Luego de buscar durante 24 años a su hijo Apolinar, Soledad Ruiz recibió los huesos en un pequeño ataúd. Un suéter y tecnología genética fueron claves para identificarlo en una Colombia que busca a más de 100.000 desaparecidos del conflicto armado.
De rostro demacrado por tanto llorar, la mujer recuerda que Apolinar Silgado vestía esa prenda cuando salió a trabajar en una finca de San Onofre, un municipio caribeño en el departamento de Sucre (norte), en agosto de 1999.
En esa región imponían su ley los paramilitares, sanguinarios escuadrones de ultraderecha que asesinaban campesinos ante sospechas de colaborar con la guerrilla o como mecanismo de control bajo un régimen de miedo.
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Silgado, que entonces tenía 25 años, nunca regresó. Su madre llegó a pensar que podría estar entre las víctimas de un jefe paramilitar que lanzaba los cuerpos a un río con caimanes. Pero el año pasado por fin la búsqueda dio resultado.
Gracias a los trozos de ese suéter que se conservaron junto al cadáver enterrado, la fiscalía identificó al campesino.
La búsqueda, exhumación y análisis de restos humanos se intensificaron tras la firma del acuerdo de paz en 2016 con la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Yo lo quería vivo, no lo quería así como vino, pero bueno, ese fue su destino. Descansé”, cuenta Soledad Ruiz a la AFP.
Las autoridades trabajan a toda marcha para descifrar la identidad de miles de cadáveres que pasaron decenas de años bajo tierra. Muelen restos óseos y dientes para extraer su ADN, analizan prendas y cruzan información con familiares de víctimas en un intento por trazar el mapa de la desaparición.
“Traducir” a los muertos
La Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), nacida tras el histórico desarme de los rebeldes, entregó el cadáver de Silgado a la familia.
La entidad asegura que a la fecha ha recuperado 1.256 cuerpos y aún busca más de 104.000. En otros rincones de Colombia los paramilitares, guerrilleros y agentes del Estado intentaron entorpecer la búsqueda, explica Hadaluz Osorio, antropóloga forense de Medicina Legal, otra entidad encargada de la identificación.
“Asesinaban a las personas y las inhumaban de manera clandestina. Incluso hay prácticas en donde los victimarios las exhuman (a las víctimas) y las dividen en diferentes fosas para que sea aún más difícil hacer su identificación”, dice, rodeada de cadáveres de presuntas víctimas del conflicto armado en un laboratorio de Bogotá.
Con guantes de látex analiza un cuerpo que tiene un orificio en el cráneo causado por un proyectil. Otro tiene impactos de bala y cortes que podrían ser de un machete. Este último también tenía desgaste en una rodilla, un indicio en apariencia insignificante, pero con el que se ilusionan familiares cuyo ser querido se quejaba de dolores.
Se trata de “traducir lo que los muertos nos están diciendo”, señala Osorio.
Su colega Grace Alexandra Terreros pulveriza fragmentos de huesos y piezas dentales para extraer el ADN de las células. Luego lo compara con muestras del Banco de Perfiles Genéticos de Desaparecidos, un archivo creado en 2010 y que tiene al menos 62,000 muestras de sangre tomadas de familiares de posibles víctimas.
Esperar una llamada
A falta de fotografías, Soledad Ruiz toma en sus manos el retrato hablado de su hijo, el único recuerdo que conserva. Pone su frente contra el portarretratos, da alaridos y llora. El padre murió anhelando reencontrarse con Apolinar y José de los Santos Silgado, otro hijo, que desapareció 15 días después.
Jimy Abello, un nieto, fue sacado de su casa a la fuerza en 2001 y nunca volvieron a verlo.
“Quiero que vuelvan sean vivos o muertos, porque ya yo sé que los tengo acá”, afirma la mujer que ha dedicado su vida a trabajar en el campo.
La Jurisdicción Especial para la Paz, también surgida del acuerdo de paz y que juzga los peores crímenes del conflicto, instó a acelerar la identificación de cuerpos para sanar las heridas de las familias.
Alba Silgado, la madre de Jimy, confía en que los expertos la llamarán pronto para darle una buena noticia.
“Tengo este teléfono y cuando hay una llamada pienso (...) que me van a decir, ‘señora Alba, venga que ya está el cuerpo de Jimy y el cuerpo de José de los Santos’”, sostiene.
“Así sea por el cabello, así sea por una uña tengo que reconocer a mi hermano y a mi hijo”, dice Silgado aguantando el llanto.
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