El surf en la Amazonía brasileña comienza con los practicantes dentro del río, el agua marrón por la cintura, y un aplauso que da inicio al desafío: montar la “Pororoca”, una de las olas más admiradas y temidas del mundo.
La Pororoca, que significa “gran estruendo” en la lengua indígena tupí guaraní, es un fenómeno que ocurre dos veces al año, cuando las aguas oceánicas del Atlántico se encuentran durante la marea alta con las corrientes de los ríos amazónicos y las empujan en sentido contrario.
En Arari, una ciudad de 30 mil habitantes en el estado de Maranhao (noreste de Brasil), la ola de agua dulce se manifiesta generalmente en marzo y septiembre, durante los días de luna llena y nueva, como una avalancha amarronada de hasta cuatro metros de alto que recorre dos veces por día el río Mearim.
La Pororoca “tiene una energía diferente a cualquier ola, una conexión especial con la naturaleza. Surfearla, en una relación de respeto con ella, es maravilloso, fantástico”, dice Ernesto Madeira, de 29 años, quien practica surf en la Amazonía hace siete.
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Como él, miles de surfistas de la región y de otras partes de Brasil llegan a los ríos amazónicos para este reto poco convencional, muchos acostumbrados a navegar olas en mar abierto.
En el pasado la Pororoca fue mitificada por ribereños como un monstruo, debido a que su paso suele inundar tierras bajas aledañas al curso de los ríos, causando trastornos.
Montarla es muy diferente a surfear una ola de mar, destacan sus aficionados. Sus obstáculos, también: desde troncos de árboles o ramas sueltas bajo el agua hasta encuentros indeseados con yacarés (una especie de cocodrilo) o anacondas.
“La adrenalina va en aumento cuando estamos en el agua y escuchamos la ola aproximarse. En ese momento, siempre pensamos en salir del agua, pero ya es tarde”, confiesa Teognides Queiroz, de 40 años, mientras aplica en cuclillas parafina a su tabla, antes de entrar al río Mearim.
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Un rito colectivo
El surf de río se practica como un rito colectivo, con los practicantes dándose ánimo y saliendo juntos a nadar sobre sus tablas hasta encontrar un buen punto donde esperar la llegada de la ola. Así es en la Amazonía: lo colectivo por sobre el individualismo del surf tradicional, dice Queiroz.
“Estamos todos en la misma ola, cada uno alentando al otro”, explica.
En Arari, la Pororoca se está convirtiendo además en un atractivo turístico.
Aunque las olas no son tan altas como las de mar, pueden durar casi una hora hasta desintegrarse completamente, con una velocidad promedio de 30 kilómetros por hora.
“Conseguí surfearla, valió la pena”, dice Carlos Ferreira, de 18 años, contento por haber podido domar la Pororoca pocos minutos antes, avanzando gracias a su fuerza por el Mearim.
“Da bastante adrenalina”, explica el joven, mientras abraza su tabla naranja con detalles verdes, todavía empapado.
“Es una buena sensación en el cuerpo. No se puede explicar”.
Fuente: AFP
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