Sandra, Lorena y María Ángeles pertenecen a generaciones muy distintas. Las tres son pacientes oncológicas, las tres pasaron por una mastectomía sin reconstrucción y las tres están convencidas de que el cáncer de mama necesita mucho más que un mes con lazos rosas y conferencias positivas que hacen referencia a lo “guerreras” que son.
“Cuando dicen esa frase tan estúpida de ‘perdieron la batalla’ yo digo ‘qué egoístas son, ¿quién eres tú para saber si ella hizo todo lo que pudo para sobrevivir? ¿quién eres tú para saber todo lo que dejó de hacer para sobrevivir? De hecho ella no peleaba, ella quería vivir’”, expresa en entrevista con EFE Sandra Monroy, diagnosticada el año pasado, a los 36 años.
Sandra recuerda que 12 años antes de desarrollar cáncer de mama los doctores establecieron que tendría que revisarse periódicamente. “Me salvaron la vida”, dice al explicar que su caso fue detectado en un estadío temprano, por lo que requirió una mastectomía bilateral pero no quimioterapia ni radioterapia.
Hace un año, la imagen del momento en el que le retiraron los vendajes en su casa, tomada por la fotógrafa Sáshenka Gutiérrez, recorrió el mundo entero. Lo mismo su frase “Jódete cáncer”, de la que nacieron un grupo de acompañamiento oncológico, recientemente un ensayo autobiográfico y también todo un movimiento.
“No tengo nada contra el rosa”, aclara Sandra, “sé que para muchas sí representa esa lucha, lo respeto, pero creo que el objetivo está en la vida y que hay un ‘pinkwashing’ desmedido con respecto a este mes”.
María de los Ángeles Arreola tiene 67 años y fue diagnosticada en abril del 2021 tras hacerse una mastografía de control. Le realizaron una mastectomía lateral en julio de ese mismo año y ella sí recibió radioterapia y quimioterapia.
Es una mujer muy disciplinada, e insiste en la necesidad de seguir los tratamientos e investigar. “Me fijé un objetivo: tener el tratamiento, hacerle caso a los médicos, investigar todo lo que me sea posible”, detalla.
Sobre todo lo que sucede en torno el Día Internacional de Lucha Contra el Cáncer de Mama, que se conmemora el 19 de octubre, bromea: “se siente una como la estrella de la película”.
“Yo no necesito que me pongan una losa encima para hacerme sentir que vengo cargando algo muy pesado”, cuenta, sino que prefiere que le pregunten por lo que ha vivido, que se interesen en cómo se siente.
Además, insiste en la importancia de recordar, en octubre y en todos los meses del año, la necesidad de un servicio médico de calidad, y también de mayor difusión de información ya que “hay mujeres que ni siquiera tienen idea de lo que es el cáncer de mama”.
Firmes exigencias
En México, cada año se diagnostican con esta enfermedad a 30,000 mujeres y, de ellas, 8,000 mueren.
Desgraciadamente, entre un 70% y un 80% de los casos en el país se diagnostican en etapas avanzadas, de acuerdo con autoridades de salud.
Y sobre el acceso a los servicios de salud conoce bastante Lorena Estrada, de 27 años, diagnosticada por primera vez en el 2019.
Ella notó un bulto en su pecho y, recordando que su abuela había fallecido de cáncer de mama, acudió a varios lugares intentando que revisaran su situación, pero obtuvo un no como respuesta por parte de varios médicos, que le dijeron que siendo tan joven y habiendo amamantado a su hija recientemente, no podía tener cáncer.
Cuando por fin logró ser atendida en la Fundación de Cáncer de Mama (Fucam), su cáncer estaba en etapa 13. Por ello, recibió primero quimioterapia, luego pasó por una mastectomía y más tarde se sometió a radioterapia.
En septiembre del 2020 terminó su tratamiento. Su cabello, cuya pérdida había sido “muy dolorosa”, volvió a crecer y sus controles continuaron muy regularmente porque su cáncer es genético, pero un día de abril del 2022 notó un fuerte dolor en la cabeza y cómo su vista se le nublaba.
Después de varias pruebas, le encontraron metástasis en el cerebro. Tenía siete tumores y un quiste.
“La verdad es que tenía muy mal pronóstico”, cuenta, pero después de varias sesiones de quimioterapia, en agosto ya solamente tenía uno de los tumores y de un tamaño minúsculo.
Ella se encuentra dentro de un complicado proceso, pero feliz de que su estado está mejorando, de que tal vez pronto puedan operarla y de estar pasando tiempo con su hija y su marido.
Su color favorito es el rosa, “pero eso no significa que me guste el octubre rosa”, dice. “Me molesta que nos cataloguen como guerreras, yo no estoy luchando contra algo, estoy enferma”.
Hacer comunidad
Sandra, Ángeles y Lorena comparten perspectivas e ideas, lo que las llevó a, a través de un llamado de Sandra, reunirse y generar un espacio junto con otras mujeres en el que sentirse comprendidas.
“Me siento muy acogida”, confesó Lorena. “Es un parteaguas terapéutico, hablarlo hasta que se desgaste la emoción”, complementó Sandra.
Y es que para ellas, reunirse también es una especie de labor de recuerdo, de honrar a todas las que ya no están.
“Se genera angustia cuando las amigas o las conocidas que vas haciendo en tu tratamiento de pronto tienen metástasis o van muriendo. Recuerdo otra parte de lo que dice Anne Boyer (poeta y ensayista): tengo cada nombre de ellas en mi cuerpo, incluyendo el mío porque la siguiente puedo ser yo. Entonces es imposible olvidarlas, es imposible voltear porque las llevas tatuadas”, terminó Sandra.