Por Hal Brands
En el período previo a su reunión con el líder ruso Vladimir Putin esta semana en Viena, el presidente estadounidense, Joe Biden, dijo que quiere una relación “estable y predecible” con Rusia. Se podría pensar que Putin también tendría mucho que ganar con una relación más amable con Washington. Sin embargo, hay cero posibilidades de que eso ocurra.
Putin necesita la confrontación con Occidente por razones internas, y cree que puede explotar el enfoque necesario de Estados Unidos en China para aumentar el precio que Biden debe pagar por mantener una relación decente con Moscú. Y lo que es peor, es un modelo que pueden seguir varios rivales estadounidenses para tratar con una superpotencia distraída.
EE.UU. tiene buenas razones para querer una relación decente con Moscú. Rusia sigue siendo el único país que puede, mediante su arsenal nuclear estratégico, representar una amenaza existencial. A los principales aliados de EE.UU. en Europa, especialmente Alemania, no les agrada la idea de tener una Rusia furiosa y agresiva que se cierne sobre el continente.
EE.UU. también podría utilizar la cooperación rusa en áreas variadas, como facilitar el camino hacia una pequeña presencia antiterrorista en Asia Central tras la retirada del Pentágono de Afganistán. Lo más importante es que EE.UU. preferiría no estar en dos peligrosos enfrentamientos entre grandes potencias a la vez. Así que mientras las cosas se calientan con China en el Pacífico Occidental, Washington podría querer bajar la temperatura de la rivalidad entre EE.UU. y Rusia.
Putin tiene otras ideas. Sí, Moscú y Washington acordaron prorrogar el acuerdo de control de armas New Start a principios de este año, lo que ayudó a evitar el riesgo de una competencia nuclear ilimitada (que podría poner en grave peligro la economía rusa). Putin recientemente ignoró el hecho de que Biden lo hubiera llamado “asesino”. Pero el Kremlin no parece estar desesperado por la distensión.
Esta primavera, el Ejército ruso llevó a cabo un importante despliegue coercitivo cerca de Ucrania, sin duda para recordarle a Biden que Moscú puede quitarle más partes a su vecino a voluntad. A fines del 2020, EE.UU. se enteró de que el ciberataque de SolarWinds Corp., firmemente vinculado a Rusia, había comprometido cientos de redes gubernamentales y privadas, incluidas las del Departamento de Seguridad Nacional y del Departamento de Energía.
Todo esto se suma a las continuas intervenciones de Rusia en la política estadounidense, su siembra de división dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Unión Europea, su creciente campaña para acabar —política y, a veces, físicamente— con la oposición interna, y los complots de asesinato contra los enemigos de Putin en suelo extranjero.
Desde cualquier punto de vista, Rusia es mucho más débil que EE. UU. Y lo que es más importante, su economía, dependiente de los recursos, ha sido castigada por múltiples rondas de sanciones occidentales. Entonces, ¿por qué Putin no quiere lo que aparentemente debería ser de su interés: una relación menos volátil con EE.UU.?
Una de las razones es la política interna: Putin tiene pocas fuentes de legitimidad aparte del nacionalismo y la xenofobia. El contrato social que ofreció a los rusos antes del 2008 —docilidad política a cambio de prosperidad impulsada por los hidrocarburos— se desmoronó con la crisis financiera mundial y el consiguiente desplome de los precios del petróleo.
Desde que regresó a la presidencia en el 2012, Putin se ha apoyado en las guerras extranjeras, en las demostraciones del poder mundial de Rusia y en un clima de tensión con enemigos extranjeros, reales o supuestos, para conseguir respaldo para su régimen. Putin siempre pondrá la estabilidad interna por delante de la internacional, y persigue la primera socavando la segunda.
También hay una estrategia global deliberada en marcha. Putin sabe que Rusia corre el riesgo de quedar relegada a un segundo plano en la política mundial por un duelo que lo consume todo entre EE.UU. y China. Sin embargo, ese duelo crea oportunidades para Moscú.
A medida que EE.UU. centre su atención en China, tendrá más necesidad de tener relaciones decentes con Rusia. Al demostrar que Rusia puede poner en riesgo las cosas que Washington valora —la seguridad de Europa del Este, la integridad de las redes digitales estadounidenses, incluso la estabilidad de la democracia del país— Putin puede aumentar el costo que Biden o sus sucesores deben pagar por un eventual período de calma.
Esto es lo que el analista de asuntos globales Michael Kofman llama la “estrategia de asalto” de Putin: su intento de hacer que Moscú sea una amenaza lo suficientemente persistente para los intereses estadounidenses como para que Washington se sienta finalmente obligado a bendecir la esfera de influencia de Rusia en la antigua Unión Soviética, legitimar su influencia en Medio Oriente y hacer otras concesiones para llegar a un acuerdo.
Cuando Washington señala que necesita previsibilidad en la relación, tienta a Putin para que demuestre con qué facilidad puede negar esa previsibilidad hasta que cumpla las condiciones de Moscú.
En la actualidad, el inestable estado de la política en EE.UU. y Europa, junto con el violento caos en grandes franjas de Medio Oriente y África, dan a Putin muchas oportunidades para ejecutar este enfoque. Así que, pase lo que pase en Viena, no espere un respiro duradero de las tensiones entre Rusia y Occidente.
Sí espere que EE.UU. se encuentre con el mismo problema en otros lugares. Washington está dirigiendo rápidamente su atención a una competencia entre EE.UU. y China que podría alcanzar el máximo peligro en pocos años. Biden quiere liquidar otros compromisos y reducir el riesgo de crisis distractoras retirándose de Afganistán, reincorporarse al Plan de Acción Integral Conjunto con Irán y evitar un nuevo enfrentamiento nuclear con Corea del Norte.
Sin embargo, los astutos rivales podrían llegar a la conclusión que ahora es el momento de usar una coerción y presión limitadas contra EE.UU., no lo suficiente como para provocar un enfrentamiento no deseado, pero sí para hacer que Washington se rinda un poco más a cambio de tranquilidad en los frentes secundarios.
Este es un dilema clásico para una superpotencia sobrecargada, y es la razón por la que EE.UU. puede enfrentarse a más desafíos, de Putin y otros rivales, en el preciso momento en que necesita evitarlos.