Una tarde de agosto Gabriel Boric se sentó al aire libre en una banca mientras escuchaba y tomaba notas. Una chaqueta ligera cubría los tatuajes en sus antebrazos, pero su espesa barba y su abundante cabello rebelde dejaban entrever al líder estudiantil que, no hace mucho tiempo, agitaba multitudes. En un barrio de bajos ingresos de Santiago, la capital de Chile, él representaba a la vanguardia de un movimiento político de izquierda en rápido crecimiento.
A sus 35 años, Boric lidera la carrera por la presidencia de Chile. Su ascenso, parte de un giro más amplio hacia la izquierda en América Latina, está sacudiendo a las empresas internacionales y firmas de inversión, que durante mucho tiempo han favorecido a Chile como, quizás, la economía en desarrollo más promercado del mundo.
Uno de los votantes que acudió en masa a ver a Boric ese día se quejó de las largas listas de espera y la mala atención en los hospitales públicos. Boric miró hacia abajo, ordenó sus pensamientos y luego los soltó, como el vapor de una tetera. “Esto tiene que llenarnos de rabia”, dijo, apretando un puño. “Y transformar esa rabia en acción”.
La rabia ayuda a explicar por qué Boric se encuentra constantemente cerca o en el primer lugar de las encuestas entre los siete candidatos que compiten por la presidencia de Chile. Es rabia por la desigualdad, como se evidencia en la hoz y el martillo de las banderas del Partido Comunista que ondean cerca en apoyo a su conglomerado, el Frente Amplio.
Como sugiere el nombre, la rabia también se deriva de algo más grande, un cambio generacional cada vez mayor en las actitudes sociales sobre género y sexualidad, junto con nuevas miradas económicas sobre la riqueza y los impuestos.
Las decisiones políticas de los 19 millones de habitantes de Chile, un país con un producto bruto interno de US$ 253,000 millones, aproximadamente el tamaño del de Carolina del Sur, tienen una enorme influencia en el comercio mundial. Durante medio siglo, Chile ha sido el modelo de cómo el libre mercado puede estimular el crecimiento y sacar a la gente de la pobreza, un enfoque que a veces se describe como neoliberalismo, un término que la izquierda tiende a usar como un epíteto.
El clima favorable a los negocios de Chile se remonta a la década de 1970, cuando el dictador Augusto Pinochet redujo las barreras comerciales y recortó la regulación para estimular la inversión extranjera. A medida que Chile se volcó hacia la democracia después de 1990, los tribunales documentaron los hechos de tortura, las ejecuciones extrajudiciales y otros abusos a los derechos humanos perpetrados bajo el régimen del general Pinochet. Sin embargo, su enfoque económico sobrevivió a líderes y partidos de todas las tendencias políticas.
Muchos economistas atribuyen a esas medidas promercado lo que se ha denominado el “Milagro Chileno”. Chile tiene la calificación crediticia más alta de América Latina y atrae más inversión extranjera directa como porcentaje del PBI que potencias como Brasil y México. Se espera que su economía crezca más rápido este año que cualquier país desarrollado o de mercados emergentes analizado por Bloomberg.
Chile destaca por ser el mayor productor de cobre del mundo y un importante proveedor de litio, esenciales para teléfonos inteligentes y automóviles eléctricos. Desde 1990 hasta el 2000, el ingreso promedio se duplicó, la pobreza se redujo a la mitad y la bolsa de valores del país se multiplicó por catorce.
En vecindarios desfavorecidos, donde los perros callejeros se pelean por las sobras junto a talleres de reparación de llantas, la historia de éxito de Chile puede parecer una broma cruel. A pesar de años de crecimiento económico constante, el país tiene una de las mayores brechas entre ricos y pobres de las naciones pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que está compuesta por 38 democracias con economías de mercado.
En otras palabras, gran parte de Chile se ha beneficiado poco de su condición de favorito de los inversionistas. Ahora, Boric y su movimiento argumentan que, en cierto sentido, no ha habido ningún cambio en la estructura económica del país desde la dictadura.
A fines del 2019, estallaron protestas masivas debido a un pequeño aumento en los precios del transporte público. Los manifestantes destrozaron importantes estaciones de metro y exigieron cambios en las prioridades nacionales, incluido el trato a los grupos indígenas, la distribución del agua y la administración de los fondos de pensiones.
Luego, la pandemia de COVID-19 expuso e intensificó aún más la desigualdad social. En mayo, el país votó por los representantes que reescribirán su Constitución, un vestigio de la dictadura de Pinochet. Los elegidos para la tarea se inclinan en gran medida hacia la izquierda.
La coalición de Boric está denunciando la desigualdad económica y promoviendo demandas de género, las industrias verdes, los derechos de las minorías y la creación de un Estado con foco en el gasto social donde las fuerzas del mercado ya no sean veneradas. Como ha dicho Boric en más de una ocasión, “si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”.
Con casi 660 millones de habitantes y varias docenas de países, América Latina no se puede categorizar fácilmente. Sin embargo, se observan patrones que evidencian que se ha movido en oleadas desde la derecha a la izquierda.
Ahora parece que se está produciendo otra marea rosa o “pink tide”. Y una razón probable es que la derecha tuvo la mala suerte de estar en el poder cuando el COVID aplastó los sistemas de salud de la región y cobró la vida de un millón de personas. Latinoamérica tiene el 8% de la población mundial y registra el 20% de las muertes a causa del COVID. En 2020, la riqueza de los hogares de la región por adulto cayó un 11,4%, más que en cualquier otra región del mundo, según Credit Suisse Group AG.
La actual marea rosa arrasó primero en Perú. Pedro Castillo, un profesor rural y activista sindical de un partido marxista, venció a la candidata proempresas en una promesa de campaña de “no más gente pobre en un país rico”. Los inversionistas huyeron y la moneda de Perú se depreció más que cualquier otra, a excepción de la de Afganistán.
Colombia realizará elecciones el próximo año. Su presidente promercados, Iván Duque, no puede volver a postularse debido a un límite de mandatos y además es profundamente impopular, lo que representa un desafío para el sucesor de su partido. El izquierdista Gustavo Petro, que promete una “economía verde”, lidera las encuestas.
En Brasil, se espera que el presidente Jair Bolsonaro, un populista de derecha, enfrente un duro desafío ante el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, de la anterior ola izquierdista. Los vencedores de esta ronda enfrentarán un desafío más difícil que hace 15 años debido a que las arcas fiscales están vacías y las deudas gubernamentales son más elevadas.
Mucho de lo que propone Boric no es completamente diferente al enfoque de muchas socialdemocracias europeas o incluso de lo que defienden los demócratas en Estados Unidos. Dice que redistribuirá la riqueza para luchar contra la pobreza y potenciará los derechos de los trabajadores, como exigir semanas laborales más cortas y promover la negociación colectiva.
Boric llama a aumentar los impuestos sobre las grandes fortunas e ingresos y tomar medidas enérgicas contra la evasión fiscal. También propone un gravamen sobre las regalías mineras e “impuestos verdes” sobre los combustibles y las emisiones industriales. En general, aumentaría los impuestos, como porcentaje del PBI, del 21% al 29.5% durante la próxima década. Eso estaría más cerca del promedio del 34% de los países de la OCDE y 5 puntos porcentuales sobre Estados Unidos.
“Necesitamos un modelo de desarrollo distinto”, dijo Boric durante una entrevista de 45 minutos a través de Zoom realizada en agosto, “donde la forma de crear riqueza no sea solo en función de actividades extractivistas, donde el proceso de distribución de la riqueza no sea principalmente en base a la teoría fracasada del chorreo, en donde tengamos una desconcentración”.
Beatriz Sánchez, periodista y excandidata presidencial del Frente Amplio, dice que Boric representa un regreso a los valores de Salvador Allende, el primer presidente socialista de Chile, quien fue elegido en 1970 y derrocado por el golpe militar liderado por Pinochet tres años después. “Allende es alguien que marca un camino de cambio y justicia social para Boric y el Frente Amplio”, dice.
Wall Street también está cauto. En junio, los analistas de UBS AG recomendaron a los inversionistas reducir su exposición a las acciones chilenas antes de las elecciones de noviembre. En septiembre, Bank of America Corp. les sugirió que no mantuvieran ninguna inversión local. Guido Chamorro, administrador de cartera de Pictet Asset Management en Londres que se especializa en deuda de mercados emergentes, dijo que la calificación crediticia de Chile de “A” otorgada por S&P Global Ratings, la mejor de la región, podría estar en riesgo. Los nuevos impuestos a la minería de un Gobierno de izquierda, dice, “erosionarían la percepción positiva internacional de larga data que se ha construido durante muchos años”.
Boric creció en la Patagonia, en el extremo sur de Chile, una ventosa zona de cría de ovejas y glaciares. Un tatuaje en uno de sus antebrazos representa “un faro magallánico solitario entre los tempestuosos y misteriosos mares de la Patagonia austral”, escribió una vez en Instagram. “Ahí voy a vivir algún día, por mientras él vive conmigo”.
Su evocación a las regiones del país, en lugar de a la centralización de la capital, se ha sumado a su atractivo como un afuerino que no tiene miedo de enfrentarse a la élite urbana adinerada. Su padre, que apoya a los demócratas cristianos de centro izquierda, es ingeniero químico. Boric asistió a la facultad de derecho en Santiago. Mientras ayudaba a liderar las protestas estudiantiles sobre el costo y la calidad de la educación, fue elegido presidente de la federación estudiantil de la Universidad de Chile.
Boric vive en un departamento en Santiago, rodeado de estanterías y libros gastados al estilo de los estudiantes universitarios. Esos volúmenes, especialmente las obras sobre ciencia política y literatura, dejaron una huella en un político que se describe a sí mismo como “parte de una tradición de la izquierda latinoamericana”.
Cita a Álvaro García Linera, un sociólogo marxista y exvicepresidente de Bolivia que a menudo es descrito como uno de los principales intelectuales de ese país. También tiene influencia europea, como la del marxista italiano Antonio Gramsci, conocido por sus teorías sobre cómo la clase capitalista se mantiene en el poder a través de la hegemonía cultural en lugar de la violencia. Boric, que habla inglés fluido, lee libros de historia sobre el Estado de bienestar británico y, a veces, suena tan similar a un socialdemócrata del norte de Europa, como a un activista latinoamericano.
En su opinión, la sociedad tiene dos opciones: remediar la desigualdad o caer en el caos o la extinción. “O nos salvamos juntos o nos hundimos por separado”, dice. “La crisis climática es la mejor evidencia de esto, al igual que la pandemia”.
Boric derrotó en primarias a un candidato comunista y busca distanciarse de las políticas socialistas de Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela. En su opinión, son autoritarias y solo benefician a los aliados del Gobierno. También quiere tranquilizar a los nerviosos inversionistas internacionales.
“Quienes estén dispuestos a perseguir un modelo de desarrollo ambientalmente sustentable, con buenas prácticas laborales, y que genere transferencia de tecnología y una distribución más justa de la riqueza serán más que bienvenidos”, afirma.
Boric reconoce la preocupación de los líderes empresariales de que su victoria pueda dañar la inversión en Chile, perjudicando la economía. “Por supuesto que me preocupa”, dice. “Pero creo que todo el mundo entiende, incluso los inversionistas que, si tienes una sociedad fragmentada, no hay posibilidades de tener inversiones de largo plazo. Se pierde la fe pública y terminas matando a la gallina de los huevos de oro”.
Si gana, tendrá que resolver el enigma de luchar contra la desigualdad sin acabar con el “milagro” chileno.
(Esta es una versión resumida de una nota más larga publicada en Bloomberg.com denominada “Left-Wing Rage Threatens a Wall Street Haven in Latin America”).
Eduardo Thomson es jefe de la oficina de Bloomberg News en Santiago, donde Valentina Fuentes es periodista y Matthew Malinowski es editor. Ehan Bronner es editor sénior en Nueva York.