Los expertos que analizan el 2022 están lanzando un suspiro palpable de alivio. Este fue el año, o eso dice el consenso, en el que hombres fuertes de extrema derecha como Donald Trump y Jair Bolsonaro se debilitaron, China tropezó y “Occidente” resurgió, al menos contra la Rusia de Vladimir Putin.
Tales evaluaciones, nostálgicas por un “orden internacional liberal” perdido, ignoran una situación más amplia: cómo un descontento general con el viejo orden, exacerbado por la pandemia, está impulsando un renacimiento de la izquierda en América Latina, Europa y Australasia.
La tendencia se puede ver más claramente en los países latinoamericanos que durante mucho tiempo han sido atormentados por la pobreza y desigualdad extremas. El triunfo en la elección presidencial de octubre de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil encabeza el desfile de la victoria notablemente amplia de los izquierdistas en toda la región. En junio, Colombia eligió a su primer presidente de izquierda, Gustavo Petro.
En las elecciones de diciembre de 2021, Gabriel Boric se convirtió en el presidente más izquierdista de Chile desde Salvador Allende. El presidente de Bolivia, Luis Arce, llegó al poder en 2020. En el 2019, en Argentina, Alberto Fernández derrotó a un presidente de derecha en ejercicio. Un año antes, Andrés Manuel López Obrador ganó de forma aplastante en México. (La destitución de Pedro Castillo en Perú después de un intento fallido de disolver el Congreso se erige como el único revés notable del movimiento).
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Australia, Nueva Zelanda y muchos países europeos brindan un contexto adicional de por qué tantos votantes se están volcando a líderes socialdemócratas y, en algunos casos, abiertamente socialistas. En los términos más simples, los beneficios de la globalización se están reduciendo y, a medida que se disparan los precios de los productos básicos como la energía y los alimentos, los votantes esperan más Protecciones sociales de los Gobiernos.
Esta es la razón por la cual los partidos de centroizquierda, desde el Partido Laborista de Jacinta Ardern en Nueva Zelanda hasta el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Pedro Sánchez, comparten un énfasis en mejores salarios, mejor seguridad laboral y más bienes públicos.
Este es un paso que se aleja de los objetivos de privatización y mercantilización que desde la década de 1980 han perseguido enérgicamente no solo los partidos de derecha sino también los de centroizquierda e incluso algunos socialistas en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Suecia y otros países. La opinión pública ha cambiado; la hegemonía ideológica de la llamada “tercera vía” de Bill Clinton, Tony Blair y el excanciller alemán Gerhard Schroder ahora sobrevive mayormente en pequeñas burbujas, principalmente entre periodistas y comentaristas mayores de 40 años.
Otro ejemplo de conservadurismo es el Partido Laborista de Gran Bretaña, cuyo líder blairista Keir Starmer y sus partidarios en los medios actualmente se encuentran fuera de sintonía con el abrumador apoyo público para los trabajadores del sector público en huelga.
Los socialdemócratas más astutos de la actualidad, como el canciller alemán Olaf Scholz y el presidente socialista de Portugal, Antonio Costa, trabajan con la idea de que el abandono del Estado de bienestar, la destrucción de la red de seguridad social y el aumento de la desigualdad —en parte, son consecuencias de la tercera vía que se experimentaron con consecuencias más nefastas durante la pandemia— fueron lo que empujó a muchos votantes a la extrema derecha.
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Para recuperarlos, los líderes tienen que recrear alguna parte del viejo pacto entre la izquierda socialdemócrata y los débiles, los insultados y los heridos. Por lo tanto, la campaña electoral de Scholz se basó en el lema “respeto por ti” (Respekt für Dich).
Dicho esto, no es de extrañar que las relaciones sean cada vez más estrechas entre Scholz de Alemania, Sánchez de España y Costa de Portugal, o el Congreso de la Internacional Socialista realizado en noviembre en Madrid, que estuvo presidido por Sánchez y al que asistieron varios jefes de Estado.
Los izquierdistas de hoy están muy lejos del consenso claro y confiado que en la década de 1970 unió a líderes europeos como Willy Brandt, Olof Palme, Bruno Kreisky y François Mitterrand, y que se extendió profundamente a los Gobiernos y movimientos políticos en Asia, África y América Latina. Por un lado, los electorados se han fracturado, probablemente de manera irreversible, y la mayoría de los socialdemócratas y socialistas de hoy llegan al poder en Gobiernos de coalición con estrechos márgenes de victoria.
falta alienadas, no pueden darse el lujo de perder a las clases medias progresistas y profesionales en las áreas metropolitanas, así como a los jóvenes activistas que buscan la justicia climática y de género.
Pero este dilema no es irresoluble. A medida que la inflación alcanza su punto máximo en medio de las crisis interminables de la pandemia y la guerra en Ucrania, el miedo al futuro hará que muchas más personas que antes busquen seguridad social y económica en los Gobiernos.
Y es probable que a los políticos que respondan a este anhelo generalizado de tranquilidad les vaya mejor que a los que siguen insistiendo en cómo los mercados libres desencadenarán los espíritus emprendedores y potenciarán el crecimiento. Por ejemplo, tras rezagarse durante años, el PSOE español ha superado en los últimos meses al derechista Partido Popular (PP) en las encuestas de opinión con un programa de gasto público financiado con alzas de impuestos a los bancos, las empresas de servicios públicos y a las grandes fortunas.
Como reacción, es probable que una derecha acorralada se vuelva aún más intransigentemente radical, intensificando sus guerras culturales. Quienes celebren el retorno de Occidente en el 2022 deberían centrarse en lo que probablemente será el evento principal del próximo año: cómo, después de años de confusión ideológica y estancamiento, la verdadera batalla por los corazones y las mentes será liderada por una izquierda recién reconstruida.
Por Pankaj Mishra