el virus podría ser un virus de murciélago de origen natural recogido por un científico y colocado en un laboratorio del que posteriormente se escapó.
No hay pruebas convincentes de que este virus haya sido manipulado genéticamente, pero es bien sabido que los científicos han manipulado otros virus para hacerlos más peligrosos.
El biólogo Richard Ebright, profesor de la Universidad de Rutgers, me relató una historia de investigación de laboratorio de biodefensa que se remonta al 11 de septiembre y los ataques con ántrax que siguieron. Debido a que el Congreso fue el blanco de esos ataques, el incidente generó el interés del Gobierno estadounidense en investigar las defensas de la guerra bacteriológica.
Pero las cosas dieron un giro extraño: si bien en general se creía que los ataques fueron llevados a cabo por terroristas extranjeros, una investigación de varios años apuntó a un investigador estadounidense de biodefensa.
Los investigadores relacionaron los ataques con Bruce Ivins, virólogo del Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de EE.UU. en Fort Detrick, Maryland, aunque se suicidó antes de que pudiera ser juzgado. Quizás aumentar los controles sobre la investigación en biodefensa hubiera sido una respuesta más racional que aumentar la financiación.
Ebright me dijo que en el 2003, la comunidad científica comenzó a expresar su preocupación por la idea de que la tecnología genética emergente podría, en principio, permitir a las personas alterar los virus para hacerlos más mortíferos o más transmisibles. Y de hecho, esos experimentos comenzaron a producirse, financiados por los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) y realizados en nombre de la defensa, o simplemente para comprender mejor los virus como línea de investigación básica.
Un proyecto en el 2005 condujo a la recreación del mortal virus de la gripe pandémica de 1918, algo que ayudó a los científicos a comprender por qué esa pandemia afectó a tanta gente joven y sana, pero también generó preocupaciones sobre el riesgo de una fuga de laboratorio.
Otro proyecto en el 2011 alteró un virus de la gripe aviar para que pudiera propagarse entre los mamíferos. Se trataba de una creación especialmente aterradora porque la gripe aviar ocasionalmente puede pasar de las aves a los humanos, matando cerca del 60% de los infectados. Una versión que pudiera viajar de humano a humano sería devastadora. El debate continuó durante años sobre si los beneficios de este tipo de investigación podrían justificar el grave riesgo, aunque la investigación estaba programada para reanudarse en el 2019.
También hay fondos estadounidenses para la vigilancia de los virus, lo que conlleva sus propios riesgos. Los investigadores salen a recolectar virus, los cultivan en sus laboratorios y los usan en experimentos. Ebright considera que esto es similar a la recolección de virus espaciales en La Amenaza de Andrómeda, salvo que ahora sabemos que existen muchos virus exóticos aquí en la Tierra.
Más recientemente, los científicos han creado coronavirus genéticamente alterados. Esa investigación se ha realizado en colaboración entre laboratorios estadounidenses y el Instituto de Virología de Wuhan. En un controvertido proyecto, los investigadores tomaron coronavirus de murciélago e introdujeron cambios para ver si podían inducir un mayor potencial pandémico. Esa investigación se publicó en el 2015 en la revista Nature Medicine.
Siguieron más experimentos, en los que se fusionó el gen de la espiga de un coronavirus con la columna vertebral de otro, creando nuevos virus cada vez más hábiles para infectar células humanas. “Así que esto es, por supuesto, un libro de cocina para construir un virus de altísimo potencial pandémico”, dice Ebright.
Bajo el mandato de Obama, hubo una “pausa” en la financiación de la investigación de ganancia de función en 2014 y se pidió una revisión de las investigaciones existentes, que se llevó a cabo a través de la Oficina de Política Científica y Tecnológica de la Casa Blanca (OSTP, por sus siglas en inglés). Bajo Trump, hubo un nuevo conjunto de controles, que requirieron revisiones a través de los NIH, pero Ebright dijo que solo se revisaron dos proyectos. En la práctica, esto significó que existían protecciones más débiles.
Ebright sugiere que la OSTP u otra entidad independiente debería ser responsable de la supervisión, en lugar de las agencias que investigan o financian.
El virólogo de la Universidad de Purdue, David Sanders, me dijo que está de acuerdo con las preocupaciones de Ebright, pero cree que el peligro radica menos en estos experimentos de manipulación genética y más en la proliferación mundial de laboratorios que se ocupan de patógenos mortales, naturales o artificiales.
Afirma que debería haber supervisión, pero que algunas manipulaciones genéticas de los virus pueden aportar información valiosa. La terapia genética, por ejemplo, utiliza virus alterados para introducir en las células humanas material genético que salva vidas.
Y no le convencieron los argumentos expuestos en un influyente artículo del exescritor científico del New York Times Nicholas Wade, publicado por primera vez en Medium, en el que se insinuaba que el SARS-CoV-2 era producto de una modificación genética. No hay nada en el virus que haga improbable un origen natural.
Pero, ¿cómo llegó a los humanos? Todavía no lo sabemos. Y es perfectamente razonable seguir haciendo preguntas.