Policías realizan controles en la Estación Ferroviaria de Constitución en la ciudad de Buenos Aires (Argentina). (EFE/Juan Ignacio Roncoroni).
Policías realizan controles en la Estación Ferroviaria de Constitución en la ciudad de Buenos Aires (Argentina). (EFE/Juan Ignacio Roncoroni).

Largas filas de vehículos detrás de los controles policiales en los accesos a la ciudad, menos movimiento de pasajeros en las estaciones del ferrocarril y muchas tiendas con las persianas bajas eran algunas de las postales del miércoles al cumplirse el primer día de una cuarentena más estricta en Buenos Aires y sus alrededores.

El presidente Alberto Fernández restableció hasta el 17 de julio muchas de las restricciones que había impuesto el 20 de marzo cuando Argentina ingresó formalmente en la cuarentena obligatoria para evitar un colapso sanitario y que en las semanas posteriores había flexibilizado.

Si bien en la mayoría del país no hay circulación del virus, el aumento en los casos y la ocupación de camas de terapia intensiva -un 53% en el área metropolitana- llevó al mandatario a dar marcha atrás justo en momentos en que se percibe un agotamiento en la población por el encierro y su impacto económico.

En tanto, permanecen cerrados -como desde el primer día- los estadios de fútbol, museos, teatros, cines, gimnasios, peluquerías y restaurantes, aunque éstos últimos pueden funcionar con la modalidad de envío a domicilio.

A partir del miércoles la actividad física en la vía pública también está prohibida, aunque permanecerán habilitados los paseos de los menores durante el fin de semana.

Desde temprano miles de vehículos quedaron atascados en los principales accesos a la capital por los estrictos controles policiales para verificar los permisos de circulación. Sólo están autorizados a circular los trabajadores esenciales como el personal de salud y de las fuerzas de seguridad, empleados ligados a la industria farmacéutica, alimenticia, petrolera y de medios de comunicación, entre otros.

Tan lento fue el ingreso que el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, se apersonó en motocicleta a uno de los accesos y ordenó a los agentes agilizar el paso de los vehículos, un gesto que provocó un cortocircuito con las autoridades nacionales pese que pertenecen al mismo signo político.

En las principales estaciones del ferrocarril el número de pasajeros era considerablemente menor a otros días, al igual que en los autobuses y el metro.

Un primer reporte oficial informó un 42% menos de vehículos circulando en las autopistas de la capital respecto de la semana pasada.

Muchos comercios de indumentaria, calzado, electrodomésticos, juguetes y muebles que venían soportando una drástica caída en las ventas tuvieron que cerrar a partir del miércoles. Si bien las grandes tiendas de esos rubros cumplieron la medida, otras más pequeñas tenían las persianas bajas pero mantenían la atención al público.

Tengo que vender para comer, aunque sea un par de zapatillas. No puedo cerrar”, dijo a The Associated Press Osvaldo, dueño de una tienda de calzado deportivo en el barrio de Palermo. El hombre no quiso dar su apellido por miedo a las multas para quienes no cumplen la cuarentena.

Argentina reportaba el miércoles 64,530 contagios y 1,310 muertes, una cifra menor a varios de sus vecinos de la región y que el gobierno ha atribuido a la imposición de una estricta cuarentena apenas se confirmaron los primeros casos en marzo.

Aunque la medida gozó de amplio apoyo en los primeros meses, fue perdiendo popularidad tras más de cien días de encierro por las secuelas psicológicas y económicas.

Una encuesta de la consultora Management & Fit realizada en junio a 1,020 personas señaló que la aprobación de la gestión de la pandemia cayó a 62.4% respecto del 91.7% de marzo.

La actividad económica tuvo un desplome récord en abril de 26.4% comparado con el mismo mes del año pasado como consecuencia del freno causado por la pandemia. Se trata de la mayor caída del Estimador Mensual de la Actividad Económica desde principios de la década de 1990, incluso por encima de la crisis del 2001.

Fernández se ha defendido afirmando que “una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que termina no la levantamos más”.