El mes pasado, en el lanzamiento de la campaña de reelección de Bolsonaro en Río de Janeiro, mostró lo que podía hacer. Animada a dirigirse a la multitud, entre las invocaciones religiosas, les dio a los votantes un vistazo de la vida en la casa de Bolsonaro. Duerme mal, les dijo, preocupado por el país. Cuando él se va, ella reza en su silla para pedir coraje y fuerza para el presidente. Él es, le confió a la audiencia vestida con un traje verde bandera, “un elegido de Dios”. Siguen aplausos atronadores. Foto: Bloomberg
El mes pasado, en el lanzamiento de la campaña de reelección de Bolsonaro en Río de Janeiro, mostró lo que podía hacer. Animada a dirigirse a la multitud, entre las invocaciones religiosas, les dio a los votantes un vistazo de la vida en la casa de Bolsonaro. Duerme mal, les dijo, preocupado por el país. Cuando él se va, ella reza en su silla para pedir coraje y fuerza para el presidente. Él es, le confió a la audiencia vestida con un traje verde bandera, “un elegido de Dios”. Siguen aplausos atronadores. Foto: Bloomberg

Las encuestas de opinión, le insinué a un alto legislador evangélico en una visita a Brasilia a principios de este año, no pintaban bien para el presidente Jair Bolsonaro. ¿Qué podría ayudar a cerrar la enorme brecha con su principal oponente antes de las elecciones de octubre? Respondió de inmediato, sentándose en la silla de su oficina. “Michelle, por supuesto”.